¡No lo pude evitar! ¡ Y me sentí tan mal al hacerlo, que los
sentimientos de culpabilidad, adormecidos durante meses, me invadieron y me
convirtieron en un ser despreciable ante mi mismo. Estuve toda la tarde dándole
vueltas en mi cabeza, intentando evadirme de ese sino, que parecía ineludible. Pero,
fue algo superior a mi voluntad y a mi razón. No pude decir que no. Mi
comportamiento fue el de una marioneta sometida a una voluntad externa, o el de
un zombi de conducta involuntaria afectado por unas leyes incomprensibles para
un ser humano sensato y racional. Además, el hecho de ocurrir a media noche,
cuando todos dormían y nadie podía observarme, añadió morbosidad al delito.
Caminé a oscuras hasta mi destino, puse mi mano en el pomo de la puerta y la
abrí con suavidad, sin el más leve ruido. Sabía donde estaba y alargué los
dedos hasta llegar a tocarlo, y con una sonrisa involuntaria de satisfacción, lo
aprisioné como pude, lo abrí, cogí un trozo y lo deposité en la boca para
deshacerlo lentamente con la lengua. ¡No me martirices más, conciencia!. ¡Ya sé
que no me hace bien el chocolate y que tengo descontrolada la diabetes!
No hay comentarios:
Publicar un comentario