Jimmy Callaghan procedía de
Irlanda. John O’Connors, su vecino de enfrente, también era descendiente de
irlandeses. Ambos vivían en Clifford Valley, pero de niños no tuvieron ninguna
relación.
Jimmy Callaghan era hijo de uno
de los vecinos más antiguos del lugar. Su abuelo llegó a la isla de Ellis con
una gran oleada de inmigrantes irlandeses. En el traslado al Nuevo Mundo su
apellido perdió la O inicial, y pasó de O’Callaghan a simplemente Callaghan.
Tras unos años de subsistencia en la Costa Este, decidieron trasladarse hacia
el interior de aquellas vastas e inhóspitas tierras que eran los Estados Unidos
de América en aquel entonces, y recorrieron aquella tierra prometida, hasta encontrar
un hermoso valle en el que resolvieron quedarse. Sólo había tres o cuatro
colonos más antiguos que ellos.
Una precaria salud, un exceso en la
bebida, y más adelante, la mala suerte en las cartas, jugaron en contra de los
Callaghan. El abuelo y el padre de Jimmy arruinaron el futuro familiar. Jimmy
era un niño pobre, que no iba a la escuela y que vivía en una casa necesitada
de reparaciones. Desde las ventanas de su casa, observaba como se desenvolvía
la vida de los O’Connors, contrastando su bienestar y su riqueza, con la
escasez y la miseria que rodeaba a la suya.
Los O’Connors eran banqueros. Ya
se habían trasladado a los Estados Unidos en condiciones diferentes a sus
vecinos. El abuelo O’Connors se instaló en Boston y fundó un banco. Frederick,
el padre de John, emprendedor y amante de la Naturaleza, decidió coger su parte
de la herencia y probar fortuna en un mundo más rural y más virgen. Llegado a
Clifford Valley, levantó un edificio de piedra para albergar la sede de la
Banca O’Connors, y a continuación, se construyó una mansión en la salida de lo
que ya podía considerarse un pequeño pueblo. La población, aunque reducida aún,
disponía de una iglesia, una escuela, un diminuto hotel, un gran almacén en el
que se encontraba de todo, y pequeñas tiendas de profesionales que iban
instalándose en el lugar, un sastre, una barbería, un abogado, un médico, una
funeraria, un bar-salón, donde de vez en cuando había actuaciones itinerantes,
y una oficina del sheriff que regulaba la convivencia en el pueblo y la
protegía de asaltantes y forajidos.
Posteriormente, el descubrimiento
de oro en las montañas cercanas hizo que la ciudad creciese de una manera desmesurada y que la Banca
O’Connors obtuviera pingües beneficios.
John tuvo una institutriz de
pequeño y jugaba con sus hermanos en los jardines de su casa. Jimmy, en cambio,
hijo único, ya que su hermano pequeño murió a los pocos meses de nacer, se
distraía observando los juegos de sus vecinos ricos. Frederick O’Connors
intentó repetidamente comprarle la casa a los Callaghan, para no tener enfrente
de sus hogar, la visión de aquella construcción cada vez más destartalada y la
presencia de aquellos vecinos sin oficio ni beneficio y que habían caído tan
bajo. Llegó a ofrecer una cantidad de dinero tres veces superior al valor de aquellas
cuatro maderas, pero la madre de Jimmy nunca aceptó que se vendiera la casa y
que se quedaran sin un techo bajo el que cobijarse.
Un día, Jimmy decidió cambiar su
destino. Se apuntó a la escuela y se la pagó él mismo, con el dinero que sacaba
de diferentes trabajos esporádicos que encontraba. Cuando la fiebre del oro,
decidió seguir el camino que se había trazado y desdeñó a los que se
enfrascaron en una vida de fieras por hacerse con unos gramos de ese preciado
metal. Su objetivo estaba claro y se ofreció a trabajar en la Banca O’Connors.
