lunes, 28 de septiembre de 2015

Años sesenta (El cine de invierno)

Autor: Antonio Cobos


Luis acababa de celebrar su duodécimo aniversario y consideró que con esa edad, ya era lo suficientemente mayor como para tener una novia. Había una niñita rubia, de más o menos su misma edad, que vivía en una de las calles que recorría para ir desde su casa al instituto y viceversa. Casi todos los días, cuando regresaba de las sesiones de clase de la mañana, coincidía con la hermosa niña de los cabellos dorados, que jugaba con otras niñas en algún lugar de su calle o estaba hablando en la puerta de su casa.

No se miraban directamente, pero sí solían hacerlo de soslayo. Él, la miraba de lejos y apartaba la vista cuando se acercaba. Ella, parecía querer hacerse notar cuando aquel repeinado chico moreno se aproximaba, transportando aquella cartera grande de piel que parecía pesar más que un gran saco de patatas.

La flamante  y vistosa bicicleta que le habían regalado sus padres para su cumpleaños y las buenas notas que había obtenido en los recién terminados exámenes de segundo de bachillerato, con sus consecuentes felicitaciones y regalos, habían infundido en Luis una mayor confianza en sí mismo y una inmensa aureola de triunfo que le impulsaron a dar el paso definitivo.

Habló con su amigo Ignacio, un compañero de clase que también sacaba buenas notas y que salía con Maricarmen, una amiga de la rubia de sus sueños. Ignacio y Maricarmen comenzaron a salir al final del verano anterior y paseaban juntos, siempre que no dieran aviso sus respectivos amigos de que había peligro a la vista o de que ellos mismos lo avistaran. El peligro consistía en que se aproximara algún familiar de alguno de los dos,  y especialmente, la situación de sálvese quién pueda se daba, si el familiar era un tío o un primo de ella.

Luis estaba preparado para recibir una negación inicial de Laura, pues en el pueblo no se consideraba muy adecuado decir que sí a la primera, ya que en ese caso, quizás el chico pensara que la chica era una fresca o que estaba excesivamente interesada en tener relaciones con cualquiera. Pero para sorpresa suya, Laurita dijo que sí, que aceptaba pasearse con Luis; ahora bien, siempre que hubiera otra amiga con ellos y siempre que Luis se separase con rapidez si es que aparecía a lo lejos alguno de sus familiares. Luis aceptó aquellas dos rígidas condiciones sin discutirlas y un día de primeros de julio, esperó en el recién inaugurado parque municipal la aparición de su amor, que se presentaría acompañada de Ignacio y Maricarmen. Buscaba una sombra mientras sudaba a chorros, tanto por el calor de la tarde como por el sofoco que le provocaba el inicio de aquella relación.

Aparecieron los tres, más Elenita, la inseparable amiga de la Dulcinea de Luis. Ignacio y Maricarmen hicieron las presentaciones y se marcharon para hacer su vida independiente. Ellos ya salían solos sin la presencia de una amiga de la chica, como fue normal al principio. Los tres recién presentados comenzaron a darse sus paseos, parque arriba y parque abajo. Laurita iba en el medio, muy cogida al brazo de su amiga y al otro lado llevaba a Luisito, a una distancia prudencial. Entre palabra y palabra, los ojos de Laura volaban hacia lo lejos oteando un horizonte que le permitiera detectar el peligro de una aproximación familiar lo más rápidamente posible. Tras un primer cruce de confesiones íntimas en las que los dos se comunicaron que nunca antes habían tenido novio o novia y que era la primera vez que se paseaban con un chico  o una chica y en las que ella quiso dejar claro desde el principio que lo aceptaba como amigo para pasearse, pero que lo de novia o novio era algo a considerar en profundidad más adelante, ambos se relajaron bastante. Luís había comprado dos cucuruchos de pipas saladas de girasol de una gorda cada uno y le pareció que era el momento oportuno de invitarlas a pipas. Sacó los cucuruchos del bolsillo, les dio uno a ellas y él se quedó con el otro. Comer pipas y la atenta vigilancia del horizonte dificultaron un tanto la fluidez de comunicación de la nueva pareja que inició sus paseos por el parque en una fecha memorable: el día de San Fermín. Esos dos factores que condicionaron tanto su primer paseo, no parecieron influir de la misma manera en Elenita, que no paraba de hablar y de hacer preguntas a Luís sobre multitud de temas. Preguntas que iban dirigidas a que su amiga Laura recopilara toda la información posible sobre el novísimo pretendiente. Luis contestó a Elena, pensando que lo hacía a Laura. Habló de su familia, de sus amigos, del instituto, de la bicicleta, … y así, parque arriba y parque abajo, llegaron a las diez menos veinte, la hora tope que Laurita tenía establecida para poder estar de regreso en su casa a las diez menos cuarto.

Paseo arriba y paseo abajo pasó el verano, pero Luis nunca pasó del medio metro de distancia de su amiga. Laura acudía normalmente con Elena aunque alguna vez apareció con otra amiga, o con Ignacio y Maricarmen. Hacia el final del estío los paseos por el parque se ampliaron alguna vez por la zona alta del mismo, un área que no estaba tan iluminada y en la que el medio metro de distancia pasó a ser una separación de cuarenta, treinta, veinte o incluso diez centímetros. No hubo mayor aproximación física, pero sí se dieron algunos choques fortuitos de brazos o un encontronazo inconsciente cuando ante una situación de alarma familiar uno salió disparado en la dirección contraria que el otro.

