domingo, 25 de septiembre de 2016

¿Te han invitado?

Autora: Carmen Sánchez

La víctima aún no sabe que ha sido seleccionada. Su marido, amiga o amante la ha invitado a pasar un fin de semana diferente. Ingenuamente, el elegido piensa que va a disfrutar unos días estupendos, en el “Palacio Méndez”.

Este lujoso palacete fue construido en 1900 por los Marqueses de Méndez. La residencia tiene diez habitaciones con baño, dos salones de verano y otros dos de invierno, con chimenea. Cuenta también con una amplia cocina, bodega, garaje y amplios jardines con vistas al mar y acceso directo a la playa. Dispone además, de una capilla familiar y un pequeño cementerio privado.

Por su parte, el guarda del palacio sabe que los invitados vienen acompañados. Suelen ser personas hastiadas de su vida, que buscan emociones un poco más fuertes. Necesitan experimentar que pierden el control de su entorno. Saben que van a participar en un juego relacionado con la muerte, con la muerte de otros, por supuesto. El último grupo llega una tarde gris de febrero.

La primera impresión cuando ven el edificio, es de decepción, porque creen que el aspecto exterior del palacete es una impostura, pero la realidad es que el tiempo lo ha modelado hasta conseguir la imagen sombría que presenta. La piedra está tan oscura que parece calcinada. Las torres, coronadas por chapiteles de pizarra negra, perfilan con sus agujas puntiagudas el cielo plomizo. Los altos ventanales aparecen cegados por el polvo acumulado durante décadas. Los secretos de la casa no deben salir fuera.

El chirrido de la verja herrumbrosa avisa al guarda, el hombre de cuerpo enjuto y ademanes pausados, muestra una palidez extrema en rostro y manos, casi se diría que es de la época de la casa.

Cuando los invitados entran en el vestíbulo se quedan estupefactos. Ante sus ojos hay una majestuosa escalera de roble, con guirnaldas talladas en la baranda. El parqué reluciente dibuja infinitos trazos geométricos. Las arañas de cristal brillan con mil destellos. Las cortinas de terciopelo acarician las paredes tapizadas de raso verde. El interior de la casa es espectacular. Todo está intacto y conserva el refinamiento de la época, como si no hubiera pasado el tiempo.

El guarda interrumpe las miradas expectantes de los huéspedes para contarles la tragedia del palacete.

-        El marqués, D. Manuel de Méndez, de noble cuna, viajó a América. Pasado un tiempo regresó muy rico y acompañado de su esposa, Dª María. Ella era una joven indiana muy hermosa, a la que el señor amaba con locura. Este palacio es la demostración de cuánto la adoraba.

Y continuó:

-        Sin embargo, la felicidad que irradiaban era tal, que a su alrededor comenzaron a crecer envidias y maledicencias. Así, los celos mortificaron al marqués día y noche hasta que, en un arrebato de ira, mató a su esposa y luego arrepentido del crimen, se suicidó.

-        Desde entonces- siguió- el palacio está como ellos lo dejaron. No vive nadie, sólo yo abro cuando vienen los huéspedes y cierro cuando se marchan.

Dicho esto, el guarda se retira y el juego empieza.

Para comenzar, cada visitante recibe un formulario donde debe indicar, entre otros datos,  la persona que lo ha invitado. Aparentemente todos los impresos son iguales, pero uno tiene consignado la opción: “Finalizar juego”. Su acompañante no saldrá de la casa vivo.
 

La espera

Autora: María Gutiérrez
 
Se lo dijo varias veces, ella sonreía, aunque seguramente pensaba que él tenía razón y que no pretendía hacerle sufrir innecesariamente. A sus veinte años, Manuel era ya tremendamente sensato. Necesitaba cambiar de vida, dejar de sentirse atado a unas tierras que ya no producían lo necesario y a las que llevaban atados varias generaciones.

María solía contestarle que esperara un poco y tuviera  paciencia que todo esto podía ser pasajero y pronto podría mejorar la situación. No cesaban de llegar noticias sobre la emigración de españoles desde distintos puntos de la geografía española hacia Cuba. En esta isla se daban las condiciones idóneas para el cultivo del mejor tabaco del mundo. Necesitaban mano de obra de agricultores que aportaran su experiencia. Los cubanos no piden muchos requisitos, que sean preferentemente varones entre 18 y 40 años y sobre todo que estén sanos. Era el boom del momento.

