Luis acababa
de celebrar su duodécimo aniversario y consideró que con esa edad, ya era lo
suficientemente mayor como para tener una novia. Había una niñita rubia, de más
o menos su misma edad, que vivía en una de las calles que recorría para ir
desde su casa al instituto y viceversa. Casi todos los días, cuando regresaba
de las sesiones de clase de la mañana, coincidía con la hermosa niña de los
cabellos dorados, que jugaba con otras niñas en algún lugar de su calle o estaba
hablando en la puerta de su casa.
No se
miraban directamente, pero sí solían hacerlo de soslayo. Él, la miraba de lejos
y apartaba la vista cuando se acercaba. Ella, parecía querer hacerse notar
cuando aquel repeinado chico moreno se aproximaba, transportando aquella
cartera grande de piel que parecía pesar más que un gran saco de patatas.
La
flamante y vistosa bicicleta que le
habían regalado sus padres para su cumpleaños y las buenas notas que había
obtenido en los recién terminados exámenes de segundo de bachillerato, con sus
consecuentes felicitaciones y regalos, habían infundido en Luis una mayor confianza
en sí mismo y una inmensa aureola de triunfo que le impulsaron a dar el paso definitivo.
Habló con su
amigo Ignacio, un compañero de clase que también sacaba buenas notas y que
salía con Maricarmen, una amiga de la rubia de sus sueños. Ignacio y Maricarmen
comenzaron a salir al final del verano anterior y paseaban juntos, siempre que
no dieran aviso sus respectivos amigos de que había peligro a la vista o de que
ellos mismos lo avistaran. El peligro consistía en que se aproximara algún
familiar de alguno de los dos, y
especialmente, la situación de sálvese quién pueda se daba, si el familiar era
un tío o un primo de ella.
Luis estaba
preparado para recibir una negación inicial de Laura, pues en el pueblo no se
consideraba muy adecuado decir que sí a la primera, ya que en ese caso, quizás
el chico pensara que la chica era una fresca o que estaba excesivamente
interesada en tener relaciones con cualquiera. Pero para sorpresa suya, Laurita
dijo que sí, que aceptaba pasearse con Luis; ahora bien, siempre que hubiera
otra amiga con ellos y siempre que Luis se separase con rapidez si es que
aparecía a lo lejos alguno de sus familiares. Luis aceptó aquellas dos rígidas
condiciones sin discutirlas y un día de primeros de julio, esperó en el recién
inaugurado parque municipal la aparición de su amor, que se presentaría acompañada
de Ignacio y Maricarmen. Buscaba una sombra mientras sudaba a chorros, tanto
por el calor de la tarde como por el sofoco que le provocaba el inicio de aquella
relación.
Aparecieron
los tres, más Elenita, la inseparable amiga de la Dulcinea de Luis. Ignacio y
Maricarmen hicieron las presentaciones y se marcharon para hacer su vida
independiente. Ellos ya salían solos sin la presencia de una amiga de la chica,
como fue normal al principio. Los tres recién presentados comenzaron a darse
sus paseos, parque arriba y parque abajo. Laurita iba en el medio, muy cogida
al brazo de su amiga y al otro lado llevaba a Luisito, a una distancia
prudencial. Entre palabra y palabra, los ojos de Laura volaban hacia lo lejos
oteando un horizonte que le permitiera detectar el peligro de una aproximación
familiar lo más rápidamente posible. Tras un primer cruce de confesiones
íntimas en las que los dos se comunicaron que nunca antes habían tenido novio o
novia y que era la primera vez que se paseaban con un chico o una chica y en las que ella quiso dejar
claro desde el principio que lo aceptaba como amigo para pasearse, pero que lo
de novia o novio era algo a considerar en profundidad más adelante, ambos se
relajaron bastante. Luís había comprado dos cucuruchos de pipas saladas de
girasol de una gorda cada uno y le pareció que era el momento oportuno de
invitarlas a pipas. Sacó los cucuruchos del bolsillo, les dio uno a ellas y él
se quedó con el otro. Comer pipas y la atenta vigilancia del horizonte
dificultaron un tanto la fluidez de comunicación de la nueva pareja que inició
sus paseos por el parque en una fecha memorable: el día de San Fermín. Esos dos
factores que condicionaron tanto su primer paseo, no parecieron influir de la
misma manera en Elenita, que no paraba de hablar y de hacer preguntas a Luís
sobre multitud de temas. Preguntas que iban dirigidas a que su amiga Laura
recopilara toda la información posible sobre el novísimo pretendiente. Luis
contestó a Elena, pensando que lo hacía a Laura. Habló de su familia, de sus
amigos, del instituto, de la bicicleta, … y así, parque arriba y parque abajo,
llegaron a las diez menos veinte, la hora tope que Laurita tenía establecida para
poder estar de regreso en su casa a las diez menos cuarto.
