Ali es mala. Su madre acaba de
repetirlo otra vez, antes de encerrarla en el cuarto oscuro. La niña tiene
cinco años y lo ha oído muchas veces. Por su culpa, su padre ha gritado cosas que
no entiende y se ha marchado. Su madre también ha gritado. La pequeña, como
otras veces, se ha escondido tras el sillón y ha permanecido inmóvil con los
oídos tapados. Pero ha oído los gritos.
Luego, cuando están a solas, la
madre la ha cogido del pelo hasta el minúsculo habitáculo y después ha cerrado
con llave. Ali empieza a llorar, pero se traga sus mocos y sus lágrimas para no
hacer ruido. No quiere que la oiga. Se limpia rápido, para que no se enfade más.
Apenas se puede mover y pronto empiezan a dolerle las piernas encogidas. Además
le da miedo la oscuridad, así que, se imagina que está en su habitación y
cierra los ojos para dormirse. No lo consigue, pero le ayuda a dejar de llorar.
La niña no sabe lo que ocurre. A
veces, la madre es muy linda, sonríe, la abraza y también le prepara su comida
preferida. Entonces su padre está contento y hacen cosas juntos. Van al parque
o le compran un helado. Ella sabe que el padre la quiere mucho y nunca apaga la
luz.
Pero cuando gritan, él se enfada
y se marcha. En esos momentos, la madre se pone muy fea y le dice que ella
tiene la culpa. La niña se asusta mucho cuando la mira de esa manera. Se queda
muy quieta, como si pudiera detener lo que va a suceder. Se encoge esperando
hacerse invisible y desaparecer, porque presiente que acabará en el cuarto.
Pero sus esfuerzos son vanos, la madre estalla en insultos mientras la arrastra
hasta el trastero.
A Ali, le da mucho miedo que la
abandone en el cuarto. Teme que nadie la saque de allí. Una vez estuvo un día
entero. Ahora, no sabe cuánto tiempo lleva en la oscuridad. Le duelen las
piernas y los brazos. Los ojos se han acostumbrado a la penumbra y atisba un
hilo de luz bajo la puerta, pero no oye nada. La han abandonado, piensa. Su
padre no volverá y su madre también la ha dejado. Se le ocurre que podría
gritar para pedir ayuda, pero duda y reflexiona ¿y si ella la está acechando y si
se enoja nuevamente?, la dejaría, aún, más tiempo encerrada. El ruido de la
llave abriendo la puerta la saca de sus pensamientos. ¡No la ha abandonado!, se
dice con entusiasmo.
Sin embargo, presiente que algo
no va bien. La casa está silenciosa y en penumbra, y aunque la madre no está
enfadada, tiene una mirada extraña. Le habla con dulzura, mientras la conduce
con firmeza hacia la cocina. Le dice que van a jugar. Todo está limpio y
ordenado. Sólo hay un objeto en la mesa. Un cuchillo grande y brillante reluce
sobre una toalla. La niña temerosa se deja llevar hasta la silla próxima. La
madre se coloca detrás, a su espalda y la pequeña nota el aliento materno en su
nuca. Por un instante contiene la respiración, un ruido metálico se estrella
contra el suelo, rompiendo el silencio.
De un salto, Ali coge las tijeras
de pescado. Sin mirar al suelo, y sonriendo, se las ofrece a la madre mientras le dice que quiere que le corte el
pelo. Jugarán a peluqueras.
Quizás sea intuición, o acaso
remordimiento, lo que lleva al padre a
volver a casa. Su rostro queda lívido, al abrir la puerta de la cocina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario