Tengo miedo al señor No, a
su grito, a su calma envenenada.
La mañana es de plomo y me
enseña su boca de frío.
Mi alma tiene un llanto
callado, de muda sirena
tirada en el fondo de un
océano deshabitado.
Tengo miedo al señor No, a
su queja, a su agrio lamento.
La tarde es de hielo, sus
aristas afiladas me hieren.
Mi cabeza está muerta como
muerto está el suspiro de luz
perdido en mitad del
universo inagotable.
Tengo miedo al señor No, a
su encanto de serpiente.
La noche es de silencio,
de negras palabras escondidas.
Me siento tan cansada, tan
sombra agazapada, tan gris,
que la voz agoniza en mi
boca, que mi boca está ciega.
Y una aurora de ausencia me
acecha y no me ve.
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