Paseo arriba
y paseo abajo pasó el verano, pero Luis nunca pasó del medio metro de distancia
de su amiga. Laura acudía normalmente con Elena aunque alguna vez apareció con
otra amiga, o con Ignacio y Maricarmen. Hacia el final del estío los paseos por
el parque se ampliaron alguna vez por la zona alta del mismo, un área que no
estaba tan iluminada y en la que el medio metro de distancia pasó a ser una
separación de cuarenta, treinta, veinte o incluso diez centímetros. No hubo
mayor aproximación física, pero sí se dieron algunos choques fortuitos de
brazos o un encontronazo inconsciente cuando ante una situación de alarma
familiar uno salió disparado en la dirección contraria que el otro.
Llegó el
inicio de curso con la llegada del otoño. Entonces el curso empezaba en los
primeros días de octubre y también comenzaba en octubre la temporada del cine
de invierno. Sólo había sesiones de cine los sábados y los domingos. Y el
domingo había tres funciones: una a las tres, que siempre era tolerada para
menores, otra a las cinco y otra a la siete. Estas dos últimas sesiones solían
ser de la misma película, que normalmente era no apta.
El domingo
de después del Día del Pilar, Luis decidió que era el momento de dar un paso adelante
en sus relaciones con Laura. La invitó al cine, a la sesión de las tres, y al
obtener una respuesta afirmativa tuvo que recurrir a sus ahorros pues también
tuvo que invitar a Elenita. Su asignación semanal era de un duro, es decir,
cinco pesetas.
A las tres
menos diez, Luis ya había sacado las tres entradas sin numerar y aguardaba la
llegada de sus invitadas. Una fila irregular de niños y adolescentes formaban
cola frente a la taquilla, para sacar los billetes de la sesión del ‘matiné’, función
llamada así aunque comenzara a las tres de la tarde, y que vendían a 3 pesetas
la entrada. Enfrente del cine un señor mayor, casi un anciano, sostenía una
cesta de mimbre y vendía pipas tostadas de girasol, cacahuetes con cáscara y sin cáscara (a los que en el
pueblo llamaban avellanas), caramelos, regalí, cigarros sueltos y alguna cosa
más. Generoso y espléndido, Luis compró pipas, avellanas con cáscara y regalí
para los tres. A las tres menos cinco aparecieron Laura y Elena cogidas del
brazo y los tres entraron a la vez en el local. Luís había pensado coger los
asientos en el centro de la fila de atrás, pero ya se le habían adelantado. No
tuvo más remedio que coger asientos en la fila final del lateral derecho. Elena
decía que ese sitio era muy malo y que se veía mejor en las filas centrales y
más cerca de la pantalla. Laura no decía nada y eso le dio valor a Luís para
insistir en que aquel lugar elegido por él era el mejor. Si Laura hubiera
seguido las indicaciones de su amiga no se hubiera atrevido a contradecirla.
