miércoles, 22 de abril de 2015

La candidata

Autora: Cecilia Morales


A Beatriz le gustaba sentarse al final de la clase, o en una esquina. No quería  tener su cara expuesta fácilmente al paso de las miradas de los compañeros.

Era callada y retraída, trabajadora y estudiosa, pero no alardeaba de ello, al revés, casi nunca hablaba, ni respondía a las preguntas generales de los profesores, jamás levantaba  la mano para nada. Quizás por eso, por parecer o ser apocada, en ocasiones, era objeto del pitorreo por parte de algunos compañeros.

-A ver, la  sinlengua, ¿es que no sabes la respuesta tan lista como eres?-  le decía burlonamente a veces Héctor, un rubio sonriente y corpulento, que necesitaba llamar la atención, ante alguna  pregunta de los profes.

-Eh, doña hormiguita, hoy también habrás traído todos los deberes, ¿no?, preguntaba graciosilla Clara, la más redicha de la clase.

El profe les hacía ver a estos compañeros tan irrespetuosos lo perjudicial de su conducta, pero   todo quedaba ahí.  Además, a Beatriz  tampoco parecía importarle demasiado, nunca se lo tomaba a mal y, la mayoría de las veces, hacía acopio de fuerza y pasaba de ellos. Iba a lo suyo y en paz.

Los gemelos eran otra cosa. Con sus caras como toneles, ojos achinados y espaldas de gigantes; con  ese gesto agresivo y desafiante, sí le daban miedo. Fuera del instituto la habían retenido y amenazado alguna que otra vez, pero ella nunca los denunció, ni se quejó. Frente a ellos, su otro yo interior, más fuerte y animoso,  no era suficiente.

Beatriz también era una chica soñadora. En el rincón preferido de su cabeza siempre estaba tejiendo proyectos y aspiraciones que le permitían llevar una vida paralela y que sabía armonizar muy bien con su vida escolar, no siempre feliz.

Su último deseo era realmente difícil, inconcebible en una joven como ella, ni más ni menos que llegar a ser la delegada de clase. El solo pensar en ello, ya le producía una risa interior, un feliz desasosiego,  una tierna inquietud que cualquier contratiempo desaparecía inmediatamente de su cabeza.

La costumbre en su clase era, a su profe le gustaba, que con cierta frecuencia  se cambiara de persona delegada de clase. Decía que era importante que todos, aunque fuera por una sola vez, asumieran esa responsabilidad.  Y esto se estaba maquinando ahora en el rincón preferido de su cabeza.

Llegar a ser delegada de clase no era cuestión de sorteo, de orden alfabético ni de nada parecido. El profe convertía en candidatos a todos los que lo pretendieran y como tales, debían expresar en un breve documento varios propósitos con los que aspiraban a mejorar el ambiente  y el trabajo en la clase. ¡ Y, además, explicarlos!

Ya veía pasar por su cerebro, como si fuera la televisión, las imágenes con las miradas pícaras, las risas burlonas, los gestos provocadores de sus compañeros más fanfarrones. Pero para eso tenía su otra vida secreta, para hacer frente a lo que viniera. Y se dispuso a prepararlo todo.

Cuando tuvo elaborado el documento con sus pretensiones, se lo entregó a su profe, como estaba previsto.

Con este primer paso, ya estaba satisfecha, contenta, ya era candidata oficial. Ahora tenía que exponer  y defender sus deseos ante los compañeros, y se fue preparando. Durante dos días ensayó frente al espejo. Y se gustó.

La noche anterior a la defensa de su candidatura durmió mal, inquieta. Por la mañana, hizo un último ensayo ante el espejo y vio que estaba bien, pero, al terminar, la superficie reluciente del espejo le devolvió incomprensiblemente la imagen de los gemelos, con su sonrisa inquietante, malévola, perversa, y en ese instante, el espejo se hizo añicos.

Beatriz sintió terror y, espantada, se metió de nuevo en la cama.

A su madre le dijo que se sentía mal, que no había dormido, y no fue al instituto.


Algo empezaba a fallar en el rincón preferido de su cabeza.

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