Quiero
hacer una presentación del lugar en el
cual se desarrollaron los hechos que voy a relatar.
Serían
finales de los años 50, en aquellos tiempos yo vivía con mis padres en una
humilde vivienda que nos pertenecía por ser mi padre el guarda jurado de
aquella finca, propiedad de unos señores, que por cierto, poseían un montón de
hectáreas de tierra de siembra y de bosques.
Los
dueños eran una familia admirada de Granada. Algunos de ellos vivían en Madrid,
de hecho una de las hijas se casó con el hijo de un ministro de régimen de Franco.
En
aquellos tiempos, solían montar cacerías dos o tres veces al año de conejos y
perdices. A estos eventos también asistían muchos amigos con sus
correspondientes señoras e hijos, en fin, todo un acontecimiento, en el que se
hacía una paella con los conejos que mataban cerca de una fuente que allí
había.
En
una de las veces de los acontecimientos pasó la siguiente historia:
Los
caballeros llegaban muy temprano y las señoras solían llegar casi al mediodía.
Aparecían en un coche negro el cual a mí me impresionaba mucho, conducido por
un chófer.
Aquella
finca en la que estábamos, la carretera que venía de Granada estaba a una
distancia de bastantes kilómetros. En este desvío hasta el carril del cortijo
los vecinos y personas tenían que pasar por una era que pertenecía a otro
cortijo. En una de las veces que venían las señoras junto al chófer al llegar a
la era, esta estaba llena de haces de trigo para sacar la cosecha, y estas en
vez de pedir por favor que dejaran el paso libre, se pusieron chulas y exigieron que lo retiraran todo
inmediatamente. Los obreros optaron por retirarse todos hacia la pared, y
tuvieron ellas que bajar del coche y despejar el camino.
Cuando
llegaron al punto de encuentro parecían fieras llenas de arañazos, humilladas
por unos patanes según ellas, diciendo que ellos no sabían quiénes eran ellas
y que se vengarían.
Al
final no pasó nada, y tanto a mis padres como a mí fueron unos valientes ¡viva
la madre que los parió! De estos tenían que haber habido más.
Cuando
se organizaban estas comidas, ellos lo pasaban muy bien, pero mis padres y yo
andábamos todo el día de cabeza, no sabían hacer muchas cosas pero a disfrutar
y a mandar no les ganaba nadie.
Como
dije anteriormente mi padre era el guarda y lo primordial era el coto, se
encargaba de que no entraran cazadores furtivos, esto les podía caer multas y
hasta cárcel. Existían unos depredadores que se comían los huevos de las
perdices, conejos etc., estos eran lagartos urracas, serpientes y otros que no
recuerdo el nombre y como a ellos no se les podía multar ni encarcelar, el
remedio era exterminarlos, llegando a ponerle precio a sus cabezas.
El
jefe del cortijo, es decir, el dueño le dijo a mi padre que por cada uno de
estos animales que le presentara muerto le daría cinco duros o dos o tres
dependiendo de lo peligroso que fuesen estos.
Se
corrió la voz y todos los gañanes y gente joven que allí trabajaban cuando
almorzaban lo hacían deprisa, tenían poco tiempo para ir a buscar reptiles y
demás bichos a los montes de piedras llamados Majanos ya que eran donde esos
animales podían esconderse.
En
el acuerdo de mi padre con el dueño este le dijo que tenía que guardar todas
las piezas que cogiese. Las colgaba en una Encima que había atrás del cortijo, cuando
el señorito venía contaba los trofeos y le pagaba según lo que había.
La Encina daba bellotas dulces pero desde entonces
nadie volvió a comerlas. Era como un árbol siniestro el cual estuvo presente en
mis recuerdos, no muy gratos por cierto... esto en mi niñez me provocó más de
una pesadilla.
ANÁLISIS
DE MI MISMA: no quiero hacer daño a nadie y olvidar los desengaños, pensar que
tengo un futuro aunque me pesen los años. En mi mente juventud creo que es lo
que yo tengo, aunque como a muchos viejos en pensar ya me entretengo, en
recordar, en pensar muchas horas se me van, yo tengo muchos recuerdos, para dar
y regalar.
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