viernes, 30 de octubre de 2015

El cuarto oscuro

Autora: Carmen Sánchez


Ali es mala. Su madre acaba de repetirlo otra vez, antes de encerrarla en el cuarto oscuro. La niña tiene cinco años y lo ha oído muchas veces. Por su culpa, su padre ha gritado cosas que no entiende y se ha marchado. Su madre también ha gritado. La pequeña, como otras veces, se ha escondido tras el sillón y ha permanecido inmóvil con los oídos tapados. Pero ha oído los gritos.

Luego, cuando están a solas, la madre la ha cogido del pelo hasta el minúsculo habitáculo y después ha cerrado con llave. Ali empieza a llorar, pero se traga sus mocos y sus lágrimas para no hacer ruido. No quiere que la oiga. Se limpia rápido, para que no se enfade más. Apenas se puede mover y pronto empiezan a dolerle las piernas encogidas. Además le da miedo la oscuridad, así que, se imagina que está en su habitación y cierra los ojos para dormirse. No lo consigue, pero le ayuda a dejar de llorar.

La niña no sabe lo que ocurre. A veces, la madre es muy linda, sonríe, la abraza y también le prepara su comida preferida. Entonces su padre está contento y hacen cosas juntos. Van al parque o le compran un helado. Ella sabe que el padre la quiere mucho y nunca apaga la luz.

Pero cuando gritan, él se enfada y se marcha. En esos momentos, la madre se pone muy fea y le dice que ella tiene la culpa. La niña se asusta mucho cuando la mira de esa manera. Se queda muy quieta, como si pudiera detener lo que va a suceder. Se encoge esperando hacerse invisible y desaparecer, porque presiente que acabará en el cuarto. Pero sus esfuerzos son vanos, la madre estalla en insultos mientras la arrastra hasta el trastero.

A Ali, le da mucho miedo que la abandone en el cuarto. Teme que nadie la saque de allí. Una vez estuvo un día entero. Ahora, no sabe cuánto tiempo lleva en la oscuridad. Le duelen las piernas y los brazos. Los ojos se han acostumbrado a la penumbra y atisba un hilo de luz bajo la puerta, pero no oye nada. La han abandonado, piensa. Su padre no volverá y su madre también la ha dejado. Se le ocurre que podría gritar para pedir ayuda, pero duda y reflexiona ¿y si ella la está acechando y si se enoja nuevamente?, la dejaría, aún, más tiempo encerrada. El ruido de la llave abriendo la puerta la saca de sus pensamientos. ¡No la ha abandonado!, se dice con entusiasmo.

Sin embargo, presiente que algo no va bien. La casa está silenciosa y en penumbra, y aunque la madre no está enfadada, tiene una mirada extraña. Le habla con dulzura, mientras la conduce con firmeza hacia la cocina. Le dice que van a jugar. Todo está limpio y ordenado. Sólo hay un objeto en la mesa. Un cuchillo grande y brillante reluce sobre una toalla. La niña temerosa se deja llevar hasta la silla próxima. La madre se coloca detrás, a su espalda y la pequeña nota el aliento materno en su nuca. Por un instante contiene la respiración, un ruido metálico se estrella contra el suelo, rompiendo el silencio.

De un salto, Ali coge las tijeras de pescado. Sin mirar al suelo, y sonriendo, se las ofrece a la madre  mientras le dice que quiere que le corte el pelo. Jugarán a peluqueras.


Quizás sea intuición, o acaso remordimiento,  lo que lleva al padre a volver a casa. Su rostro queda lívido, al abrir la puerta de la cocina.

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