No me había fijado, pero hasta la
llegada de Paco desconocía que mi madre guardara un mantel de hilo, una
cubertería sin arañazos y platos de porcelana. Tampoco había asistido al penoso
espectáculo de ver a mi padre utilizar los cubiertos con ambas manos, el tenedor a la izquierda y el cuchillo a la
derecha, cuando él siempre se ha sentido
muy cómodo con su navaja de toda la vida.
Y me asombra, sinceramente, ver la mesa dispuesta para comer, parece la
imagen sacada de una revista de decoración, jamás había observado en mi casa
tanto primor, tanto esmero. ¿Por qué cuando llego con Rosa, mi pareja, el
ceremonial no alcanza la misma categoría?¿Será porque
ella es una simple conserje y Paco, don Francisco lo llaman la mayoría de sus
conocidos, es el director de una conocidísima caja de ahorros?
Paco entró en nuestras vidas
cuando conoció a mi hermana en unas prácticas que ella realizaba en su lugar de
trabajo y al poco tiempo de estar juntos decidieron casarse. Acostumbran venir
a comer a casa de mis padres de vez en cuando. En el barrio donde nos hemos
criado Paco, don Francisco, es muy querido y respetado. Tiene un carácter campechano,
y entre cañas, cafés y jugadas de dominó ha conseguido ganarse la confianza de
muchos de los vecinos, todos ellos amigos de mis padres, y los ha persuadido para
que sus ahorros acaben en la entidad que dirige.
Hace algunos años, Paco, don
Francisco, ofreció a sus clientes,
amigos los llamaba él, un producto para invertir sus ahorros, acciones preferentes,
dándoles a entender que se trataba de renta fija cuando no lo era. Todos lo
creyeron a pie juntillas, y se sintieron bien orgullosos de tener a su
lado una persona que velase por sus intereses, invirtiendo de forma segura los
ahorros de todo su trabajo. Qué gran decepción, sin embargo, descubrir la gran
estafa de la que habían sido objeto. El agradecimiento se ha vuelto ingratitud,
la amistad en desafecto, la alegría en lágrimas. Solo les queda la protesta y
las reclamaciones judiciales ante la imposibilidad de rescatar el dinero
invertido.
Ahora Paco, don Francisco, ya no aparece por el barrio porque se ha quedado
mudo, no existen las palabras para dar explicaciones a todos los incautos que
se dejaron llevar por un gesto suplantado, por una verborrea excesiva, por una
camaradería cargante. Mis padres, incapaces de comprender muy bien lo que ha pasado, apenas si se atreven a
pisar la calle por vergüenza, por una culpa que no es suya, de ver caras
toscas, serias, afligidas y sobre todo, la impotencia acumulada en la mirada de
tantas personas con las que han compartido un barrio, una vida Ya no he vuelto
a ver el mantel de hilo, la cubertería sin arañazos y platos de porcelana. Y la imagen de mi padre con un
cuchillo y un tenedor entre sus manos al mismo tiempo se ha borrado para
siempre.
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