martes, 31 de marzo de 2015

El reencuentro

Autora: Elena Casanova


Julián  pulsa la última letra del segundo apellido en el ordenador y a continuación  presiona la tecla intro. En la pantalla aparece la página de facebook de una amiga. La reconoce al instante en la foto de perfil, es la Lucía de aquella época, su antigua compañera de instituto a la que hace casi treinta años que no ve. Es ella, no tiene la menor duda, y lo sabe porque la cara que ve es la misma de la chica por la que medio instituto suspiraba: pelo moreno, ligeramente ondulado, piel oscura con pecas, grandes ojos verdes y una sonrisa pícara.  La recuerda no demasiado alta, pero  con un cuerpo tan garboso que le quitaba el hipo. Mientras mira la foto de aquellos años, el corazón se acelera y un leve rubor le sube por las mejillas. Escudriña la página pero hay pocos datos. El mes y año de nacimiento, la empresa en la que trabaja, y ¡sorpresa! La ciudad en  la que vive está solo a veinte kilómetros de su residencia. Aunque siente cierto retraimiento, le envía una solicitud de amistad.

Al día siguiente, al encender el ordenador observa varios correos, entre ellos uno de Lucía. Ha aceptado su solicitud de amistad y le ha mandado un breve mensaje. Antes de abrirlo, Julián experimenta de nuevo la quemazón en su cara y un ligero temblor es el responsable de la torpeza de sus dedos. Cuando lo tiene en la pantalla, lee con sorpresa un afectuoso saludo y el agradecimiento por haberse puesto en contacto con ella. Se siente dichosa de recibir  noticias de un antiguo compañero y después de tantos años  le ha hecho, verdaderamente,  mucha ilusión. Julián le devuelve el saludo y también expresa, ahora más tranquilo, la felicidad que le ha causado este reencuentro.

Durante las siguientes semanas se han escrito con cierta regularidad. No han tardado en ponerse al día contándose sus vidas después de acabar bachillerato. Lucía estudió magisterio; encontró trabajo de maestra en un colegio concertado con niños de tres a cinco años. Después de varias relaciones, se casó. Su matrimonio solo duró un par de años y no ha tenido hijos. En este momento no tiene compromiso alguno. La soledad, confiesa, a veces la oprime de una forma angustiosa. Julián, por su parte, le ha narrado la mediocre, según él, historia de su vida. Estudió derecho y trabaja en un pequeño bufete ejerciendo de todo menos de abogado. Su experiencia sentimental ha quedado reducida a varias parejas, insignificantes tanto en el tiempo como en el grado de compromiso. En realidad no se ha preocupado demasiado por estas cuestiones y su condición de soltero la considera casi un privilegio, después de ser testigo de las múltiples rupturas matrimoniales de compañeros de trabajo y de amigos.

Pasado un tiempo consideran que ya va siendo hora tener un encuentro personal y deciden hacerlo en una cafetería de la pequeña ciudad donde vive Lucía. Como hace tanto tiempo que no se han visto y a ninguno de los dos se le ha ocurrido mandar una fotografía con su aspecto actual, ella le describe la ropa que llevará puesta: un abrigo verde y un bolso marrón, pero piensa que a pesar del tiempo  se reconocerán fácilmente.

El último viernes del mes de febrero, Julián llega a la cafetería Zeus con una hora de antelación. Aparca el coche a las espaldas de un parque que hay justamente enfrente del bar y se sienta en uno  los bancos a fumarse un cigarrillo mientras espera con impaciencia que su reloj marque las cinco de la tarde. Han pasado casi treinta y cinco minutos, y  en el otro extremo de la calle,  aparece una mujer con un abrigo verde. Le nota un  movimiento extraño conforme avanza calle abajo y al tenerla más cerca observa que cojea ligeramente; inmediatamente se esconde tras el pilar de una pérgola porque desea observarla detenidamente sin ser visto, desde la intimidad de sus emociones, percepciones y recuerdos.

Lucia ¿esa es Lucía? Apenas la reconoce. Una de sus piernas es incapaz de avanzar de forma natural al caminar,  parece que un problema en la articulación de la rodilla es la causa de ese movimiento un tanto  exagerado. Y uno de sus brazos cae flácido, si vida. Su piel ha envejecido de una forma implacable que con un color grisáceo  y profundos surcos han apagado toda su luz. La mujer se detiene un momento antes de entrar en la cafetería para saludar a una vecina, y al volverse  deja al descubierto todo su rostro. Julián observa, con gran decepción, como el ojo y la comisura derechos cuelgan ligeramente hacia abajo, asimetría que convierte la cara de Lucía en una trágica caricatura de payaso. Y no termina ahí su sorpresa cuando, al escuchar su voz, toma conciencia del esfuerzo de Lucia para articular las palabras más simples,  con un lenguaje entrecortado, torpe, casi infantil.

Julián vuelve la cabeza, se niega a seguir observando. ¡No, no! repite,  esta no es la Lucia que yo he admirado y venerado todos estos años. No es la mujer con  la que quiero reencontrarme, sería absurdo, una mentira, no, no quiero hacerlo. Y para mantener su conciencia tranquila se repite una y otra vez que esta no es Lucia, que no puede  ser la misma mujer, mientras se dirige  a su coche con pasos acelerados, abre  la puerta, y enciende el motor.

 

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