domingo, 29 de enero de 2017

Dos apestados en la mesa de Navidad

Autora: Elena Casanova Dengra

― ¡No, no es posible! ¿Qué me estás diciendo?

― Lo que oyes, Mari Trini, que los primos del pueblo se quedan a cenar con nosotros.

― Venga hermana ―respondió Mari Trini mientras medía la distancia entre las copas y los platos dispuestos en una larga mesa― hoy no es el día de los inocentes.

― Papá  ha insistido para que se queden a cenar, convenciéndolos de lo peligroso que es volverse al pueblo después de la nieve que ha caído.

― Y el viejo este, no podía haberse callado la boca y morirse de una vez. No sé a qué espera. Lleva cinco meses en la cama pero no tiene prisa por marcharse. A esa que lo atiende se le está quedando cara de acelga por estar tanto tiempo encerrada entre las cuatro paredes de su dormitorio atendiéndolo día y noche.

― ¡Mari Trini! ― le reprobó Pepita― ¡no hables tan fuerte que te van a oír las chicas del servicio!

― Me importa una mierda lo que piensen ese par de  papagayos chismosos.

Mari Trini, con una agitación frenética, removió  platos, copas y cubiertos sobre la mesa hasta conseguir un hueco para dos comensales más.

― Y ahora Pepita-  la cara de Mari Trini lucía tan roja  como los pimientos de piquillo-  al lado de quién siento yo a estos dos campesinos que huelen a vacas y estiércol. ¿De Javier? ¿De Elvira? Por dios dejaríamos cerrada para siempre la puerta a sus excelentes y  privilegiados contactos. De qué van a hablar estos dos desmayados con un senador  y una diputada, ¡oh señor!

― Pero Mari Trini, son socialistas y ellos entienden de clase obrera ―declaró con una mueca entusiasta  la hermana.

― ¡Calla Pepita y no seas absurda! Socialistas, socialistas… esos ya no existen. Son personas con una clase y no se merecen estar con el vulgo en una noche tan importante y en mi casa. ¡Ay! ¿Qué vamos a hacer?

― Y con el obispo, él y la iglesia, la iglesia y los pobres…

― ¿Con el obispo? Ese se pasa media noche catando y disfrutando  nuestros vinos para pasar a recitar en estado casi místico todas las virtudes de los líquidos que han ido deslizándose  por su esófago.  Que si  el aroma complejo y elegante, que si  en la boca es cálido y goloso, de equilibrada acidez  con notas balsámicas de madera perfectamente integradas en el conjunto del vino… ¿Tú crees que este par de catetos se van a enterar de algo?

― Estoy pensando en Rafaela y Antonio, están sordos como tapias y no se van a enterar de nada de lo que se diga en toda la noche.

― ¿Tú estás loca o chiflada? Rafaela es la señora más elegante de esta ciudad y él, todo un intelectual, por poco que oigan esos dos… Están también las fotos. ¡Qué horror! ―Mari Trini se echó sus manos a la cara cubriéndose los ojos y negando categóricamente con la cabeza. ― ¡No, no, no! No puede ser, mañana seremos el hazmerreír de todos nuestros amigos y conocidos.

Pepita la miraba con cara de asombro y no sabía muy bien cómo reaccionar ante estos pequeños ataques de ira de su hermana, solo se atrevió a balbucear un «qué pasa».

― ¿Qué pasa, qué pasa…? Marita, Carmen, Desi… y tantas otras. Mañana estaré en boca de todas esas zorras  diviertiéndose a mi costa y colgada en las redes sociales dando vueltas como una peonza, imagínate.

― ¿Por qué…?

― Las fotos, las malditas fotos. Tus sobrinas y todos los demás se pasarán media noche con los móviles haciendo un reportaje pormenorizado de todos los detalles de la cena. ¡Dios mío, papá, hasta el día que te mueras vas a estar dando quebraderos de cabeza a tu familia! Me he pasado casi un mes preparando esta cena para que a última hora me encuentre con este par de marrones.

― Hermana, ¿Te has fijado en el vestido de la prima?

― Cómo no me iba a fijar en la vulgaridad de ese trapo, en los zapatos de mercadillo y su pelo escardado que apesta a laca barata. Para no fijarse…

― ¿Y en el color de los calcetines de él? ― aulló casi divertida Pepita al recordar el contraste entre el blanco inmaculado de sus calcetines y el marrón oscuro de sus zapatos.

― Hay que hacer algo y pronto. Llama rápidamente a Lucia, que venga con todos sus útiles de costura y haga algún milagro con alguno de nuestros vestidos para ella y con un traje de chaqueta de papá para él. No voy a permitir tener a dos ordinarios con pinta de cazurros en mi mesa. Y llama a Carmen, la peluquera. Si alguna de ellas pone pegas las amenazas con quitarles los alquileres y clientes de sus negocios. Pondremos a los primos a nuestro lado en la mesa y seremos nosotras quienes nos sacrifiquemos, qué le vamos a hacer. ¡Maldito papá, maldito!

En ese momento se oyeron voces y pisadas nerviosas que procedían del piso de arriba. Luisa, la médica, había venido a reconocer al enfermo, bajó deprisa las escaleras y presentándose en el comedor les dijo que su padre acababa de fallecer.


Mari Trini y Pepita se miraron con cierta perplejidad y, aunque era una noticia que esperaban hacía tiempo, no creían que sucediera el día de nochebuena. Despidiendo con celeridad a la médica y antes de tomar cualquier iniciativa, cogieron sus teléfonos móviles para avisar a su media docena de invitados de la cancelación de la cena por la inoportuna y tristísima muerte del padre. Cuando apagó su móvil,  Mari Trini, lentamente y con una intensa paz en el alma,  abandonó el comedor pensando: “te has portado papá, por una vez en tu vida, te has portado”

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