En seguida, aprendió buenas
maneras y su inteligencia y su porte distinguido le fueron ayudando a subir
escalones en el banco. Cuando los O’Connors decidieron abrir un nuevo banco en
una ciudad más al oeste y repetir la experiencia de Clifford Valley, el elegido
para dirigir la nueva oficina fue sin ningún genero de dudas, Jimmy Callaghan.
Llegado el momento de pensar en
el matrimonio, Jimmy dio los pasos oportunos para enamorar a la no muy
agraciada Hellen O’Connors, una hermana de John, su jefe, algo más joven que él
y que había sido la única que había prestado atención a aquel muchacho rubio,
de ojos azules, que vivía enfrente de ellos y que no paraba de mirarles. La sangre
irlandesa del pretendiente y su futuro prometedor en el banco fueron motivos
suficientes para aceptar que entrase en la familia.
El casamiento coincidió con una
fase de expansión de la Banca O’Connors y el papel de Jimmy fue fundamental
para crecer en sucursales y en beneficios.
A John le gustaba vivir bien y
quería que su banca creciese, pero también era un amante de la naturaleza, como
su padre, y dedicaba parte de su tiempo a actividades de ocio. Jimmy, en
cambio, vivía por y para hacer crecer el Banco.
Ambos tuvieron varios hijos, pero
sólo James Callagham y Alfred O’Connors, los primogénitos, continuaron con el
negocio familiar de manera activa. Todos los demás hermanos y familiares eran
también propietarios, pero tenían otras actividades o simplemente vivían de los
beneficios del banco.
James y Alfred, compraron su
parte a la mayoría de familiares y sólo quedó un reducido número de ellos, que constituían
un sector pequeño de los accionistas, que fueron incrementándose con inversores
externos a lo largo de los años.
James y Alfred repitieron las
formas de ser de sus antecesores. Jimmy le transmitió a su hijo su afán por ser
cada vez más rico y John le transfirió al suyo el amor por la Naturaleza. Ambos
banqueros dirigieron el banco personalmente hasta muy entrado el siglo veinte y
transmitieron su negocio a sus nietos.
Jimmy Callaghan junior y Fred
O’Connors junior, presidentes simultáneos, extendieron su banco por todos los
rincones de los Estados Unidos y comenzaron a expandirse en el exterior. De
nuevo los Callaghan y los O’Connors respondían a dos patrones distintos. Fred
O’Connors era un filántropo y donaba parte de su dinero a instituciones
benéficas, creaba museos y gastaba dinero en coleccionar obras de arte,
mientras que Jimmy Callaghan junior,
vivía pura y exclusivamente para su negocio.
En la segunda mitad del siglo
veinte Jimmy Callagahn junior se hizo con más del cincuenta por ciento del
banco, que pasó a denominarse Banca O’Connors – Callaghan y comenzó a
introducirse en los negocios petrolero y armamentístico. Siguiendo los pasos de
sus abuelos, presidieron la institución hasta que fueron muy mayores y transmitieron
la dirección de sus negocios a sus nietos. En esta ocasión hubo un presidente
Callaghan y un vicepresidente O’Connors, con funciones más honoríficas que
reales.
James Callaghan IV, el octavo
descendiente del fundador del banco, presidente de la Banca O’Connors –
Callaghan, se convirtió en uno de los hombres más ricos del mundo, tras sus
inversiones en el sector de la construcción en diferentes partes del planeta y
en otros sectores estratégicos. Sus inversiones financieras le encumbraron a la
cúspide y recibía premios por doquier. Los políticos de todo el mundo se
empujaban por estrechar su mano o fotografiarse con él. Participaba en los
centros de poder que marcaban las directrices a seguir para todo el planeta. La
Banca O’Connors – Callaghan era ya sólo una parte pequeña del poderío económico
de los Callaghan, pero fue él, James Callaghan IV, el que cumplió el sueño de su
octavo antecesor y que había pasado, en secreto, de generación en generación,
de boca a boca, en forma de promesa, y a escondidas de los O’Connors:
‘Juro que algún día, la banca
O’Connors pasará a denominarse Banca Callaghan’.
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