miércoles, 30 de septiembre de 2015

La diva

Autora: Elena Casanova

Llegó muy temprano, casi al amanecer, unas horas antes de lo previsto.  Cuando entró en recepción, detrás del mostrador se encontraba  Diego, el dueño y la única persona que conocía la hora exacta de su llegada. Con la cabeza cubierta por un pañuelo que le tapaba la mitad de la cara, le dio un rápido apretón de manos y subió a su habitación aceleradamente. Por la mañana, Diego, no nos podía contar nada más porque había firmado un contrato de confidencialidad que le prohibía difundir cualquiera de las  rutinas durante su estancia en el hotel.

A las siete en punto bajó a recepción  una señora de mediana edad, el pelo recogido en un moño bajo, un discreto vestido negro por debajo de la rodilla con unos zapatos del mismo color y tacón bajo. Con semblante  sereno y muy serio preguntó por el dueño del hotel y, una vez que estuvo delante, le soltó una lista de todos los cambios que había que hacer en la 315. Después de leer el contenido, Diego me llamó a su despacho para  comunicarme que a partir de ese momento yo sería la encargada de satisfacer todas las necesidades de la diva, nombre que utilizaríamos a partir de ese momento para referirnos a la famosísima actriz de origen belga que visitaba nuestro país, en concreto la provincia de Jaén, para  grabar un anuncio de aceite.  Había decidido hospedarse en un pequeño y apartado hotel de la sierra de Cazorla, donde  trabajé durante el verano del 95. No me lo podía creer, jamás hubiese imaginado estar tan cerca de una de mis actrices favoritas cuyas películas me las sabía de memoria.

Cuando subí a su habitación creí que la encontraría todavía allí pero no había rastro de ella. Solo vi a la mujer de negro que estuvo casi todo el día pegada a mis espaldas sin parar de dar órdenes y corregir continuamente la manera en que debía hacer mi trabajo. A partir de ese momento, y durante la semana que la diva permaneció en el hotel, las horas se volvieron tensas e infinitas.

Comencé por cambiar las toallas y sábanas. Todas tenían que ser del mismo color y colocadas de una manera muy específica. No podía haber menos de un par de toallas en el baño colocadas encima del lavabo con tres dobleces. Hacer la cama suponía una verdadera tortura.  La señora de negro, supervisando cada uno de mis movimientos, no toleraba que hubiera ni una mínima arruga en toda la superficie, con lo que en más de una ocasión tuve que bajar a la lavandería para que mis compañeros volvieran a planchar la ropa de la cama. La iluminación fue sustituida por bombillas halógenas y tuve que colocar tres lamparitas auxiliares más por toda la habitación. Otra de mis obligaciones consistía en poner flores frescas en un par de jarrones  todos los días y cada uno de ellos debía de contener doce rosas amarillas con los tallos cortados a la misma altura. Tampoco podía faltar media docena de botellas de seiscientos mililitros de agua mineral, varios paquetes de chicles de diversos sabores y caramelos sin azúcar. Limpiaba la habitación  de forma minuciosa dos veces al día, incluso me llegué a acostumbrar a la señora de negro detrás de mí y contando  las veces que pasaba la aspiradora por cada uno de los rincones, mirándola  de reojo cuando repasaba con el dedo la superficie de los muebles.

Pero mi jornada no tenía horarios fijos, en cualquier momento del día o de la noche tenía que estar disponible para cualquier eventualidad. Antes de acostarse, la diva  solía pedir un vaso de agua caliente a 25 grados exactos y no hubo noche en la que no se le antojara cualquier cosa: desde un sándwich hasta unas velas con olor  a vainilla. Cuando subía a su habitación intentaba colarme y echar un vistazo porque mi deseo era conocer a la  persona que me estaba dando tanto trabajo y a la  actriz que  había admirado toda mi vida.  Sin embargo, detrás de la puerta, siempre aparecía la mujer de negro que me impedía acceder a la habitación cuando la diva se hallaba en ella.


