Autora: Carmen Sánchez
El difunto era el hombre más rico
del país. Nació el primogénito de una familia de banqueros, cuyo mayor logro
había sido incrementar su riqueza en cada generación.
Hacía más de un siglo que Fernando
Santamaría, su abuelo, inició el negocio familiar. Procedente del interior, se
estableció en la capital costera, en el tiempo que todavía no era más que una
ciudad provinciana. Impulsado por el próspero negocio de la exportación
marítima, aunque algunos decían que tal negocio encubría el contrabando de la
costa, sea como fuere, el muchacho de entonces, buscó la suerte y la encontró.
En aquella época, era un joven
apuesto y listo, que rápidamente enlazó con la hija del mayor terrateniente de
la región. El matrimonio le aportó respetabilidad y fortuna. De este modo,
entró en la élite local y comenzó su relación con la autoridad establecida en
cada momento. En poco tiempo, todos los comerciantes de la localidad le estaban
agradecidos y unos y otros dependían de los préstamos bancarios que D. Fernando
les otorgaba. El pequeño banco fue ampliando su actividad a otros ámbitos, así
fundó el Casino, construyó el primer hotel o avaló las nuevas compañías
navieras, hasta tal punto que, no había empresa en la que la familia no interviniera.
Varias décadas después, cuando su
hijo pasó a dirigir la sociedad bancaria, era ya una entidad consolidada y la
familia tan respetada que en la ciudad no se tomaba ninguna decisión sin
consultar con los Santamaría.
Esta reputación y una inmensa fortuna,
fue la herencia que recibió, tiempo después, el tercer Santamaría, que ahora
yacía inerte, ante la mirada impasible, de quienes le conocían.
Su visión emprendedora y una codicia
desmedida, le llevaron a realizar inversiones en el exterior, ya fueran financieras
o de cualquier otra índole, no importaba nada, sólo la rentabilidad. Pronto el
banquero se acostumbró a controlar cuanto había a su alrededor. Así por
ejemplo, el mercado de valores, nacional o internacional, subía o bajaba la
cotización de determinadas acciones, según le interesara, siguiendo una
estrategia oculta, pero bien definida.
De la misma manera, manejó la
esfera política, aunque siempre desde la distancia. Sufragó campañas de
partidos afines, elevando al ambicioso líder de turno, para que ejerciera el
cargo conforme el guion establecido y desacreditando al adversario difícil de
manipular, hasta derribarlo.
En las relaciones familiares, su
actitud no era diferente. Todos los miembros le debían lealtad y muy pocos
osaban desafiarlo. Este carácter intransigente, llevó a Santamaría a desaprobar
la conducta de su hija mayor, cuando en su juventud, se atrevió a rebelarse
contra la autoridad paterna, y aunque los años siguientes demostraron la
capacidad de ésta, para las finanzas, el padre se negó a admitirlo, apartándola
a un puesto irrelevante en el extranjero. Pese a todo, la hija se convirtió en
una reputada directiva, con un olfato excelente para las inversiones. Tiempo
después se incorporaría al Consejo de Dirección. Sin embargo, nadie conocía
que, en su interior guardaba un odio profundo por el rechazo sufrido.
Por su parte, el segundo hijo, si
bien carecía de la sagacidad de su hermana, compensaba su escasa brillantez,
con una devoción inquebrantable hacia el progenitor y una dedicación absoluta a
la entidad, que lo llevaría a ser nombrado sucesor en la dirección del banco.
Durante años, todo había ido bien y no le había importado sacrificarlo todo
para estar a la altura de las expectativas paternas, pero desde el regreso de
la hermana, la inseguridad se había apoderado de él y lo consumía.
Había más hijos, pero para el
banquero, no pasaban de ser asuntos menores, que requerían poca atención.
En cuanto a la esposa, la pasión y
el cariño inicial se desvanecieron rápidamente. La progresiva ausencia del
marido en la vida familiar y la certeza de la existencia de alguna amante que,
pese a la discreción del marido, no le pasaron desapercibidas, transformaron su
vida plácida en anodina, distraída entre
las distintas residencias familiares. De tal modo, el aburrimiento se convirtió
en tedio y éste después sólo fue desinterés.
Mas, al principio, el desencanto primero y después el despecho, la
condujeron a una relación clandestina y a un embarazo inesperado. La nueva
situación la comprometía a ella y especialmente al hijo, por lo que calló su
secreto y se convirtió, a partir de entonces, en la esposa perfecta.
Todos estos entresijos familiares,
si bien permanecían latentes, quedaban en segundo plano en cada reparto de
beneficios o con las nuevas ampliaciones de capital.
Sin embargo, algo cambió cuando
esa noche el abogado de la familia acudió al despacho del padre a altas horas
de la madrugada. Al día siguiente el banquero no despertó. El Dr. Santamaría,
hermano del difunto, informaba a los medios de comunicación que un infarto
había acabado con la vida del financiero. El certificado de defunción así lo
acreditaba, pero la realidad era otra.
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