El miedo es un sentimiento
que nos acompaña desde que nacemos. ¿O quizá antes de nacer? Cuando un feto se
sobresalta en el vientre de la madre ante un ruido fuerte, ¿no será también
miedo?
Sentimos miedo a las
enfermedades o a los contratiempos que puedan sufrir nuestros hijos, nuestros
nietos y nosotros mismos.
Hay épocas y circunstancias
que acrecientan los miedos. Me imagino lo que sería la época de las
glaciaciones, con aquellos infelices que aún no conocían el fuego.
Ahora atravesamos unos
momentos inciertos y amenazadores: la crisis de nunca acabar. Es una
particularidad aciaga que nos atemoriza, que nos preocupa, que nos hace sentir
indefensión.
¿Y cómo no hablar del miedo
de esos refugiados sirios que no tienen nada, ni tan siquiera la comprensión y
la solidaridad de muchos países?
La ignorancia aumenta los
miedos. Conozco a una persona mayor a la que de niña, en el pueblo, la
atemorizaba la familia diciéndole que las puestas de sol eran signos del
“acabamiento del mundo” (así lo expresaban); ella no ha podido olvidarlo y no
puede soportar el momento en que el sol se pone.
El miedo y la ignorancia
hicieron al hombre creyente y supersticioso. El espectáculo de la salida y la
puesta del sol o de la luna, las tormentas, los eclipses, serían para los
hombres primitivos el signo del poder de seres superiores a los que había que
adorar para desagraviarlos.
Así pues, cuanto más
conocimiento se tenga de las causas naturales de los fenómenos, menos miedo se
experimentará.
Este sentimiento que nos
hace tan vulnerables, lo han aprovechado siempre los poderes - cualquier clase
de poder - para tenernos sometidos: los Dictadores, la Iglesia, los Empresarios
(no todos) aquellos “negreros” de siglos pasados que hoy en día se disfrazan
con otros nombres (mafias, terroristas, sectas, etc.), todo el que ostenta un
poder siembra el temor para hacer que la gente sea obediente y sumisa. El
miedo, siempre el miedo.
La Iglesia, con sus
excomuniones, con sus amenazas de condenación eterna, ha tenido siempre a sus
fieles asustados, sometidos y doblegados.
¿Y qué decir de los Estados?
En el miedo de los súbditos tienen la fuerza para manejarlos, así que no
desperdician (unas veces con zafiedad y otras con sutileza) esa fuerza para
abusar de su poder y conseguir sus propósitos, que son siempre el acatamiento,
la docilidad y la obediencia.
Este abuso llega a extremos
inconcebibles en las Dictaduras. Recordemos las de Hitler, Stalin, Franco, Pol
Pot, Pinochet, etc., en las que se olvidaron por completo los derechos humanos
y hubo asesinatos sin cuento, humillaciones y terror.
Los países que en otros
siglos conquistaron territorios fuera de la metrópoli - las colonias -
cometieron tremendos atropellos entre los nativos, sometiéndolos a fuerza de
violencia, y arrebatándoles sus tierras que pasaron a ser del país dominador.
En fin, ¿cómo ayudar a las
personas a racionalizar su miedo?
La educación puede ayudar
mucho. Es preciso educar sin temores, ayudando a los niños a pensar,
pero propiciando un pensamiento libre, crítico, para lo cual se les debe dejar
tomar decisiones y si se equivocan, de ninguna manera reprochárselo, para no
herir su autoestima. Las equivocaciones enseñan más que los aciertos. Así
aprenderán a tener seguridad en sí mismos y no serán tan fáciles de manejar.
Hay que combatir la ignorancia y potenciar el conocimiento. Y repito, lo más
importante, lo esencial, es enseñar a PENSAR.
.................................................................................................................................................
Quiero terminar diciendo que
cada vez que acabo un relato, siento miedo de no saber escribir el
próximo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario