Cuando por fin entra en la
habitación del hotel se quita los zapatos
de cualquier manera, zapatos que él
no ha elegido; el nudo de la corbata se le resiste pero finalmente lo afloja,
tira de ella y la suelta encima de la cama, corbata que él tampoco ha elegido; la
chaqueta, la camisa y los pantalones terminan en el suelo, ropa que alguien le compró pero
no recuerda cuándo ni dónde. Así, desnudo, se sienta delante del espejo y pasa
sus dedos por la capa de maquillaje que
le cubre la cara. Coge un algodón, derrama sobre él un líquido blanquecino y arrastra
despacio la pintura ensuciando la superficie. Cuando termina se queda mirando a
la persona que permanece enfrente y suspira al no reconocer al hombre que tiene
al otro lado.
‘Ese no soy yo’, piensa. ‘Esa no
es mi imagen, no es mi pelo, mis facciones se han vuelto más duras, ni siquiera
queda nada de mis ideas, me han desposeído de ellas. Me dejo disfrazar todas
las mañanas y me obligan a vivir, la mayor parte de mi tiempo, en un aciago y
solitario hotel lejos de los que fueron mis amigos y lo poco que queda de mi
familia’. Fijándose más detenidamente en quien tiene delante, estudia con
detenimiento lo que queda de él pero sigue sin reconocerse. ¿Dónde quedó aquel
idealista que iba a terminar con injusticias, corruptelas, mentiras, con el
miedo…?¿Dónde quedó aquel joven entusiasta de aspecto un poco desaliñado que
tanto gustaba charlar, debatir, hallar soluciones con la gente en una plaza, en
un parque, en la acera de cualquier
esquina?
Con todo ello cargó en un
principio cuando la calle dejó de ser el escenario básico de su lucha, pero
lentamente se fue acomodando en los
resortes oxidados de un sistema caduco, obsoleto al que solo a unos cuantos,
demasiados pocos, les interesa mantener. Y ahora, como intermediario, no lo hace
mal; todo lo contrario, se halla en la cúspide con una mayoría de seguidores
que confían ciegamente en él. Cada vez que sale en pantalla, como ha hecho esta
noche, medio país se ha paralizado pendiente de sus palabras, hipnotizado por sus gestos, fascinado por su
porte. El debate, en uno de los más importantes medios de comunicación
audiovisual, ha sido un éxito. Ha caído
sobre su adversario como lo hace un ave rapaz sobre su víctima, inhabilitándolo
con sus garras y despedazándolo a continuación.
No desea seguir mirando a esa
extraña figura, da media vuelta dejando el espejo a sus espaldas y se tumba en
la cama cerrando los ojos. Está cansado, muy cansado, demasiado cansado pero, a
pesar de la fatiga, no puede dormir. Sin abrir los ojos se imagina su otra
vida, esa que ideó tantas veces con la que fue su pareja; una mujer luchadora,
vitalista, optimista con la que convivió durante unos años e incluso llegaron a
tener un hijo, hasta que un día lo
abandonó porque ella no entendía muy bien en qué se había convertido. Le duele
la cabeza, es el agotamiento y necesita
urgentemente descansar porque mañana muy temprano debe estar preparado
para representar nuevamente el papel que
ha estado ensayando durante años. Saca
de la mesita un bote con píldoras para dormir. Se echa una a la boca, dos,
tres… se adormece hasta perder la conciencia. El sonido de su respiración va
consumiéndose conforme avanza la noche,
mientras que, en la esquina de un escritorio, se suceden con una frecuencia más
o menos regular, las intermitencias de la luz de un móvil. Son mensajes de
compañeros de partido: “Enhorabuena por tu victoria” “Eres el mejor” “Contigo
no puede nadie” “Lo has dejado K.O.” “Un líder, eso es lo que eres” y así durante horas hasta que la batería termina agotándose.
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