miércoles, 29 de abril de 2015

El candidato

Autora: Elena Casanova


Cuando por fin entra en la habitación del hotel se quita los zapatos  de cualquier manera,  zapatos que él no ha elegido; el nudo de la corbata se le resiste pero finalmente lo afloja, tira de ella y la suelta encima de la cama,  corbata que él tampoco ha elegido; la chaqueta, la camisa y los pantalones terminan  en el suelo, ropa que alguien le compró pero no recuerda cuándo ni dónde. Así, desnudo, se sienta delante del espejo y pasa sus dedos por la  capa de maquillaje que le cubre la cara. Coge un algodón, derrama sobre él un líquido blanquecino y arrastra despacio la pintura ensuciando la superficie. Cuando termina se queda mirando a la persona que permanece enfrente y suspira al no reconocer al hombre que tiene al otro lado.

‘Ese no soy yo’, piensa. ‘Esa no es mi imagen, no es mi pelo, mis facciones se han vuelto más duras, ni siquiera queda nada de mis ideas, me han desposeído de ellas. Me dejo disfrazar todas las mañanas y me obligan a vivir, la mayor parte de mi tiempo, en un aciago y solitario hotel lejos de los que fueron mis amigos y lo poco que queda de mi familia’. Fijándose más detenidamente en quien tiene delante, estudia con detenimiento lo que queda de él pero sigue sin reconocerse. ¿Dónde quedó aquel idealista que iba a terminar con injusticias, corruptelas, mentiras, con el miedo…?¿Dónde quedó aquel joven entusiasta de aspecto un poco desaliñado que tanto gustaba charlar, debatir, hallar soluciones con la gente en una plaza, en un parque,  en la acera de cualquier esquina?  
         
Con todo ello cargó en un principio cuando la calle dejó de ser el escenario básico de su lucha, pero lentamente se fue acomodando  en los resortes oxidados de un sistema caduco, obsoleto al que solo a unos cuantos, demasiados pocos, les interesa mantener. Y ahora, como intermediario, no lo hace mal; todo lo contrario, se halla en la cúspide con una mayoría de seguidores que confían ciegamente en él. Cada vez que sale en pantalla, como ha hecho esta noche, medio país se ha paralizado pendiente de sus palabras,  hipnotizado por sus gestos, fascinado por su porte. El debate, en uno de los más importantes medios de comunicación audiovisual,  ha sido un éxito. Ha caído sobre su adversario como lo hace un ave rapaz sobre su víctima, inhabilitándolo con sus garras y  despedazándolo a continuación.

No desea seguir mirando a esa extraña figura, da media vuelta dejando el espejo a sus espaldas y se tumba en la cama cerrando los ojos. Está cansado, muy cansado, demasiado cansado pero, a pesar de la fatiga, no puede dormir. Sin abrir los ojos se imagina su otra vida, esa que ideó tantas veces con la que fue su pareja; una mujer luchadora, vitalista, optimista con la que convivió durante unos años e incluso llegaron a tener  un hijo, hasta que un día lo abandonó porque ella no entendía muy bien en qué se había convertido. Le duele la cabeza, es el agotamiento  y necesita urgentemente descansar porque mañana muy temprano debe estar preparado para  representar nuevamente el papel que ha estado ensayando durante años.  Saca de la mesita un bote con píldoras para dormir. Se echa una a la boca, dos, tres… se adormece hasta perder la conciencia. El sonido de su respiración va consumiéndose  conforme avanza la noche, mientras que, en la esquina de un escritorio, se suceden con una frecuencia más o menos regular, las intermitencias de la luz de un móvil. Son mensajes de compañeros de partido: “Enhorabuena por tu victoria” “Eres el mejor” “Contigo no puede nadie” “Lo has dejado K.O.” “Un líder, eso es lo que eres” y así  durante horas hasta que la batería termina agotándose.

 

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