martes, 30 de junio de 2015

Los jóvenes

Autora: Carmen Sánchez


No muy lejos, Bea, había cumplido diecisiete años la semana anterior y era la chica más animada de su pandilla. Sin embargo, esa mañana no tuvo fuerzas para levantarse. El cuerpo le pesaba como si fuera de piedra y hasta el más mínimos ruido le molestaba. Tampoco fue a clase.

Al otro lado de la ciudad, Celia no oyó el despertador, ni tuvo ánimo para responder a su padre cuando la llamó. Se encontraba cansada y apática. No fue al instituto.

El Jefe de Estudios colgó el teléfono enfadado en presencia del tutor, que momentos antes le había informado de las múltiples ausencias. Acababa de hablar con la décima familia que le comunicaba que su hijo se encontraba enfermo. Según le comentaron, ninguno manifestaba síntomas concretos. Era como si, de repente, todos estuvieran agotados y deprimidos.

El docente no daba crédito a la situación. Convencido de que los jóvenes fingían tal enfermedad, pensó que tendrían un examen próximo o bien que, existía un problema que desconocía. Ante la incertidumbre optó por esperar al día siguiente para tomar alguna determinación.

Sin embargo, en las jornadas sucesivas la situación desbordó las peores hipótesis posibles. Las ausencias iniciales se multiplicaron hasta llegar a cincuenta alumnos. Una semana después eran doscientos los estudiantes que no asistieron al instituto. Esta realidad fue común a todos los centros de la ciudad. Una enfermedad desconocida estaba dejando vacías las aulas y llenando las consultas médicas.

Los jóvenes, Álex, Bea, Celia y tantos otros, no sabían qué les pasaba. Se sentían extraños en sus propias vidas y con un cansancio permanente. Con las primeras exploraciones, los médicos descartaron cualquier trastorno del sistema cardiovascular o inmunológico. Después, sobrepasados por la dimensión que tomaba la enfermedad, las autoridades sanitarias decidieron estudiar al grupo de afectados que manifestaron los síntomas desde el principio. Así, basándose en exámenes continuos, los investigadores hicieron un descubrimiento estremecedor: los enfermos estaban perdiendo los recuerdos de la infancia de forma acelerada. Las carencias afectivas que este fenómeno provocaba, estaba modificando la conducta de los afectados. Los muchachos no recordaban momentos de sus vidas imprescindibles para consolidar el apego en sus relaciones personales. Habían olvidado por ejemplo, cuando ayudados por sus padres aprendieron a montar en bicicleta. No recordaban tampoco, canciones infantiles que repetían una y otra vez con sus hermanos, o aquella excursión con la familia en la que tanto disfrutaron. Habían olvidado también la mascota inseparable que los cubría de lametones o la película de animación, de la que hasta se sabían los diálogos. No sólo habían olvidado momentos, si no que, además no recordaban datos, como el nombre de sus amigos del colegio o el de sus abuelos. Y lo más preocupante era que algunos empezaban a manifestar lagunas en la memoria reciente. Como resultado de estas ausencias, los jóvenes se sentían desligados de su entorno y se encerraban en un hermetismo infranqueable.

Ante la trascendencia que estaba teniendo la enfermedad, un grupo de científicos estudió con ahínco las causas fisiológicas que la producían, hasta que llegaron a un resultado dramático. La regeneración neuronal se había alterado. Las nuevas neuronas se reproducían de forma alarmante, creando simultáneamente multitud de conexiones entre ellas. El crecimiento desmedido de éstas atacaba a las neuronas responsables de la memoria. Esta invasión agotaba a las antiguas, que morían sin llegar a transmitir la información que contenían, a las nuevas, afectando  a la memoria, y también a la movilidad,  ya que actuaba sobre el control de los impulsos reflejos, transmitidos por el sistema nervioso. De ahí, el extremado cansancio de los enfermos.

Ante estos resultados los científicos estaban abatidos, pero también esperanzados. No sólo se trataba de investigar unas células con un comportamiento anómalo, si no que era mucho más. Tras meses de convivencia con los jóvenes, era difícil no angustiarse por estos chicos llenos de energía, que tenían toda la vida por delante, y que poco a poco se iban aletargando y recluyendo en su interior. Los investigadores habían descubierto la evolución de la enfermedad, pero ahora necesitaban conocer qué originaba tal alteración. Las siguientes fases se complicaron aún más, porque el número de personas afectadas seguía aumentando. Ya había alcanzado al resto del país y había algún caso fueran de las fronteras.

Estaban en esta encrucijada, cuando una mañana, durante el desayuno de los investigadores, alguno sugirió a un colega que, por favor, silenciara el móvil, porque era imposible no prestarle atención. El interesado hizo lo esperado, y además tuvo una idea brillante, que compartió con sus compañeros:

– ¿Y si lo que ocasiona la alteración en el crecimiento neuronal, es el exceso de información que el cerebro recibe permanentemente, sin que haya periodos de recuperación suficientes? – y continuó asombrado de sus propios pensamientos: - Varias pautas coinciden, todos los afectados son menores de veinte años y todos desde los primeros años de vida han estado expuestos a un bombardeo continuo de imágenes y datos. – Añadiendo: - Hemos visto como las pantallas han desplazado a los juguetes tradicionales y los libros y las pizarras son objetos del pasado.

Otro investigador, siguiendo la línea de razonamiento del anterior, pregunto:

– ¿Alguno ha calculado cuántas horas al día dedicamos a mirar una pantalla? –Y añadió:

– Entre el ordenador, el móvil, la tablet, etc, sólo quedan libres las horas de sueño, que cada vez son menos por la invasión que sufrimos con las redes sociales. Y si tenemos en cuenta cómo se relacionan los chicos actualmente, todavía es peor.

Todos estuvieron de acuerdo con esta posibilidad, por lo que dirigieron sus estudios a comparar como afectaba esta incidencia a individuos que, por distintas razones, habían vivido ajenos a los medios informáticos, comparándolos con los afectados por la patología, y comprobaron que, el crecimiento neuronal era prácticamente normal en los primeros. Las conclusiones finales no tardaron en llegar: El crecimiento de las neuronas se incrementaba exponencialmente como consecuencia de la actividad continuada del cerebro. Si la situación actual no cambiaba, las personas corrían el riesgo de padecer trastornos similares  al alzehimer, el autismo y la parálisis.

Inmediatamente, las autoridades sanitarias tuvieron conocimiento de los resultados, pero los medios de comunicación no informaron de esta noticia. De forma simultánea y curiosamente, estos científicos fueron acusados públicamente de “revelación de secreto profesional” y fueron despedidos.

Tiempo después, una famosa empresa farmacéutica comunica que ha descubierto la Vacuna que reduce los efectos de esta “epidemia”. En breve, estará disponible y al alcance de todos los gobiernos, para hacerla llegar a toda la población.

Mientras, en un pueblo desconocido, un grupo de jóvenes y científicos, entre los que se encuentran Álex, Bea y Celia, retoman su vida. Acaban de oír la noticia de la nueva vacuna por la radio, y aunque ya lo esperaban, es difícil sobreponerse a la indignación que les causa. Pero, su tiempo de oír la radio ha terminado. Sólo disponen de una hora al día, el resto lo dedican a hacer deporte, trabajar, leer, jugar o charlar. La recuperación es muy lenta, pero están ilusionados. Además hay otro factor que los anima, empiezan a llegar nuevos chicos que saben de su recuperación.
 
 

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