Una mañana del 15 de Febrero de 1900, partió Manuel  desde el puerto de Tenerife en un barco de vapor, dispuesto a cruzar el Atlántico y cumplir su sueño de hacer “Las Américas” con rumbo a La Habana en busca de fortuna. Envueltos en lágrimas se despiden Manuel y María. Él le promete  que pronto volverá y ella ahogada en llanto, que siempre lo esperará´

Durante unos años, no paran de cruzarse cartas de amor llenas de sueños y promesas. María las va guardando como el mejor de los tesoros ya que es todo lo que le queda de él, junto a una foto en blanco y negro que él le dedicó.

Cuando se es joven, eres tan impaciente, que cada día, cada minuto que pasas  sin estar al lado de tu amor, se te hace insoportable y eterno, pudiendo llegar a considerarlo como una auténtica tragedia. Ella se pregunta  continuamente: ¿Cuándo volverá  Manuel? ¿Serían falsas las promesas  y solo era teatro, en su papel más hipócrita?

Con frecuencia, María acude a casa de Juana la hermana que ya solo le queda a Manuel. Esta no deja de ofrecerle  muestras de cariño y acogimiento, pero también la anima  para que ella  siga su camino. Le quiere dar a entender que no se haga demasiadas ilusiones esperando a que Manuel regrese, que deje ya un poco de lado el pasado y comience a vivir la vida. Ella no hace mucho caso y sigue alimentándose de recuerdos, acabando siempre  desesperada  y hundida.

Cuantas veces  se ha sentido convertida en dulce abuela, rodeada de sus nietos aunque nunca  ha llegado a ser madre. Necesita  reanimar su corazón destrozado y casi consumido. A pesar de todo, sigue soñando vestirse de blanco azahar…

No está dispuesta a tirar la toalla, continua  amando la vida  aunque la plenitud  ha quedado  bastante atrás y ella lo sabe de sobra. Nota como su cuerpo se va desquebrajando, derrumbando poco a poco. Para consolarse piensa, que el destino ha influido bastante  en todo lo que está ocurriendo, en lo bueno y en lo malo y esto la tranquiliza un poco. Piensa a veces  que la vida le ha escupido, le ha dado  un poco de lado.

Ese viaje que Manuel hizo a La Habana en plena juventud, prometiéndole que muy pronto volvería,  ¡Que lejos se está quedando!! Se está  convirtiendo en cenizas… Su cabello se ha tornado  en gris, tirando a blanco. Se mira al espejo y retoca su pintura apagada y marchita, sacando una sonrisa al pensar que Manuel  pudiera volver de repente.

Cada día va a la playa, pasando horas y horas, mirando a la lejanía, no se cansa de esperar por su en algún momento  el mar le devuelve a su amor en un barco de vapor. Para ella  no hay noche ni día. ¡Cuántas  lágrimas lleva derramadas!

Uno de los días que  acudió a visitar a su cuñada Juana, esta tuvo que ausentarse un breve tiempo de la casa. Mientras, María aprovechó el rato viendo fotos  de la familia, encontrándose con algo que la hizo palidecer. Al volver  Juana  no encontró  a María en la casa, no le dio  mayor importancia, simplemente pensó  que se habría cansado de esperar aunque se había ausentado un breve espacio  de tiempo.

No podía ni imaginar la última  noticia  que le llegaría. María había sido encontrada muerta en la playa. A  su lado había un sobre con matasellos cubano. Dentro se encontraba una página  de un diario de Cuba de hacía 39 años en la que informaba que Manuel  había sido encontrado muerto en la playa, víctima de un robo.

Entre sus pertenencias, encontraron un billete con destino  a España.

 ¡¡Al fin estaban juntos!!

Las rosas de Hafelti

Autora: Elena Casanova


A María solo le queda mirar el último regalo que su marido le trajo de tierras lejanas. Todas las noches, antes de irse a la cama, se acerca al parador del comedor adornado con un jarrón de porcelana que contiene un insólito ramo de Flores; desliza suavemente las yemas de sus dedos por los pétalos al mismo tiempo que susurra una sencilla oración para Luis,  el hombre con el que  un día  decidió compartir su vida.