Se apagaron
las luces y comenzó la película de aventuras. Las voces se fueron acallando
tras un primer momento en que el mayor ruido provenía de los espectadores que
mandaban callar a los demás, que de los propios charlatanes de última hora. Con
las primeras imágenes habladas se hizo un silencio total y sólo se oía un ruido de fondo generalizado,
de gente que comía pipas. Ese sonido peculiar iría desapareciendo a lo largo de
la película y a medida que las pipas se iban terminando.
Luis estaba
más pendiente de cómo hacer para aproximarse a Laura que de las aventuras del
protagonista y según avanzaba la historia, él se fue desplazando poco a poco
hacia el asiento de Laura. Primero intentó aproximar la pierna, pues pensó que
al tratarse de las extremidades corporales, que eran partes menos púdicas,
igual había suerte de poderlas tener un rato juntitas, una al lado de la otra.
Como por la rodilla no podía acercarse por culpa del asiento, intentó aproximar
el pie. Pero nada, parecía que no hubiera pies en el asiento contiguo. Intentó
entonces acercar el brazo y sobrepasó el apoya brazos de los asientos para no
encontrar contacto alguno tampoco. Se giró a mirar al asiento de al lado para
cerciorarse de que Laura seguía allí, aunque estuviera seguro de que tenía que
ser así. Laura estaba retrepada hacia Elena y también giro su cabeza cuando se
percató de que Luís la miraba. Sonrió. A Luis no le dio tiempo de captar esa
sonrisa fugaz pues rápidamente volvió a mirar hacia la película, aunque no
estuviera siguiendo el desarrollo de aquella historia. No sabía que hacer,
cuando percibió que Laura se había movido un poco hacia él y había colocado su
brazo en el apoyabrazos que Luis había dejado momentáneamente libre. Volvió a
aproximar su brazo izquierdo hacia el asiento de al lado y tropezó con el codo
de ella. Un estremecimiento le recorrió todo el cuerpo y debió de ponerse
colorado cuando se hizo consciente de que ella no había retirado su brazo.
Laura deseaba
que Luis le pasara el brazo por los hombros. Si lo hacía, esperaría un poquito
y echaría su cabeza en el hombro de él. Sabía que no estaba bien, pero era lo
que le apetecía. Luis no parecía ir por esa línea, pues en lugar de levantar el
brazo para echárselo por los hombros, lo que hacía era bajar el brazo y pegar
el antebrazo al de ella.
Avanzaba la
película, pero ellos estaban más atentos a los movimientos del otro que al
flujo cinematográfico. Laura mantuvo el brazo rígido y Luis siguió aproximando
el antebrazo lentamente hasta que su dedo meñique contactó con el dedo meñique de ella. Los dos
estiraron los meñiques y estuvieron así durante unos minutos. Luis pensó que
debía pasar a otra fase y pasó varios dedos por encima de los dedos de Laura.
Ésta miraba al frente, a la pantalla, fijamente, como si fuera a tragársela con
los ojos. Le seguía apeteciendo que le pasara el brazo por los hombros y la
aproximara hacia él, pero también le apetecía ahora que se cogieran de la mano.
Separó sus dedos y él metió los suyos
entremedias de los de ella. Laura giró su mano y la puso boca arriba. Luis
agarró aquella mano sudorosa y la apretó con la suya. Recibió respuesta. Giró
su cabeza y Laura giró la suya. Sus ojos se encontraron. Sus caras parecían
estar traspuestas, eran caras congestionadas, medio llenas de pavor y medio llenas
de éxtasis. Él le preguntó en voz muy baja: “¿Quieres ser mi novia?’” y ella,
sin salirle la voz del cuerpo, dijo un “sí“ muy bajito mientras movía su cabeza
de arriba a abajo sin dejar de mirarle. Él acercó su cabeza y le dio un beso
pequeño y fugaz en los labios. Siguieron cogidos de la mano hasta el final de
la película.
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