Sonó el teléfono; amanecía. Contestó a la llamada
y su corazón acelerado le impedía realizar movimientos certeros que pusieran en
orden su cabeza. El padre de aquel muchacho había entrado en fase terminal. La
voz de aquel teléfono, sosegada, educada, pero determinante, le invitaba a
acudir a la unidad de vigilancia intensiva, para acompañar al enfermo en su momento
más sublime. Intranquilo por la distancia que los separaba y absorto durante el
camino, repetía incansablemente las tan conocidas palabras de Teresa de Jesús:
"Nada
te turbe, nada te espante, todo pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo
alcanza, a quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta."
Deseaba estar al lado de aquel hombre que tanto había
sacrificado en su vida, como lo había estado siempre desde que era pequeño.
Pablo Neruda decía:
"Tiene
mi corazón un llanto de princesa, olvidada en el fondo de un palacio
desierto".
Entró en aquella habitación y acercándose sin
protocolo alguno, lo besó. Susurrándole al oído palabras cariñosas, entrecortadas,
por la lucha que su garganta mantenía con su mente, observaba que el tiempo
apremiaba y que se despedía como el elegante apagar de una vela.
Pero una profunda paz fue invadiendo su alma. Había
comenzado a tocar, a acariciar, incluso a fijar su mirada en ella; la muerte hacia
su entrada en aquella estancia. Aquel joven anhelaba registrar todo el proceso
de una vida en tan solo unos escasos minutos como queriéndole ofrecer, en una
bandeja, todo lo que aquel moribundo, había logrado alcanzar. No pudo.
Pero una profunda paz invadió su alma.
Los ritmos cardíacos que se anunciaban en aquella
maquina, fueron siendo sustituidos por un sonido constante, eterno, que avisaba
el desenlace.
En aquella preciosa mañana de julio, la muerte
acompañaba a aquel joven al rezo del ángelus, que como fragancia preciosísima, inundó
el habitáculo con su oración, haciendo que su padre le regalara un último
obsequio. En palabras de Roberto Hernan:
Pediré a
las nubes tres deseos y
haré con
ellos una estrella, le pondré tu nombre a mis versos,
y tu carita
de luna llena, será la brillante estrella que alumbre en mi firmamento,
y para no
olvidarte nunca, ni siquiera un momento."
Y una
profunda paz invadió su alma.
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