domingo, 22 de febrero de 2015

Paco, don Francisco

Autora: Elena Casanova

No me había fijado, pero hasta la llegada de Paco desconocía que mi madre guardara un mantel de hilo, una cubertería sin arañazos y platos de porcelana. Tampoco había asistido al penoso espectáculo de ver a mi padre utilizar los cubiertos con ambas manos,  el tenedor a la izquierda y el cuchillo a la derecha,  cuando él siempre se ha sentido muy cómodo con su navaja de toda la vida.  Y me asombra, sinceramente, ver la mesa dispuesta para comer, parece la imagen sacada de una revista de decoración, jamás había observado en mi casa tanto primor, tanto esmero. ¿Por qué cuando llego con Rosa, mi pareja, el ceremonial no alcanza la misma categoría?¿Será porque ella es una simple conserje y Paco, don Francisco lo llaman la mayoría de sus conocidos, es el director de una conocidísima caja de ahorros?

Paco entró en nuestras vidas cuando conoció a mi hermana en unas prácticas que ella realizaba en su lugar de trabajo y al poco tiempo de estar juntos decidieron casarse. Acostumbran venir a comer a casa de mis padres de vez en cuando. En el barrio donde nos hemos criado Paco, don Francisco, es muy querido y respetado. Tiene un carácter campechano, y entre cañas, cafés y jugadas de dominó ha conseguido ganarse la confianza de muchos de los vecinos, todos ellos amigos de mis padres, y los ha persuadido para que sus ahorros acaben en la entidad que dirige.

Hace algunos años, Paco, don Francisco, ofreció a sus clientes, amigos los llamaba él, un producto para invertir sus ahorros, acciones preferentes, dándoles a entender que se trataba de renta fija cuando no lo era. Todos lo creyeron  a pie juntillas,  y se sintieron bien orgullosos de tener a su lado una persona que velase por sus intereses, invirtiendo de forma segura los ahorros de todo su trabajo. Qué gran decepción, sin embargo, descubrir la gran estafa de la que habían sido objeto. El agradecimiento se ha vuelto ingratitud, la amistad en desafecto, la alegría en lágrimas. Solo les queda la protesta y las reclamaciones judiciales ante la imposibilidad de rescatar el dinero invertido.

Ahora Paco, don Francisco, ya  no aparece por el barrio porque se ha quedado mudo, no existen las palabras para dar explicaciones a todos los incautos que se dejaron llevar por un gesto suplantado, por una verborrea excesiva, por una camaradería cargante. Mis padres, incapaces de comprender muy bien  lo que ha pasado, apenas si se atreven a pisar la calle por vergüenza, por una culpa que no es suya, de ver caras toscas, serias, afligidas y sobre todo, la impotencia acumulada en la mirada de tantas personas con las que han compartido un barrio, una vida Ya no he vuelto a ver el mantel de hilo, la cubertería sin arañazos y  platos de porcelana. Y la imagen de mi padre  con  un cuchillo y un tenedor entre sus manos al mismo tiempo se ha borrado para siempre.


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