Llegó el inicio de curso con la llegada del otoño. Entonces el curso empezaba en los primeros días de octubre y también comenzaba en octubre la temporada del cine de invierno. Sólo había sesiones de cine los sábados y los domingos. Y el domingo había tres funciones: una a las tres, que siempre era tolerada para menores, otra a las cinco y otra a la siete. Estas dos últimas sesiones solían ser de la misma película, que normalmente era no apta.

El domingo de después del Día del Pilar, Luis decidió que era el momento de dar un paso adelante en sus relaciones con Laura. La invitó al cine, a la sesión de las tres, y al obtener una respuesta afirmativa tuvo que recurrir a sus ahorros pues también tuvo que invitar a Elenita. Su asignación semanal era de un duro, es decir, cinco pesetas.

A las tres menos diez, Luis ya había sacado las tres entradas sin numerar y aguardaba la llegada de sus invitadas. Una fila irregular de niños y adolescentes formaban cola frente a la taquilla, para sacar los billetes de la sesión del ‘matiné’, función llamada así aunque comenzara a las tres de la tarde, y que vendían a 3 pesetas la entrada. Enfrente del cine un señor mayor, casi un anciano, sostenía una cesta de mimbre y vendía pipas tostadas de girasol, cacahuetes  con cáscara y sin cáscara (a los que en el pueblo llamaban avellanas), caramelos, regalí, cigarros sueltos y alguna cosa más. Generoso y espléndido, Luis compró pipas, avellanas con cáscara y regalí para los tres. A las tres menos cinco aparecieron Laura y Elena cogidas del brazo y los tres entraron a la vez en el local. Luís había pensado coger los asientos en el centro de la fila de atrás, pero ya se le habían adelantado. No tuvo más remedio que coger asientos en la fila final del lateral derecho. Elena decía que ese sitio era muy malo y que se veía mejor en las filas centrales y más cerca de la pantalla. Laura no decía nada y eso le dio valor a Luís para insistir en que aquel lugar elegido por él era el mejor. Si Laura hubiera seguido las indicaciones de su amiga no se hubiera atrevido a contradecirla.

Se apagaron las luces y comenzó la película de aventuras. Las voces se fueron acallando tras un primer momento en que el mayor ruido provenía de los espectadores que mandaban callar a los demás, que de los propios charlatanes de última hora. Con las primeras imágenes habladas se hizo un silencio  total y sólo se oía un ruido de fondo generalizado, de gente que comía pipas. Ese sonido peculiar iría desapareciendo a lo largo de la película y a medida que las pipas se iban terminando.

Luis estaba más pendiente de cómo hacer para aproximarse a Laura que de las aventuras del protagonista y según avanzaba la historia, él se fue desplazando poco a poco hacia el asiento de Laura. Primero intentó aproximar la pierna, pues pensó que al tratarse de las extremidades corporales, que eran partes menos púdicas, igual había suerte de poderlas tener un rato juntitas, una al lado de la otra. Como por la rodilla no podía acercarse por culpa del asiento, intentó aproximar el pie. Pero nada, parecía que no hubiera pies en el asiento contiguo. Intentó entonces acercar el brazo y sobrepasó el apoya brazos de los asientos para no encontrar contacto alguno tampoco. Se giró a mirar al asiento de al lado para cerciorarse de que Laura seguía allí, aunque estuviera seguro de que tenía que ser así. Laura estaba retrepada hacia Elena y también giro su cabeza cuando se percató de que Luís la miraba. Sonrió. A Luis no le dio tiempo de captar esa sonrisa fugaz pues rápidamente volvió a mirar hacia la película, aunque no estuviera siguiendo el desarrollo de aquella historia. No sabía que hacer, cuando percibió que Laura se había movido un poco hacia él y había colocado su brazo en el apoyabrazos que Luis había dejado momentáneamente libre. Volvió a aproximar su brazo izquierdo hacia el asiento de al lado y tropezó con el codo de ella. Un estremecimiento le recorrió todo el cuerpo y debió de ponerse colorado cuando se hizo consciente de que ella no había retirado su brazo.

Laura deseaba que Luis le pasara el brazo por los hombros. Si lo hacía, esperaría un poquito y echaría su cabeza en el hombro de él. Sabía que no estaba bien, pero era lo que le apetecía. Luis no parecía ir por esa línea, pues en lugar de levantar el brazo para echárselo por los hombros, lo que hacía era bajar el brazo y pegar el antebrazo al de ella.

Avanzaba la película, pero ellos estaban más atentos a los movimientos del otro que al flujo cinematográfico. Laura mantuvo el brazo rígido y Luis siguió aproximando el antebrazo lentamente hasta que su dedo meñique  contactó con el dedo meñique de ella. Los dos estiraron los meñiques y estuvieron así durante unos minutos. Luis pensó que debía pasar a otra fase y pasó varios dedos por encima de los dedos de Laura. Ésta miraba al frente, a la pantalla, fijamente, como si fuera a tragársela con los ojos. Le seguía apeteciendo que le pasara el brazo por los hombros y la aproximara hacia él, pero también le apetecía ahora que se cogieran de la mano. Separó  sus dedos y él metió los suyos entremedias de los de ella. Laura giró su mano y la puso boca arriba. Luis agarró aquella mano sudorosa y la apretó con la suya. Recibió respuesta. Giró su cabeza y Laura giró la suya. Sus ojos se encontraron. Sus caras parecían estar traspuestas, eran caras congestionadas, medio llenas de pavor y medio llenas de éxtasis. Él le preguntó en voz muy baja: “¿Quieres ser mi novia?’” y ella, sin salirle la voz del cuerpo, dijo un “sí“ muy bajito mientras movía su cabeza de arriba a abajo sin dejar de mirarle. Él acercó su cabeza y le dio un beso pequeño y fugaz en los labios. Siguieron cogidos de la mano hasta el final de la película.

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