El día que se marchó, lo hizo tan temprano que nadie en el hotel tuvimos la oportunidad de verla. A pesar del trabajo y la ansiedad que me había producido su estancia en el hotel, sentí un poco de nostalgia con su marcha. Cuando entré en la habitación 315  encontré una nota escrita en un español torpe e incorrecto: “Yo doy a ti las grazias todo tu attenzion y generoso. I owe you.”

martes, 29 de septiembre de 2015

El cine

Autora: Pilar Sanjuán 


Siempre he creído que el cine es uno de los inventos más extraordinarios de la modernidad. Un vehículo para la cultura, tan eficaz como la Educación y la Literatura, con los que puede ir de la mano. Así sería si los Gobiernos no intentaran (y muchas veces consiguieran) manipularlo y maniatarlo dándole el uso que a ellos les conviene, o sea, aprovechándose de él para hacer propaganda a su favor.
En las Dictaduras, esta manipulación ha sido descarada; Rusia hacía películas de propaganda pro-Soviética, a la vez que la Alemania de Hitler las hacía a favor del Nazismo, o la Italia de Mussolini, del Fascismo. En España, la propaganda a favor del franquismo tuvo en el Director José Luis Sáenz de Heredia, primo de José Antonio Primo de Rivera, el máximo representante; a él se deben, entre otras, las películas “Raza” y “Franco, ese hombre” en las que la figura del Dictador quedaba a gran altura.
También en las democracias se hizo cine propagandístico, EE. UU. por ejemplo, durante la II Guerra Mundial y después nos invadía con sus películas bélicas en las que los Generales y el ejército estadounidense eran ejemplos de heroicidad, siempre en defensa de la “justicia” y el “bien”. En Francia, con bastante razón, eso sí, se hizo mucho cine sobre la Resistencia contra el Nazismo. De todas formas, el cine francés, no sé si por haber nacido allí, siempre ha estado más considerado y protegido por sus gobiernos y ha gozado de más libertad que en otros países; sus Directores hacían y hacen la clase de cine que les apetece. Cuando el nuestro estaba encorsetado y constreñido por la censura franquista, los españolitos que podían, iban a ver películas prohibidas en España a Perpignan (Francia). Se supone que sus cinco sentidos agudizados y vírgenes, ante aquellas escenas, quedarían enajenados y en éxtasis.
Ahora en España, la censura del Gobierno actual, consiste en aplicar un IVA cultural abusivo que deja maniatados al cine, al teatro, a la Música, al Ballet etc. Veremos si surgen nuevos Gobiernos de las corrientes renovadoras que sean capaces de bajar el IVA y dejar respirar a la asfixiada cultura.
El malestar de los cineastas se pone de manifiesto cada año en la Gala de los Goya. Allí, actores, actrices y Directores hacen oír sus voces de protesta ante la presencia del Ministro de turno.
Siempre me ha gustado el cine. He pasado y paso con él ratos inolvidables. Recuerdo con nostalgia los cines de verano de mi juventud en Úbeda. Había cuatro o cinco en los que era una delicia disfrutar, no sólo de la película, sino de un aire limpio y fresco, de las estrellas en lo alto, del suelo de tierra apisonada recién regado, del aroma de las plantas llamadas “dompedros” que perfumaban el ambiente... Antonio Muñoz Molina habla de esos cines en alguno de sus libros, porque en su niñez, iba todas las noches a gozar de esos sencillos placeres.
Aún recuerdo la primera vez que fui al cine; tenía unos once años y me llevó mi hermana Julieta en Logroño, un poco antes de venir como “desterrados a Úbeda (represalias del Régimen a mis padres por haber sido Maestros republicanos). La película que vimos jamás se me olvidará, tan grande fue mi impresión; era policiaca y se titulaba “Charlie Chan en Egipto”. Este personaje, un detective chino, andaba siempre de tiroteos. Para mí, lo que ocurría en la pantalla era real, así que cada vez que disparaban, yo me escondía tras la butaca de delante, igualito que hacían en el Congreso aquellos valientes Diputados cuando el asalto de Tejero. Debí pensar - de esto no me acuerdo - cómo es que mi hermana me ponía en peligro de esa manera. Pasé tanto miedo, que se me enfriaron los entusiasmos por el cine. Menos mal, pues iban a transcurrir varios años antes de ir de nuevo.
