martes, 30 de junio de 2015

Autora: Rafaela Castro

Quiero hacer una presentación  del lugar en el cual se desarrollaron los hechos que voy a relatar.

Serían finales de los años 50, en aquellos tiempos yo vivía con mis padres en una humilde vivienda que nos pertenecía por ser mi padre el guarda jurado de aquella finca, propiedad de unos señores, que por cierto, poseían un montón de hectáreas de tierra de siembra y de bosques.

Los dueños eran una familia admirada de Granada. Algunos de ellos vivían en Madrid, de hecho una de las hijas se casó con el hijo de un ministro de régimen de Franco.

En aquellos tiempos, solían montar cacerías dos o tres veces al año de conejos y perdices. A estos eventos también asistían muchos amigos con sus correspondientes señoras e hijos, en fin, todo un acontecimiento, en el que se hacía una paella con los conejos que mataban cerca de una fuente que allí había.

En una de las veces de los acontecimientos pasó la siguiente historia:                                                    

Los caballeros llegaban muy temprano y las señoras solían llegar casi al mediodía. Aparecían en un coche negro el cual a mí me impresionaba mucho, conducido por un chófer.

Aquella finca en la que estábamos, la carretera que venía de Granada estaba a una distancia de bastantes kilómetros. En este desvío hasta el carril del cortijo los vecinos y personas tenían que pasar por una era que pertenecía a otro cortijo. En una de las veces que venían las señoras junto al chófer al llegar a la era, esta estaba llena de haces de trigo para sacar la cosecha, y estas en vez de pedir por favor que dejaran el paso libre, se pusieron  chulas y exigieron que lo retiraran todo inmediatamente. Los obreros optaron por retirarse todos hacia la pared, y tuvieron ellas que bajar del coche y despejar el camino.

Cuando llegaron al punto de encuentro parecían fieras llenas de arañazos, humilladas por unos patanes según ellas, diciendo que ellos no sabían quiénes eran ellas y  que se vengarían.

Al final no pasó nada, y tanto a mis padres como a mí fueron unos valientes ¡viva la madre que los parió! De estos tenían que haber habido más.

Cuando se organizaban estas comidas, ellos lo pasaban muy bien, pero mis padres y yo andábamos todo el día de cabeza, no sabían hacer muchas cosas pero a disfrutar y a mandar no les ganaba nadie.
Como dije anteriormente mi padre era el guarda y lo primordial era el coto, se encargaba de que no entraran cazadores furtivos, esto les podía caer multas y hasta cárcel. Existían unos depredadores que se comían los huevos de las perdices, conejos etc., estos eran lagartos urracas, serpientes y otros que no recuerdo el nombre y como a ellos no se les podía multar ni encarcelar, el remedio era exterminarlos, llegando a ponerle precio a sus cabezas.

El jefe del cortijo, es decir, el dueño le dijo a mi padre que por cada uno de estos animales que le presentara muerto le daría cinco duros o dos o tres dependiendo de lo peligroso que fuesen estos.

Se corrió la voz y todos los gañanes y gente joven que allí trabajaban cuando almorzaban lo hacían deprisa, tenían poco tiempo para ir a buscar reptiles y demás bichos a los montes de piedras llamados Majanos ya que eran donde esos animales podían esconderse.

En el acuerdo de mi padre con el dueño este le dijo que tenía que guardar todas las piezas que cogiese. Las colgaba en una Encima que había atrás del cortijo, cuando el señorito venía contaba los trofeos y le pagaba según lo que había.

La Encina  daba bellotas dulces pero desde entonces nadie volvió a comerlas. Era como un árbol siniestro el cual estuvo presente en mis recuerdos, no muy gratos por cierto... esto en mi niñez me provocó más de una pesadilla.


ANÁLISIS DE MI MISMA: no quiero hacer daño a nadie y olvidar los desengaños, pensar que tengo un futuro aunque me pesen los años. En mi mente juventud creo que es lo que yo tengo, aunque como a muchos viejos en pensar ya me entretengo, en recordar, en pensar muchas horas se me van, yo tengo muchos recuerdos, para dar y regalar. 

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