jueves, 30 de junio de 2016

La vida que nos lleva

Autora: Carmen Sánchez
 
Sería mi destino que esta criatura deforme deshonrara a la familia. Muy grande hubo de ser la falta de mis antepasados, para que esta niña, monstruosa, naciera de mis entrañas y nos avergonzara ante la aldea.
Cuando vi su rostro, deseé con todas mis fuerzas, que su corazón no latiera, pero la vida estaba de su parte. La familia no podría soportar el rechazo. El padre tendría que bajar la mirada ante los demás y lo apartarían de la comunidad. Los varones no se casarían y a las hijas ningún hombre las tomaría por esposa. Yo también quería morir, porque no era digna de seguir viviendo, pero sólo mi destino decidiría el momento.
Así, tras el parto, apenas pude caminar, la llevé hasta el lado lejano del río, donde la corriente se lleva las desgracias y los juncos tapan las miserias. Debía volver sin ella, únicamente, de esta forma, la familia viviría tranquila. Pero, llegado el momento, la criatura empezó a llorar. La miré y sus ojos inquietos no dejaban de observarme. Entonces, no me pareció tan repugnante. Ocultas entre las sombras de la noche regresamos al hogar.
El padre, pese a todo, no me repudió. Pero la soledad y el silencio con el que nos ignoraron eran peor que la muerte misma. Ambas vivíamos como almas ausentes, por el día, la penumbra de las paredes nos apartaba de las miradas ajenas; luego, al caer la tarde, el velo opaco que nos cubría el rostro, nos escondía de las familiares. Sin embargo, esta desolación ató nuestra existencia para siempre y ya no concebía que Laya, así la llamaba, no estuviera conmigo.
Nuestra vida transcurría de esta manera, hasta que un día enfermó gravemente. Al amanecer, tenía mucha fiebre y cólicos. Aprovechando la ausencia de la familia, la llevé asustada al dispensario. Y quiso el azar, que un médico extranjero estuviera allí, en aquel momento.
No sé si fue la casualidad, o la vida que nos lleva, quien puso a este buen hombre en nuestro camino. Tras curarla de la infección que la condujo hasta él, salvó a toda la familia de la desgracia. Con su ciencia y humildad, me convenció de que Laya no sufría ninguna maldición familiar y que su deformidad tenía cura. No sé cómo, las dos conseguimos superar el miedo que nos paralizaba y después de una larga estancia en el hospital y unas operaciones interminables, Laya se ha convertido en una niña más.
Hoy volvemos a la aldea. Es un día luminoso. El padre me ha contado que todo el poblado está esperándonos, quieren ver a la niña que volvió a la vida.
 

La fatalidad del doble

Autora: Elena Casanova

Sería mi destino… eso es lo que me repito todos y cada uno de mis días.

Nunca he sido demasiado guapo según mis tías, eso sí, con  la firme oposición de mi madre que siempre presumía de su vástago delante de las engominadas  y petulantes hermanas de mi padre. Flaco, larguirucho y algo desgarbado,  esa es la imagen que proyecto habitualmente al mundo; con la timidez por bandera y en el rostro una expresión entre lánguida y cansada, nunca he sido demasiado ducho en las relaciones con el sexo opuesto, para mí las mujeres son  animales muy superiores que siempre me han mirado con despotismo y altanería.

Durante cuatro años preparé las oposiciones de educación infantil sin demasiado éxito, cuando por fin  logré un trabajo de sustituto en una pequeña ciudad gaditana. Si he de ser sincero, me costó horrores conectar con los alumnos pero, poco a poco, me fui acostumbrado a “esos locos bajitos” como tan bien los definió Serrat. Durante algún tiempo compartí piso con un compañero de trabajo aunque luego opté por alquilar un  pequeño apartamento, había alcanzado esa edad en la que la independencia se convierte en algo casi imprescindible. Jamás imaginé el placer de acondicionar mi nuevo habitáculo formado por un comedor con cocina incorporada y un dormitorio con un baño adjunto. En la mesa del comedor no faltaban las flores, desde muy pequeño siempre vi bonitos ramos en  mi casa, y no concebía vivir en un espacio sin este adorno. Encontré, en el mercado de los sábados, un pequeño puesto de plantas. No había gran variedad de especies, pero sí que encontré las flores más frescas que jamás había comprado.  Lo regentaba  una chica joven que me aconsejaba sobre cuidados y me explicaba las peculiaridades de todas las variedades que poseía. No era especialmente bonita, pero desde el principio me quedé prendado de la simpatía de su cara, de sus movimientos, del timbre de su voz. Cada vez que iba al mercado pasaba más tiempo hablando con ella hasta que un día me propuso vernos fuera de su  trabajo, para poder charlar relajadamente y conocernos mejor.  Nos citamos en un parque junto al mercado, cerca del tobogán.