Por fin, con quince años, en mi adolescencia, empecé a ver películas en la terraza de mi amiga Josefina en Úbeda. Vivía al lado de un cine de verano. Esto fue para mí algo extraordinario: ver cine todas las noches sin pagar un céntimo. El único inconveniente era que tenía que volver a casa antes de terminar la película para no llegar tarde. Me costaba horrores arrancarme de la terraza sin ver el final. Al día siguiente, me lo contaba Josefina. Allí pudimos ver el cine que se permitía: películas folclóricas con Imperio Argentina, Miguel Ligero, Lola Flores, Juanita Reina etc. Rancias películas históricas como “Alba de América”, “Jeromín”, “Locura de Amor” o “Agustina de Aragón”. En estas dos últimas, los gritos y los “excesos” gestuales de Aurora Bautista nos ponían la carne de gallina... Pero lo que más nos gustaba eran películas del Oeste, con vaqueros valientes, sudorosos, guapos y decididos que limpiaban de forajidos aquellos pueblos cuya gente pacífica estaba siempre amenazada por el polvo y los bandidos. Algunos de estos vaqueros, duros con los malvados, sucumbían a los encantos de la chica del SALOON y se enamoraba de ella. Por la noche, las quinceañeras soñábamos con idilios entre sombreros tejanos, pistoleras y caballos galopantes. Nuestra imaginación desbordada y nuestra realidad plagada de austeridades propiciaba estos “desmadres” que nos sacaban de la rutina.
 El cine nació en Francia, inventado por los hermanos Lumière. Su primera película fue un corto de diez minutos el año 1895.
 Al principio, el cine fue mudo y en él triunfaron Charlot y Buster Keaton. El año 1927 comenzó el cine sonoro y algunas actrices de gran fama se hundieron porque sus voces desagradables o estridentes no quedaban bien y tuvieron que retirarse.
Rodar una película es un trabajo arduo, que necesita la colaboración de muchas personas: Director, Productor, guionistas, actores y actrices, Director de fotografía, maquilladores, expertos en localizaciones, músicos etc etc.
A veces el Productor, dueño del dinero, interfiere en el trabajo del Director y se crean tensiones que entorpecen el rodaje; por eso, los Directores, siempre que pueden, son también Productores y así trabajan con entera libertad. Un productor que jamás se inmiscuyó en la labor de sus Directores, fue verdaderamente ejemplar: Elías Querejeta, ya desaparecido.
   El guionista supone una parte importantísima en el buen resultado de una película. Tuvimos uno (ya murió por desgracia) que fue el mejor del mundo: Rafael Azcona; película donde él intervenía, era un éxito. Son ejemplos “El cochecito”, “La prima Angélica”, “El pisito”, “La escopeta nacional”, “Plácido”, “El verdugo” etc etc. En cuanto a los iluminadores o fotógrafos son otro elemento imprescindible en el buen resultado de una filmación. También tuvimos uno que se lo disputaban los mejores Directores europeos y estadounidenses: Néstor Almendros. Nació en Barcelona y aprendió su oficio muy joven en Cuba, Nueva York, Italia y Francia. Murió ya hace tiempo.
¿Y qué decir de los Directores? Son el alma de la película. Un buen Director, acompañado de un buen guionista y un buen fotógrafo consiguen el milagro de hacer películas inolvidables. Los hemos tenido y los tenemos en España excelentes. Ya se fueron Buñuel, Pilar Miró, Juan Antonio Bardem, Fernán Gómez, Berlanga, Ricardo Franco. De Bardem hemos visto recientemente una película donde se pone de manifiesto lo que es capaz de hacer un buen Director: me refiero a “La venganza”, de ambiente rural; supo conseguir que una actriz mediocre como Carmen Sevilla, trabajara admirablemente; y con ropa burda, sobresale por sus gestos contenidos, su expresión seria y convincente; logró que hablase con naturalidad, que no sonriera continuamente; en fin, la transformó y nos dejó asombrados el resultado: Carmen Sevilla estaba a años luz de sus películas folclóricas, se había convertido en una gran actriz. Igual ocurrió en la película “La tía Tula”, en la que el Director Miguel Picazo fue capaz de “contener” a Aurora Bautista, que hizo un trabajo modélico.
No quiero dejar de citar Directores/as actuales que son excelentes: Carlos Saura, José Luis Borau, Iciar Bollaín, José Luis Cuerda, Alejandro Amenábar, Gracia Querejeta, Fernando Trueba, Isabel Coixet, Jaime Chávarri, Mario Camus y un largo etc. Es imposible citar a todos. En cuanto a actores y actrices, los tenemos extraordinarios.

