Autor: Antonio Cobos
Siempre había tenido miedo a la noche, pero ahora la anhelaba.
Sabía que era peligroso y era consciente de que nunca antes se le hubiera
ocurrido que sería capaz de hacer una cosa así, pero no podía resistirse.
Se levantó con suavidad y se vistió despacio. Se enfundó aquella
especie de uniforme negro, que su sastre le habían entregado en la víspera y
que se adaptaba perfectamente a su cuerpo como un guante se adapta a la mano de
su dueño. Era su talla, no había duda. Estaba apuesto con él a pesar de su tez
tan blanca. Al salir, cogió su capa del perchero y la visión fugaz del forro de
seda roja de la prenda le causó un vahído, del que se recuperó al momento.
Salió a la calle, anduvo unos pasos y reclamó a un cochero. Le dio
unas señas y, desde el pescante y sin hablar, aquel taciturno conductor movió
afirmativamente su cabeza. El carruaje atravesó tranquilamente la ciudad
aproximándose a la orilla del caudaloso río que la cruzaba y que arrastraba
aguas tenebrosas y oscuras. La luz de las velas de los dos faroles del
carricoche, apenas alumbraban el paso a los caballos. Esporádicamente alguna
luz amiga reforzaba la visión local del tramo recorrido bajo su radio de acción,
y a medida que se acercaban a los bordes del Támesis, la niebla ligera del
principio se iba haciendo más densa y más pesada.
Llegado a su destino, despidió al cochero y quedó con él, en el
mismo lugar a una hora convenida. Nuestro hombre se perdió en un laberinto de pasajes y callejuelas y pronto descubrió un posible
objetivo. Una prostituta esperaba a un futuro cliente en la esquina de enfrente
de lo que parecía ser un pub de mala muerte…
Manuel decidió levantarse y no esperar el final de la película. Se
había equivocado totalmente al elegirla. El título “Unas semanas en Londres”,
le había desorientado por entero, él lo
que buscaba era un poco de evasión, tras unos intensísimos días de trabajo.
Salió del cine y decidió volver a casa andando para llegar cansado y dormir
mejor. Era algo tarde, pero al día siguiente no tendría que madrugar y el hotel
no estaba tan lejos. A los pocos minutos le pareció que una persona con la que
se había cruzado, se había dado la vuelta y le seguía, pero no quería volver la
cabeza. Pensó que era absurdo tener miedo y que sería influencia de la película. No había
nadie en la calle excepto él y la persona que le seguía por detrás. Decidió
apretar el paso y la otra persona también lo hizo. Se paró de golpe y su
perseguidor también se detuvo. No pasaba ni un taxi, ni siquiera un coche
particular por la calle. Se armó de valor y se giró. Alguien se había ocultado
en la entrada de una casa, pero se le veía pegado al portal. Sí, era la misma
persona con la que se cruzó, con gabardina y sombrero.
Siguió andando ligero y la figura perseguidora anduvo ligera, echó
a correr y el perseguidor corrió tras él. Se paró y se dio la vuelta y sí, allí
estaba aquella gabardina con sombrero frente a él. Debajo llevaba un camisón.
-Manuel - dijo Sara apagando
la televisión y con un cierto tono de enfado – Te has vuelto a quedar dormido
en el sofá – Y algo más cariñosa añadió – Anda, vente a la cama, que mañana
temprano te vas de viaje a Londres.
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