Mi estado de excitación era tal que apenas  me concentraba en mi trabajo y los niños lo notaban. Se pasaban parte de la clase llamándome la atención: “maestro no ha encendido la pizarra, maestro no has repartido los folios con los dibujos, maestro  hoy nos iba a llevar a la sala de informática, maestro el timbre del recreo ha sonado hace un rato”… Se divertían, lo disimulaban mal, a consta de mis despistes  y creo que intuían algo, aunque no se atrevían a comentarlo abiertamente.   Me sentía en una nube, una chica se había fijado en mí y quería pasar un rato conmigo.

Horas antes del encuentro,  miré al chico que había en la otra parte del espejo del cuarto de baño mientras me rasuraba la barba, y le pregunté, nervioso, de qué iba toda la historia con la chica del mercado.  Le pregunté también si había pensado de qué puñetas iba a hablar en las siguientes dos o tres horas, su vida se había  encasillado en una mediocridad tal, que a nadie le importaría. Terminé con un toque de colonia, salí del baño y dejé mi cara de impostor aguafiestas  junto al lavabo. Bajé las escaleras de tres a tres, a punto de llevarme por delante el gato de la portera cuya pachorra me sacaba de mis casillas tantas mañanas cuando se quedaba atravesado en cualquier peldaño. Me miraba con ojos desafiantes si me atrevía  a molestarlo, impostura chocante en un minino.

Camino del parque tropecé varias veces con el bordillo de la acera que estuvo a punto de costarme un disgusto. Me senté en el primer banco que vi junto al tobogán del parque mientras observaba el juego de los niños. Consultaba el reloj cada cinco minutos. El tiempo parecía que no correr, sin embargo las agujas saltaban de raya en raya a una velocidad vertiginosa. Ella no aparecía.  Como estaba acostumbrado a esperar,  un cuarto de hora de retraso me pareció algo que entraba dentro de lo razonable, media hora, tres cuartos, una hora… me cansé de mirar y escuchar los gritos de los chiquillos, casi les odié. Me marché  con la cabeza gacha, como si toda la gente que se encontraba a mi alrededor hubiera sido testigo del desplante.

No volví al mercadillo, no hubiera sido capaz de mirarla a la cara. Pasé demasiados días  lamentándome hasta  que  el tiempo se  hizo cargo de mermar el  enfado y la desilusión a partes iguales. Pasados unos meses, durante un paseo, llegué al mismo parque. Era más grande de lo que yo pensaba y  me adentré y me perdí por sus caminos que parecían un laberinto. En el extremo contrario comprobé que existía otra zona de columpios, con un tobogán incluido. Me quedé pasmado y en mi cabeza la misma palabra rebotaba una y otra vez: “estúpido, estúpido, estúpido…”


No tenía número de teléfono ni dirección, así que iría el sábado siguiente a aclarar el malentendido. Me levanté temprano y me dirigí al puesto de las flores. No estaba allí y su lugar lo ocupaba  otro de bolsos y zapatos. Pregunté por ella a todos los vendedores circundantes, pero nadie sabía nada. Dicen que dejó de aparecer un sábado sin explicación alguna y no la habían vuelto a ver. Recorrí desesperado todo el mercado pero no encontré rastro de ella ni de su puesto. Las únicas flores que vi fueron un par de rosas marchitas encima de una papelera urbana. 

miércoles, 22 de junio de 2016

Sería mi destino

Autor: Antonio Cobos Ruz

A Rafi Castro

- Sería mi destino, señor juez…

Así comenzó a defenderse uno de los principales  acusados del primer juicio de la mañana cuando se abrió la vista y se inició el interrogatorio en los juzgados de la capital autonómica .
- Le juro que yo no he hecho nada malintencionadamente, - continuó el investigado - sino que las cosas me han venido así, sin comérmelo, ni bebérmelo. Debe ser mi destino – repitió y comenzó a desplegar su defensa -. La primera vez que me tocó la suerte fue cuando con el salario recién ‘cobrao’, decidí jugármelo entero a la lotería. Fue un impulso… – el acusado hacía un esfuerzo por recordar la palabra aprendida de memoria y que no terminaba de acudir a sus labios – un impulso irrefrenable, - dijo por fin, contento,– pero, es que no se me iba ese número de la cabeza. Y como ese mes habíamos ‘cobrao’ la paga extra, la suerte me favoreció el doble, sin esperármelo, una carambola, pues podría haber tenido ese … ímpetu lotero – manifestó feliz de no haber olvidado esas dos palabras - en un mes de cobro sencillo o en un sorteo menos cuantioso. Pero, a veces, no se entiende por qué ocurren las cosas. La verdad es que no sabía que hacer con tanto millón en la cuenta, y mire usted por donde, me entero que venden esos terrenos, los compro y a los pocos días me entero de que el ayuntamiento los había recalificado. Debe ser mi destino.
- ¿Conocía usted al señor alcalde? – le interrumpió el fiscal.
- De lejos, muy poco, señor letrado.
- Pero, ¿no es cierto que tuvo una entrevista con él, en el Ayuntamiento, unos días antes de la recalificación?
- ¡Ah, sí! Fui a arreglarle unos problemas a una tía mía. Algo sin mucha importancia, pero que a la pobre mujer la traía frita. Sí, sí, ahora que lo dice, …, sí, siií, le conocía. En los pueblos es que se conoce todo el mundo.