Nuestro cine necesita otra Pilar Miró, que cuando fue Directora General de Cinematografía de 1982  a 1985, promovió leyes de protección al cine para mejorar su calidad y lo consiguió. Ahora, rodar una película es un acto casi heroico, porque, ¿quién asume esos gastos astronómicos sin apenas ayudas? Ojalá reciba otra vez la protección que merece.

lunes, 28 de septiembre de 2015

Años sesenta (El cine de invierno)

Autor: Antonio Cobos


Luis acababa de celebrar su duodécimo aniversario y consideró que con esa edad, ya era lo suficientemente mayor como para tener una novia. Había una niñita rubia, de más o menos su misma edad, que vivía en una de las calles que recorría para ir desde su casa al instituto y viceversa. Casi todos los días, cuando regresaba de las sesiones de clase de la mañana, coincidía con la hermosa niña de los cabellos dorados, que jugaba con otras niñas en algún lugar de su calle o estaba hablando en la puerta de su casa.

No se miraban directamente, pero sí solían hacerlo de soslayo. Él, la miraba de lejos y apartaba la vista cuando se acercaba. Ella, parecía querer hacerse notar cuando aquel repeinado chico moreno se aproximaba, transportando aquella cartera grande de piel que parecía pesar más que un gran saco de patatas.

La flamante  y vistosa bicicleta que le habían regalado sus padres para su cumpleaños y las buenas notas que había obtenido en los recién terminados exámenes de segundo de bachillerato, con sus consecuentes felicitaciones y regalos, habían infundido en Luis una mayor confianza en sí mismo y una inmensa aureola de triunfo que le impulsaron a dar el paso definitivo.

Habló con su amigo Ignacio, un compañero de clase que también sacaba buenas notas y que salía con Maricarmen, una amiga de la rubia de sus sueños. Ignacio y Maricarmen comenzaron a salir al final del verano anterior y paseaban juntos, siempre que no dieran aviso sus respectivos amigos de que había peligro a la vista o de que ellos mismos lo avistaran. El peligro consistía en que se aproximara algún familiar de alguno de los dos,  y especialmente, la situación de sálvese quién pueda se daba, si el familiar era un tío o un primo de ella.

Luis estaba preparado para recibir una negación inicial de Laura, pues en el pueblo no se consideraba muy adecuado decir que sí a la primera, ya que en ese caso, quizás el chico pensara que la chica era una fresca o que estaba excesivamente interesada en tener relaciones con cualquiera. Pero para sorpresa suya, Laurita dijo que sí, que aceptaba pasearse con Luis; ahora bien, siempre que hubiera otra amiga con ellos y siempre que Luis se separase con rapidez si es que aparecía a lo lejos alguno de sus familiares. Luis aceptó aquellas dos rígidas condiciones sin discutirlas y un día de primeros de julio, esperó en el recién inaugurado parque municipal la aparición de su amor, que se presentaría acompañada de Ignacio y Maricarmen. Buscaba una sombra mientras sudaba a chorros, tanto por el calor de la tarde como por el sofoco que le provocaba el inicio de aquella relación.

