jueves, 19 de febrero de 2015

La familia Santamaría

Autora: Carmen Sánchez

El difunto era el hombre más rico del país. Nació el primogénito de una familia de banqueros, cuyo mayor logro había sido incrementar su riqueza en cada generación.

Hacía más de un siglo que Fernando Santamaría, su abuelo, inició el negocio familiar. Procedente del interior, se estableció en la capital costera, en el tiempo que todavía no era más que una ciudad provinciana. Impulsado por el próspero negocio de la exportación marítima, aunque algunos decían que tal negocio encubría el contrabando de la costa, sea como fuere, el muchacho de entonces, buscó la suerte y la encontró.

En aquella época, era un joven apuesto y listo, que rápidamente enlazó con la hija del mayor terrateniente de la región. El matrimonio le aportó respetabilidad y fortuna. De este modo, entró en la élite local y comenzó su relación con la autoridad establecida en cada momento. En poco tiempo, todos los comerciantes de la localidad le estaban agradecidos y unos y otros dependían de los préstamos bancarios que D. Fernando les otorgaba. El pequeño banco fue ampliando su actividad a otros ámbitos, así fundó el Casino, construyó el primer hotel o avaló las nuevas compañías navieras, hasta tal punto que, no había empresa en la que la familia no interviniera.

Varias décadas después, cuando su hijo pasó a dirigir la sociedad bancaria, era ya una entidad consolidada y la familia tan respetada que en la ciudad no se tomaba ninguna decisión sin consultar con los Santamaría.

Esta reputación y una inmensa fortuna, fue la herencia que recibió, tiempo después, el tercer Santamaría, que ahora yacía inerte, ante la mirada impasible, de quienes le conocían.

Su visión emprendedora y una codicia desmedida, le llevaron a realizar inversiones en el exterior, ya fueran financieras o de cualquier otra índole, no importaba nada, sólo la rentabilidad. Pronto el banquero se acostumbró a controlar cuanto había a su alrededor. Así por ejemplo, el mercado de valores, nacional o internacional, subía o bajaba la cotización de determinadas acciones, según le interesara, siguiendo una estrategia oculta, pero bien definida.

De la misma manera, manejó la esfera política, aunque siempre desde la distancia. Sufragó campañas de partidos afines, elevando al ambicioso líder de turno, para que ejerciera el cargo conforme el guion establecido y desacreditando al adversario difícil de manipular, hasta derribarlo.

En las relaciones familiares, su actitud no era diferente. Todos los miembros le debían lealtad y muy pocos osaban desafiarlo. Este carácter intransigente, llevó a Santamaría a desaprobar la conducta de su hija mayor, cuando en su juventud, se atrevió a rebelarse contra la autoridad paterna, y aunque los años siguientes demostraron la capacidad de ésta, para las finanzas, el padre se negó a admitirlo, apartándola a un puesto irrelevante en el extranjero. Pese a todo, la hija se convirtió en una reputada directiva, con un olfato excelente para las inversiones. Tiempo después se incorporaría al Consejo de Dirección. Sin embargo, nadie conocía que, en su interior guardaba un odio profundo por el rechazo sufrido.

Por su parte, el segundo hijo, si bien carecía de la sagacidad de su hermana, compensaba su escasa brillantez, con una devoción inquebrantable hacia el progenitor y una dedicación absoluta a la entidad, que lo llevaría a ser nombrado sucesor en la dirección del banco. Durante años, todo había ido bien y no le había importado sacrificarlo todo para estar a la altura de las expectativas paternas, pero desde el regreso de la hermana, la inseguridad se había apoderado de él y lo consumía.
Había más hijos, pero para el banquero, no pasaban de ser asuntos menores, que requerían poca atención.

En cuanto a la esposa, la pasión y el cariño inicial se desvanecieron rápidamente. La progresiva ausencia del marido en la vida familiar y la certeza de la existencia de alguna amante que, pese a la discreción del marido, no le pasaron desapercibidas, transformaron su vida plácida en anodina, distraída  entre las distintas residencias familiares. De tal modo, el aburrimiento se convirtió en tedio y éste después sólo fue desinterés.  Mas, al principio, el desencanto primero y después el despecho, la condujeron a una relación clandestina y a un embarazo inesperado. La nueva situación la comprometía a ella y especialmente al hijo, por lo que calló su secreto y se convirtió, a partir de entonces, en la esposa perfecta. 

Todos estos entresijos familiares, si bien permanecían latentes, quedaban en segundo plano en cada reparto de beneficios o con las nuevas ampliaciones de capital.

Sin embargo, algo cambió cuando esa noche el abogado de la familia acudió al despacho del padre a altas horas de la madrugada. Al día siguiente el banquero no despertó. El Dr. Santamaría, hermano del difunto, informaba a los medios de comunicación que un infarto había acabado con la vida del financiero. El certificado de defunción así lo acreditaba, pero la realidad era otra.

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