El interrogado se movía inquieto en su asiento mientras realizaba su declaración.
- ¿Y se acuerda del número del premio, ese que no se le iba de la cabeza?
- El del gordo, señoría, el del gordo, que ahora con los nervios no caigo, se me ha ido, pero yo me puedo enterar y si usted tiene interés en comprarlo, se puede preguntar, pero es muy difícil que salga otra vez… Claro, que en el bombo están todos los números.

El fiscal continuó con el interrogatorio.
- ¿Había mantenido usted entrevistas con el constructor encargado de la urbanización de las diez mil viviendas?¿Le conocía usted?
- Hombre, conocerle, conocerle, …, de vista sí. Es que, puf, conocer, lo que se dice conocer a una persona es muy difícil de afirmar. A lo mejor uno aparenta una cosa y luego es otra. Pero, vamos, yo le había visto. Incluso creo que había ‘hablao’ con él, me suena a mí.
- Mire, tenemos un testigo que asegura que usted recibió un dinero como testaferro por simular una compra de los terrenos, pero que el verdadero propietario era ya el constructor. ¿Qué tiene usted que manifestar sobre esto?
- Hombre, yo de eso que ha dicho usted, ‘testafierro,’ no he ‘trabajao’ nunca. Y si el propietario era ya el constructor, ¿para qué me iba a dar a mi un dinero? Eso…, eso no lo hace nadie con dos ‘deos’ de frente. Permítame que me ría, - dijo, aparentando estar más tranquilo, y tras haberle gustado su respuesta - aunque hay gente ‘pa tó’, pero, ¡hombre!...

- ¿Y no es cierto, - continuó el fiscal -  que el alcalde, el contratista y usted mismo, mantuvieron una entrevista en el bar ‘Las Copas’ del vecino pueblo de Cachorrillos?
- Pues ahora que lo dice, sí, …, se me había ‘olvidao’ decirlo. No sé quién se lo ha ‘podío’ contar. Pero, tenga usted ‘cuidao’ con la gente, que hay gente que enreda mucho las cosas. Y las envidias…, las envidias son muy malas en los pueblos. Pero, sí, sí, es cierto, nos encontramos de casualidad y nos tomamos unas cervezas…

El juicio continuó y se extendió a lo largo de toda la mañana, confesando varios imputados y diferentes testigos. Una vez que todas las partes expusieron sus declaraciones, manifestaron sus argumentos y presentaron sus pruebas, el señor juez se retiró a deliberar. Tras media hora de receso, el magistrado regresó a la sala y tomó asiento en el sillón principal del tribunal. Antes de leer el resultado de sus conclusiones, no pudo reprimirse el hacer un comentario aclaratorio al primer declarante de la mañana:
- Va usted a tener suerte. Tendrá comida y cama gratis durante quince años y un día. Debe ser su destino.

Tras ese no reprimido comentario, el señor juez con una amplia y bonachona sonrisa en los labios, procedió a presentar el contenido completo de su sentencia.