Aparecieron los tres, más Elenita, la inseparable amiga de la Dulcinea de Luis. Ignacio y Maricarmen hicieron las presentaciones y se marcharon para hacer su vida independiente. Ellos ya salían solos sin la presencia de una amiga de la chica, como fue normal al principio. Los tres recién presentados comenzaron a darse sus paseos, parque arriba y parque abajo. Laurita iba en el medio, muy cogida al brazo de su amiga y al otro lado llevaba a Luisito, a una distancia prudencial. Entre palabra y palabra, los ojos de Laura volaban hacia lo lejos oteando un horizonte que le permitiera detectar el peligro de una aproximación familiar lo más rápidamente posible. Tras un primer cruce de confesiones íntimas en las que los dos se comunicaron que nunca antes habían tenido novio o novia y que era la primera vez que se paseaban con un chico  o una chica y en las que ella quiso dejar claro desde el principio que lo aceptaba como amigo para pasearse, pero que lo de novia o novio era algo a considerar en profundidad más adelante, ambos se relajaron bastante. Luís había comprado dos cucuruchos de pipas saladas de girasol de una gorda cada uno y le pareció que era el momento oportuno de invitarlas a pipas. Sacó los cucuruchos del bolsillo, les dio uno a ellas y él se quedó con el otro. Comer pipas y la atenta vigilancia del horizonte dificultaron un tanto la fluidez de comunicación de la nueva pareja que inició sus paseos por el parque en una fecha memorable: el día de San Fermín. Esos dos factores que condicionaron tanto su primer paseo, no parecieron influir de la misma manera en Elenita, que no paraba de hablar y de hacer preguntas a Luís sobre multitud de temas. Preguntas que iban dirigidas a que su amiga Laura recopilara toda la información posible sobre el novísimo pretendiente. Luis contestó a Elena, pensando que lo hacía a Laura. Habló de su familia, de sus amigos, del instituto, de la bicicleta, … y así, parque arriba y parque abajo, llegaron a las diez menos veinte, la hora tope que Laurita tenía establecida para poder estar de regreso en su casa a las diez menos cuarto.

Paseo arriba y paseo abajo pasó el verano, pero Luis nunca pasó del medio metro de distancia de su amiga. Laura acudía normalmente con Elena aunque alguna vez apareció con otra amiga, o con Ignacio y Maricarmen. Hacia el final del estío los paseos por el parque se ampliaron alguna vez por la zona alta del mismo, un área que no estaba tan iluminada y en la que el medio metro de distancia pasó a ser una separación de cuarenta, treinta, veinte o incluso diez centímetros. No hubo mayor aproximación física, pero sí se dieron algunos choques fortuitos de brazos o un encontronazo inconsciente cuando ante una situación de alarma familiar uno salió disparado en la dirección contraria que el otro.

Llegó el inicio de curso con la llegada del otoño. Entonces el curso empezaba en los primeros días de octubre y también comenzaba en octubre la temporada del cine de invierno. Sólo había sesiones de cine los sábados y los domingos. Y el domingo había tres funciones: una a las tres, que siempre era tolerada para menores, otra a las cinco y otra a la siete. Estas dos últimas sesiones solían ser de la misma película, que normalmente era no apta.

El domingo de después del Día del Pilar, Luis decidió que era el momento de dar un paso adelante en sus relaciones con Laura. La invitó al cine, a la sesión de las tres, y al obtener una respuesta afirmativa tuvo que recurrir a sus ahorros pues también tuvo que invitar a Elenita. Su asignación semanal era de un duro, es decir, cinco pesetas.

A las tres menos diez, Luis ya había sacado las tres entradas sin numerar y aguardaba la llegada de sus invitadas. Una fila irregular de niños y adolescentes formaban cola frente a la taquilla, para sacar los billetes de la sesión del ‘matiné’, función llamada así aunque comenzara a las tres de la tarde, y que vendían a 3 pesetas la entrada. Enfrente del cine un señor mayor, casi un anciano, sostenía una cesta de mimbre y vendía pipas tostadas de girasol, cacahuetes  con cáscara y sin cáscara (a los que en el pueblo llamaban avellanas), caramelos, regalí, cigarros sueltos y alguna cosa más. Generoso y espléndido, Luis compró pipas, avellanas con cáscara y regalí para los tres. A las tres menos cinco aparecieron Laura y Elena cogidas del brazo y los tres entraron a la vez en el local. Luís había pensado coger los asientos en el centro de la fila de atrás, pero ya se le habían adelantado. No tuvo más remedio que coger asientos en la fila final del lateral derecho. Elena decía que ese sitio era muy malo y que se veía mejor en las filas centrales y más cerca de la pantalla. Laura no decía nada y eso le dio valor a Luís para insistir en que aquel lugar elegido por él era el mejor. Si Laura hubiera seguido las indicaciones de su amiga no se hubiera atrevido a contradecirla.

Se apagaron las luces y comenzó la película de aventuras. Las voces se fueron acallando tras un primer momento en que el mayor ruido provenía de los espectadores que mandaban callar a los demás, que de los propios charlatanes de última hora. Con las primeras imágenes habladas se hizo un silencio  total y sólo se oía un ruido de fondo generalizado, de gente que comía pipas. Ese sonido peculiar iría desapareciendo a lo largo de la película y a medida que las pipas se iban terminando.