María y Luis se casaron un oscuro y frío mes de febrero de 1900. Vivían en una casa enorme junto a la playa. No habían tenido hijos, y María echaba de menos la maternidad, se le hacía muy cuesta arriba una vida sin vástagos a quienes cuidar y un marido que se pasaba demasiado tiempo viajando por el país y extranjero como comerciante de telas. Su última salida se prolongó por un año al hacer un recorrido por los países del Mediterráneo.  De ese largo periplo, aparte de  sedas, tafetanes y rasos, obsequió a María con un magnífico ramo de rosas secas, cuya singular belleza radicaba en el  intenso color negro de sus pétalos.

María, gran aficionada a la botánica, destripaba todos los libros que sobre el tema caían en sus manos, y su jardín era uno de los más bonitos y mejor cuidados de toda la ciudad. Tan maravillada quedó con aquellas rosas que  no paró de investigar hasta que dio con  la información que había de aquellas  plantas tan insólitas. Así supo que estas flores, únicas en el mundo, se criaban en una pequeña localidad turca, Hafelti, debido a la condición del suelo y el nivel del PH de sus aguas subterráneas filtradas del río Eúfrates. Y con gran sorpresa también descubrió un mundo paralelo relacionado con la magia y los conjuros.

A los dos meses de su llegada, Luis le comunicó que tardaría poco  en volver a marcharse para explorar el nuevo mercado de tejidos que se estaban extendiendo por toda Europa.  Maria se quedó triste y muy abatida por la noticia, no se hacía a la idea de otra larga temporada en la soledad de aquella casa tan grande y tan vacía. Tenía que hacer algo y pronto para impedir su partida. Trató de convencerlo para que se quedara en la ciudad, trabajar en un negocio más modesto y poder estar juntos. Todo esfuerzo fue inútil; en realidad Luis era una persona inquieta y permanecer demasiado tiempo en el mismo sitio era algo inconcebible. María lo sabía desde siempre pero nunca perdió la esperanza de un cambio de actitud con el tiempo.

A la mañana siguiente, mientras Ágata servía el desayuno, los ojos de María se quedaron fijos las rosas negras, y de pronto creyó tener la solución para retener en casa a su marido. Habló con la criada para insinuarle que la magia de esas flores sería la solución para evitar la marcha de Luis. Ágata que había criado desde pequeña a María y no soportaba verla tan triste, la ayudaría de una forma más práctica, para ella  los encantos y brujerías no resolverían nada.

 En cuanto Luis abandonaba la casa, las dos mujeres se escondían en la cocina y realizaban el conjuro de las rosas de Hafelti. Junto a una foto del marido colocaban  un mechón de pelo, una vela y una rosa negra. Acto seguido un texto en latín era todo lo necesario para llevar a cabo la ceremonia. Lo que ignoraba Maria era que todos los días, en la taza de café de Luis, iba disuelta una pequeña cantidad de matarratas. A Luis no le quedó más remedio que  suspender su viaje al encontrarse muy débil y con unas sospechosas manchas en la piel.

Durante los primeros síntomas, María se encontraba muy cómoda cuidando y mimando a su marido de la mañana hasta la noche. Daba las gracias una y otra vez por tenerlo a su lado, nunca lo había sentido tan cerca. Pero la alegría no duró demasiado. Los primeros signos no desaparecían sino que cada vez eran peores. Junto al cansancio, la confusión, las naúseas y los vómitos se convirtieron en habituales. La piel era un velo pálido, así como sus labios y conjuntivas. Las molestias abdominales eran muy intensas y ya no se sentía capaz de salir de la cama. El médico lo visitaba todos los días pero ninguno de sus remedios parecía hacerle efecto, fue incapaz de diagnosticar la enfermedad. Una madrugada, por fin, Luis dejó de respirar y de sufrir, tras una  noche  de diarreas sanguinolentas,  convulsiones y grandes dolores.

Lo enterraron una tarde brumosa, silenciosa, tan misteriosa como  la  misma muerte. El féretro estaba rodeado de unos pocos conocidos a quienes la existencia aún les daba una tregua  y entre los cuales había tres personas que se sentían responsables de aquel cuerpo sin vida. María, por haber coqueteado con el mundo de la hechicería y el ocultismo. Su médico, por la impotencia de no haber podido hacer nada por ese desgraciado. Estaba convencido que había contraído esa extraña enfermedad en algún rincón de los  países que había frecuentado. Y Ágata,  aunque  no se sentía orgullosa de lo que había hecho, sí que sentía cierto alivio. Por  fin su señora se sentiría en paz y no sufriría más por el desplante y el abandono de un hombre.