El destino

Autora: Pilar Sanjuán Nájera

“Sería mi destino”, dice mucha gente con resignación cuando algún acontecimiento ajeno a su voluntad cambia el rumbo de su vida.
¿Y qué es el destino, o el sino, como también se le llama? ¿Quién mueve sus hilos?
Hubo en otras épocas grandes polémicas en la Iglesia Católica sobre la predestinación. Los que creían en ella afirmaban que Dios elegía entre los nacidos a los que se iban a salvar y a los que no; o sea, que por capricho de Dios, había seres que estaban señalados por su dedo divino y por muchos méritos que hicieran, su destino sería el infierno. Prescindiendo de un Dios tan injusto y veleidoso, ¿por qué son tan distintos los destinos de las criaturas?
Por supuesto que estamos sujetos a acontecimientos que nos llegan inesperadamente: una enfermedad, un contratiempo, un accidente. Esto no podemos evitarlo, pero desde luego ocurre más entre gentes vulnerables y desamparadas. A un mendigo que duerme en la calle entre cartones, seguro que le ocurren más desgracias que al potentado que vive en una gran mansión.
Hoy precisamente, a la hora de comer, viendo el Telediario he sufrido un verdadero mazazo (llevo varios días pensando en esto del destino). Han dado dos noticias casi seguidas: en una nos mostraban a un niño recién nacido, hijo de los jóvenes reyes de Suecia, el día de su bautizo; ese niño, nada más nacer, ya era conde de no sé qué, y automáticamente será el próximo rey de Suecia. Casi de inmediato, nos cuenta el Telediario que una barcaza con más de 500 emigrantes volcaba por exceso de personal, y entre los supervivientes había una mujer embarazada. En este momento he pensado: ¿cuál va a ser el destino de ese niño cuando nazca? La madre no sabrá siquiera qué patria tendrá, pero sí imaginará lo que le espera: sufrimientos y penurias. Me ha parecido sangrante la injusticia que pesa sobre la vida de esos dos niños: el futuro rey y el emigrante sin futuro.
Pienso también en los destinos tan opuestos de niños que nacen en barrios residenciales de París, Nueva York, Madrid o Londres y los que nacen en Haití, Nepal, Somalia o la República del Congo.
En África hay países con riquezas ingentes en oro, diamantes, coltán, marfil o cacao y en Asia ocurre igual en los países productores de petróleo y gas natural alrededor del Golfo Pérsico, ¿qué le llega a la población de esas riquezas? Nada o casi nada. Son para los dirigentes y las Multinacionales. La población vive en la miseria. Ese es el amargo destino que les marcan los poderosos, y los poderosos carecen de sentimientos. La solidaridad hay que buscarla entre las gentes que menos tienen.
Sé muy directamente que los saharauis, cuando reciben un paquete de ropa y comida de algunas familias españolas, se reúnen con los vecinos y lo reparten. A estos pobres habitantes del Sahara Occidental les marcó el destino España abandonándolos a merced de la rapiña de los países limítrofes, sobre todo Marruecos, que los esquilma sin piedad. De nada les sirve a los saharauis tener en su territorio los yacimientos de fosfatos más importantes del mundo. A ellos no les llegan los beneficios.
O sea, que el destino de millones de personas depende de factores que no hay que buscarlos en lo sobrenatural, ni en fuerzas ocultas, ni en un Dios caprichoso. Hay otros dioses que se están apoderando del mundo y que lo rigen con una total falta de escrúpulos y una crueldad sin límites. Son los poderes financieros, políticos, religiosos, económicos, etc. A su sombra y amparadas por ellos, crecen las mafias depredadoras que hacen su agosto a costa de infelices que no pueden defenderse. El dinero es el dios de todos estos poderes.
Contra este entramado que siembra la injusticia se alzan grupos sociales llenos de buena voluntad que intentan neutralizar el daño que causan los nuevos adoradores del “becerro de oro”, pero no son suficientes: son las numerosas ONG, los cooperantes, el voluntariado, los Comedores Sociales, la Cruz Roja, Cáritas, Greenpeace, etc. Es verdaderamente meritorio lo que hacen, pero la necesidad es tanta, que apenas pueden solucionar pequeñas parcelas. En cada uno de esos países arrasados por los saqueadores haría falta un Mandela o un Gandhi, pero por desgracia, ellos ya no están.
A todos estos infortunios que agravan la situación de los desheredados, hay que añadir el egoísmo de las gentes adineradas que sólo piensan en aumentar sus caudales y se los llevan a paraísos fiscales, privando de sus impuestos a los países de origen. En España, esos dinerales que no tributan aquí, contribuyen a que los hospitales se vean desbordados por tantos enfermos sin personal suficiente para atenderlos; a que las guarderías escaseen, a que los trabajadores ganen cada vez menos y trabajen cada vez más, a que muchos niños y personas mayores no puedan hacer ni una comida al día, a que el paro sea escandaloso... ¿Cómo no se paran a pensar que su actitud tiene una gran parte de culpa en el destino sufriente de tantas criaturas?

No quiero acabar el relato sin hacer una mención al destino de esos refugiados sirios, subsaharianos y de otras nacionalidades, maltratados por Europa. Están sembrando de cadáveres el Mediterráneo hasta convertirlo en un cementerio. Decía por la radio hace días un palestino algo que me conmovió: “El Mediterráneo ha sido siempre el puente de unión entre todos los países que lo circundan. Ahora hemos hecho de él un foso que los separa”. Qué razón tenía. De seguir así las cosas, nos avergonzaremos de ser europeos.