La víctima aún no sabe que ha sido seleccionada. Su marido, amiga o amante la ha invitado a pasar un fin de semana diferente. Ingenuamente, el elegido piensa que va a disfrutar unos días estupendos, en el “Palacio Méndez”.
Este lujoso palacete fue construido en 1900 por los Marqueses
de Méndez. La residencia tiene diez habitaciones con baño, dos salones de
verano y otros dos de invierno, con chimenea. Cuenta también con una amplia
cocina, bodega, garaje y amplios jardines con vistas al mar y acceso directo a
la playa. Dispone además, de una capilla familiar y un pequeño cementerio
privado.
Por su parte, el guarda del palacio sabe que los invitados
vienen acompañados. Suelen ser personas hastiadas de su vida, que buscan
emociones un poco más fuertes. Necesitan experimentar que pierden el control de
su entorno. Saben que van a participar en un juego relacionado con la muerte,
con la muerte de otros, por supuesto. El último grupo llega una tarde gris de
febrero.
La primera impresión cuando ven el edificio, es de decepción,
porque creen que el aspecto exterior del palacete es una impostura, pero la
realidad es que el tiempo lo ha modelado hasta conseguir la imagen sombría que
presenta. La piedra está tan oscura que parece calcinada. Las torres, coronadas
por chapiteles de pizarra negra, perfilan con sus agujas puntiagudas el cielo plomizo.
Los altos ventanales aparecen cegados por el polvo acumulado durante décadas.
Los secretos de la casa no deben salir fuera.
El chirrido de la verja herrumbrosa avisa al guarda, el
hombre de cuerpo enjuto y ademanes pausados, muestra una palidez extrema en
rostro y manos, casi se diría que es de la época de la casa.
Cuando los invitados entran en el vestíbulo se quedan estupefactos.
Ante sus ojos hay una majestuosa escalera de roble, con guirnaldas talladas en
la baranda. El parqué reluciente dibuja infinitos trazos geométricos. Las
arañas de cristal brillan con mil destellos. Las cortinas de terciopelo
acarician las paredes tapizadas de raso verde. El interior de la casa es
espectacular. Todo está intacto y conserva el refinamiento de la época, como si
no hubiera pasado el tiempo.
El guarda interrumpe las miradas expectantes de los huéspedes
para contarles la tragedia del palacete.
- El
marqués, D. Manuel de Méndez, de noble cuna, viajó a América. Pasado un tiempo regresó
muy rico y acompañado de su esposa, Dª María. Ella era una joven indiana muy
hermosa, a la que el señor amaba con locura. Este palacio es la demostración de
cuánto la adoraba.
Y continuó:
- Sin
embargo, la felicidad que irradiaban era tal, que a su alrededor comenzaron a
crecer envidias y maledicencias. Así, los celos mortificaron al marqués día y
noche hasta que, en un arrebato de ira, mató a su esposa y luego arrepentido
del crimen, se suicidó.
- Desde
entonces- siguió- el palacio está como ellos lo dejaron. No vive nadie, sólo yo
abro cuando vienen los huéspedes y cierro cuando se marchan.
Dicho esto, el guarda se retira y el juego empieza.
Para comenzar, cada visitante recibe un formulario donde debe
indicar, entre otros datos, la persona
que lo ha invitado. Aparentemente todos los impresos son iguales, pero uno
tiene consignado la opción: “Finalizar juego”. Su acompañante no saldrá de la
casa vivo.
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