Luis estaba más pendiente de cómo hacer para aproximarse a Laura que de las aventuras del protagonista y según avanzaba la historia, él se fue desplazando poco a poco hacia el asiento de Laura. Primero intentó aproximar la pierna, pues pensó que al tratarse de las extremidades corporales, que eran partes menos púdicas, igual había suerte de poderlas tener un rato juntitas, una al lado de la otra. Como por la rodilla no podía acercarse por culpa del asiento, intentó aproximar el pie. Pero nada, parecía que no hubiera pies en el asiento contiguo. Intentó entonces acercar el brazo y sobrepasó el apoya brazos de los asientos para no encontrar contacto alguno tampoco. Se giró a mirar al asiento de al lado para cerciorarse de que Laura seguía allí, aunque estuviera seguro de que tenía que ser así. Laura estaba retrepada hacia Elena y también giro su cabeza cuando se percató de que Luís la miraba. Sonrió. A Luis no le dio tiempo de captar esa sonrisa fugaz pues rápidamente volvió a mirar hacia la película, aunque no estuviera siguiendo el desarrollo de aquella historia. No sabía que hacer, cuando percibió que Laura se había movido un poco hacia él y había colocado su brazo en el apoyabrazos que Luis había dejado momentáneamente libre. Volvió a aproximar su brazo izquierdo hacia el asiento de al lado y tropezó con el codo de ella. Un estremecimiento le recorrió todo el cuerpo y debió de ponerse colorado cuando se hizo consciente de que ella no había retirado su brazo.

Laura deseaba que Luis le pasara el brazo por los hombros. Si lo hacía, esperaría un poquito y echaría su cabeza en el hombro de él. Sabía que no estaba bien, pero era lo que le apetecía. Luis no parecía ir por esa línea, pues en lugar de levantar el brazo para echárselo por los hombros, lo que hacía era bajar el brazo y pegar el antebrazo al de ella.

Avanzaba la película, pero ellos estaban más atentos a los movimientos del otro que al flujo cinematográfico. Laura mantuvo el brazo rígido y Luis siguió aproximando el antebrazo lentamente hasta que su dedo meñique  contactó con el dedo meñique de ella. Los dos estiraron los meñiques y estuvieron así durante unos minutos. Luis pensó que debía pasar a otra fase y pasó varios dedos por encima de los dedos de Laura. Ésta miraba al frente, a la pantalla, fijamente, como si fuera a tragársela con los ojos. Le seguía apeteciendo que le pasara el brazo por los hombros y la aproximara hacia él, pero también le apetecía ahora que se cogieran de la mano. Separó  sus dedos y él metió los suyos entremedias de los de ella. Laura giró su mano y la puso boca arriba. Luis agarró aquella mano sudorosa y la apretó con la suya. Recibió respuesta. Giró su cabeza y Laura giró la suya. Sus ojos se encontraron. Sus caras parecían estar traspuestas, eran caras congestionadas, medio llenas de pavor y medio llenas de éxtasis. Él le preguntó en voz muy baja: “¿Quieres ser mi novia?’” y ella, sin salirle la voz del cuerpo, dijo un “sí“ muy bajito mientras movía su cabeza de arriba a abajo sin dejar de mirarle. Él acercó su cabeza y le dio un beso pequeño y fugaz en los labios. Siguieron cogidos de la mano hasta el final de la película.

domingo, 27 de septiembre de 2015

El rodaje

Autora: Carmen Sánchez Pasadas


A Reme el pueblo se le quedó pequeño muy pronto. La muerte precipitada de su padre, sepultó con él, una parte de su vida y futuro. La niña traviesa, que soñaba con volar en el trapecio de un circo, desde que lo vio por primera vez, se convirtió en una joven algo reservada, cuando tuvo que abandonar el instituto, para trabajar en la casa de comidas familiar. De un día para otro, su existencia placentera, llena de fantasías juveniles, quedó atrás, dando paso a una realidad de adultos.

