miércoles, 20 de mayo de 2015

El pozo

Autora: Carmen Sánchez

      Naima se levantó antes de la salida del sol. Hacía poco que Assila, su hermana pequeña se había quedado dormida. La niña había pasado toda la noche llorando por los cólicos. Aunque le daba la leche de cabra aguada, no podía evitar que se encogiera por el dolor. Naima temía que si no dejaba de llorar, se la quitarían, por lo que la acunó sin cesar y la tapó con su manto para apaciguar el sonido del llanto y que no molestara a los varones.

La madre había muerto en el parto y los mayores se habían desentendido de la recién nacida, ya que no tenía posibilidades de sobrevivir y era hembra, así que no valía nada. Pero Naima, después de cogerla en brazos, no fue capaz de abandonarla y contra toda esperanza, se hizo cargo de ella.

En la penumbra envolvió con cuidado el cuerpecito dormido con el pañuelo y la sujetó a su espalda, como había visto hacer a las mujeres de la aldea. Después colocó el cántaro sobre su cabeza y se dirigió al pozo. Desde que la madre murió, ella se encargaba de traer el agua y cocinar para su padre y sus hermanos. Iba por el agua muy temprano, porque tenía que estar de vuelta antes de que los demás despertaran. Luego cocía las tortas que todos comían. Su padre después pastoreaba con las escasas cabras que poseían y los niños caminaban hasta la escuela,  en el pueblo cercano.

Cuando se quedaba a solas, sólo acompañada de la niña, molía el grano para el día siguiente. La piedra de moler estaba muy gastada, cada vez tardaba más en aplastar las semillas y le llevaba más tiempo. Terminaba agotada.

Había otra razón que la empujaba a ir temprano al pozo, y es que, quería evitar a las otras mujeres, que se burlaban de ella, porque a sus doce años se estaba haciendo mayor y ningún hombre la tomaría por esposa. Ella imaginaba que ninguno de la aldea la aceptaría, porque su familia apenas tenía nada que ofrecer como dote. Se sabía una carga, además era flaca y sin gracia. Su existencia anodina consistía en adelantarse con las tareas antes de que se lo ordenaran y después permanecer apartada para pasar desapercibida. Además, desde que nació Assila, racionaba su comida para alimentarla con su parte.

Pero una mañana, su vida y la de todos los aldeanos se torció. Cuando se acercaba al pozo, los lamentos de las mujeres mayores la alarmaron. La desesperación se había apoderado de las ancianas, que no dejaban de llorar y aclamar al cielo. El pozo estaba agotado. El limo que apareció los días anteriores, había sido un aviso, pero nadie lo quiso creer. La ausencia de lluvias y el gasto que, aunque mínimo era constante, había consumido el único manantial del que subsistían. Naima se apartó con una fuerte presión en el pecho, mientras pensaba en la pequeña ánfora del hogar. Calculó que quedaría agua para otro día o dos a lo sumo, y después, ¿qué pasaría?

Desde aquel día, las mujeres del poblado caminaban juntas antes del amanecer, hacia el pozo más próximo, que se hallaba a media jornada de camino, para regresar al poblado al caer la tarde.

La muchacha también caminaba con el grupo, pero intentaba mantenerse un poco distante, porque seguían burlándose de ella. Por otro lado, Assila cada vez le pesaba más en la espalda, aunque la verdad es que la niña apenas cogía peso. Por otro lado le parecía que el cántaro era más pesado y voluminoso, tanto que andaba encogida temiendo que se le resbalara de la cabeza. Por la noche, cuando regresaba y dejaba la vasija con el agua en el suelo y a la pequeña sobre la manta, reparaba en que la cara y las manos agrietadas le escocían. Pero sobre todo, notaba que las llagas de los pies le ardían y el dolor de espalda, que la había acompañado todo el día, la inmovilizaba. Por un momento, el agotamiento se apoderaba de ella y algunos días, oculta bajo su manto, lloraba. Pero en  seguida, empezaba a moler el grano para la siguiente comida, a la vez que oía distraída las historias que contaban los niños. Unas horas después, cuando los demás dormían, se levantaba y preparaba las tortas para la comida, antes de ir con las mujeres al pozo.

Así transcurría la vida de Naima, mientras el tiempo agostaba cada vez más la aldea y su entorno. Pronto, en la mente de todos, la escasa prosperidad de antes, quedó olvidada y las personas  se adaptaron rápidamente a las nuevas circunstancias, incorporándolas a su realidad cotidiana. Los hombres buscaron nuevos pastos más alejados y las mujeres afianzaron lazos entre ellas mientras caminaba todo el día. La chiquilla ya no se apartaba del grupo e incluso se reía con las ocurrencias de las más divertidas. En la familia también se notaba cierto acercamiento entre los varones y la pequeña Assila, que con sus gracias alegraba a todos.

Sin embargo, esta relativa tranquilidad, se vio alterada por la enfermedad de Naima. Cierto día, al atardecer, cuando regresaban al poblado, se desvaneció. Durante varios días estuvo delirando bajo los efectos de la fiebre. Las mujeres la cuidaron noche y día y así descubrieron el padecimiento que había sufrido tanto tiempo. Vieron las marcas en la espalda, las heridas en los pies y las grietas en las manos. Compartieron también el agua traída cada tarde, para que la familia no pasara necesidad. Lentamente Naima fue recuperándose, pero se avergonzaba de ser una carga y sólo el ánimo de sus cuidadoras, la alentaba a curarse.

La nueva situación de las mujeres consiguió que pasaran mucho tiempo juntas y que se conocieran mejor. Al mismo tiempo, el sufrimiento de la joven precipitó que decidieran cambiar su destino y el de toda la aldea. El esfuerzo de la traída del agua era demasiado grande, era cierto que había enfermado la más débil, pero pronto serían otras las enfermas si no cambian esta situación. Estaban dándole vueltas a esta idea, cuando el azar quiso que coincidieran con otras mujeres que estaban de paso y se alojaban en la aldea del pozo.  Éstas comentaron que venían de un pueblo, a dos días de jornada, que estaba junto a un oasis, donde había agua y tierra fértil en abundancia.

Ante esta noticia, el grupo decidió que tenían que convencer a los varones, incrédulos y siempre reacios a cualquier cambio,  de la necesidad de trasladarse al pueblo del oasis. Desde este punto de partida, les comentarían que era muy importante que los varones no se alejaran del pueblo para pastorear, por seguridad para los hogares. También les dirían que era importante que los niños no tuvieran que ir a otro poblado, porque así evitarían algunos accidentes cuando se desplazaran. Y por último, les convencerían de que tener el agua en el poblado, era mejor, porque así las mujeres podrían ayudarles con otros trabajos, ya que no perderían el tiempo yendo y viniendo al pozo más cercano. No sería demasiado difícil hacerles creer que, esta idea, era la solución que ellos habían decidido.



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