lunes, 23 de mayo de 2016

La mentira

Autor: Antonio Cobos

Hamed y Khalid nacieron con unos días de distancia. Sus padres eran amigos y sus madres hermanas. Desde pequeños, Hamed, el mayor, había sido la cabeza pensante de todas las travesuras posibles al alcance de aquellos dos intrépidos jovenzuelos en un poblado perdido de unos escasos cientos de habitantes. Todo lo que podía ser hecho entre aquellas decenas de casas y sus alrededores, fue llevado a cabo por los dos primos, que casi parecían gemelos.
 
Cuidaron ganado y ayudaron a trabajar la tierra desde que tuvieron uso de razón. Cuando llegó el primer maestro al pueblo comenzaron a ir a la escuela y siguieron ayudando a sus padres. Encontraban tiempo para todo, para sacar a pastar el ganado, para aprender a leer y a escribir, para operar básicamente con los números, e incluso, para vigilar a las jóvenes cuando iban al río a lavar.

Crecieron con las lluvias y los estíos, y se convirtieron en los dos mozos más guapos y fornidos de la zona. Provocaban a su paso las miradas y las risas ocultas de las jóvenes y no había nadie en el poblado que pudiera hacer morder el polvo a Hamed en una pelea. Alcanzaban el momento de pensar por sí mismos cuando se desató aquella incomprensible y terrorífica guerra. Mezclaban sus ideas y sus vidas y se cuestionaban todo cuanto acontecía a su alrededor. Decidieron al unísono enrolarse en la guerrilla y defender los ideales del bando que ellos creían más honesto. Siempre defenderían la verdad, su verdad. Nunca mentirían, incluso aunque les costase la vida. Se marcharon de su pueblo y recorrieron miles de kilómetros de caminos polvorientos con un kalashnikov en la mano y unas botas llenas de agujeros. Siempre estuvieron juntos y se juraron cientos de veces defenderse el uno al otro hasta la muerte. Hamed promocionó dentro del grupo y llegó a ser su jefe. Era el único que sabía de memoria el nombre de los caudillos de los grupos guerrilleros de la zona y sólo él conocía los lugares y las fechas de los encuentros clandestinos en los que se coordinarían los ataques por sorpresa.

A la etapa de avance arrollador, le siguió otra, de retirada desordenada. El grupo de Hamed quedó diezmado y los supervivientes fueron hechos prisioneros. Un capitán del ejército enemigo entró en el recinto de alambradas donde se hallaban encerrados y preguntó:

- ¿Quién es Hamed?

Y Khalid, traicionando su juramento de decir siempre la verdad, proclamó con rapidez y altanería:

- Yo soy Hamed, ¿qué pasa?

Inmediatamente Hamed se puso de pie y dijo:

- Él no es Hamed.  Hamed soy yo.

Tras unos instantes de incertidumbre y silencio, un tercer miembro de la guerrilla, herido, se incorporó con dificultad y manifestó:

- No es verdad. Yo soy Hamed.

Un cuarto dijo:

- Hamed soy yo.

Y así se fueron incorporando uno a uno los guerrilleros, hasta que el enfurecido militar exclamó:

- ¡Llevaos al primero y fusilad al resto!

Khalid murió martirizado, pero los soldados nunca supieron los nombres de los jefes guerrilleros, ni los lugares en los que se produciría su encuentro. Hamed y los demás fallecieron de un disparo, sin haber sido torturados.
 
 

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