Desde entonces, su jornada empezaba con el amanecer, cuando encendía la cafetera, antes de que llegaran los clientes más madrugadores y terminaba fregando, bien entrada la noche. Pese a todo, la madre nunca oyó una queja de sus labios, sino al contrario, palabras de ánimo, cuando la madre maldecía la mala suerte de ambas,  Reme tenía buen carácter y se adaptó a lo que se esperaba de ella, sin mostrar descontento. El duro trance que trastocó sus vidas, se dulcificó con el tiempo, que fluía ajeno a cualquier adversidad, y así el devenir del pueblo siguió su camino. Poco a poco, las amigas de Reme se fueron alejando. Unas continuaron sus estudios en la capital, otras encontraron trabajo o se casaron y se marcharon. Mientras,  madre e hija iban sacando adelante el negocio, envejeciendo una y madurando la otra.

Progresivamente el restaurante fue prosperando, sin embargo, Reme empezó a notar un vacío en su interior que crecía dejándole un sabor amargo. Ella intentaba estar atareada, para que ese pesar, que la invadía de forma inesperada, no apareciera y sobre todo, se esforzaba en ocultarlo. Pero la madre, consciente de la soledad de la hija, en seguida intuyó la nostalgia que sentía. Así que, justificándose en la buena marcha de la empresa, decidió que cerrarían cada martes para descansar y obligarla de este modo, a que saliera a distraerse. El ambiente conservador de entonces no permitía que una mujer saliera sola, por lo que madre e hija fueron al cine aquella tarde. La emoción que Reme sintió fue tan intensa, que repetía cada día libre que tenía, ya fuera acompañada por su madre o alguna prima. Desde aquella tarde, el peso de toda la semana fue más liviano y la charlatanería de las conversaciones habituales, menos decepcionante.

Cuando estaba en el cine sentía que ella formaba parte de la historia que sucedía antes sus ojos. Reía o lloraba con los personajes, se enamoraba perdidamente del galán que tuviera ante sí, u odiaba al “malo” de turno. Por un instante olvidaba su vida anodina y se transformaba en la protagonista que vivía aventuras trepidantes, o se sentía la mujer más bella, que seducía al actor más atractivo. A veces, si la película era de suspense, se descubría sentada al borde de la butaca, o estaba rígida, si era de misterio o terror. Estos momentos fugaces de felicidad, consiguieron que sus accesos de melancolía se diluyeran, aunque la herida interior no hubiera cicatrizado.

Pero sucedió un acontecimiento extraordinario, que cambió la vida del pueblo y sus vecinos. Una productora cinematográfica extranjera eligió los parajes próximos a la población para rodar los exteriores de su película. La ingente cantidad de personas que formaba el equipo de filmación, alteró la desidia del pueblo, donde nunca pasaba nada interesante. Además, curiosos de localidades cercanas, venían también, dada la expectación que generaba la noticia del rodaje.  Hoteles, restaurantes o cafés, estaban llenos a cualquier hora. Gran parte de los habitantes fueron contratados para colaborar con los técnicos en actividades relacionadas con la producción, entre ellos se encontraba el sastre, el carpintero y otros muchos.  Pero lo que generó mayor interés, fue la participación en la película como personajes secundarios o “extras”. Afortunadamente para la localidad, la filmación se prolongó más de lo previsto, dando lugar a la aparición de lazos afectivos entre los visitantes y los lugareños.

Todas estas circunstancias, beneficiaron igualmente al negocio de Reme y su madre. Durante los días que transcurrió el rodaje, un grupo de actores, desconocidos para la mayoría del público, asistía al establecimiento de comidas familiar. Así Reme conoció a John, un especialista inglés, robusto y algo tímido. Desde el principio, ella se quedó fascinada oyendo las anécdotas que contaban entre ellos, relacionadas con la filmación de escenas peligrosas. Luego se dio cuenta de que él la observaba disimuladamente al principio y después abiertamente. Más tarde, se hacía el encontradizo o se demoraba cuando los compañeros salían del restaurante.

Por su parte,  John no sabía explicar que le atraía tanto de Reme, quizás, pensaba, estaba influenciado por el ambiente festivo del entorno, pero de cualquier manera sentía que era especial y buscaba cualquier ocasión para estar cerca de ella.

Definitivamente, esta película cambió sus vidas. Desde entonces Reme comparte su vida con John. A veces están en Inglaterra, otras en España y la mayoría de las ocasiones, donde se desarrolle la película que él esté rodando en ese momento.