jueves, 22 de enero de 2015

¡Qué noche!

Autor: Antonio Cobos

Siempre había tenido miedo a la noche, pero ahora la anhelaba. Sabía que era peligroso y era consciente de que nunca antes se le hubiera ocurrido que sería capaz de hacer una cosa así, pero no podía resistirse.

Se levantó con suavidad y se vistió despacio. Se enfundó aquella especie de uniforme negro, que su sastre le habían entregado en la víspera y que se adaptaba perfectamente a su cuerpo como un guante se adapta a la mano de su dueño. Era su talla, no había duda. Estaba apuesto con él a pesar de su tez tan blanca. Al salir, cogió su capa del perchero y la visión fugaz del forro de seda roja de la prenda le causó un vahído, del que se recuperó al momento.

Salió a la calle, anduvo unos pasos y reclamó a un cochero. Le dio unas señas y, desde el pescante y sin hablar, aquel taciturno conductor movió afirmativamente su cabeza. El carruaje atravesó tranquilamente la ciudad aproximándose a la orilla del caudaloso río que la cruzaba y que arrastraba aguas tenebrosas y oscuras. La luz de las velas de los dos faroles del carricoche, apenas alumbraban el paso a los caballos. Esporádicamente alguna luz amiga reforzaba la visión local del tramo recorrido bajo su radio de acción, y a medida que se acercaban a los bordes del Támesis, la niebla ligera del principio se iba haciendo más densa y más pesada.

Llegado a su destino, despidió al cochero y quedó con él, en el mismo lugar a una hora convenida. Nuestro hombre se perdió en un laberinto de pasajes  y callejuelas y pronto descubrió un posible objetivo. Una prostituta esperaba a un futuro cliente en la esquina de enfrente de lo que parecía ser un pub de mala muerte…

Manuel decidió levantarse y no esperar el final de la película. Se había equivocado totalmente al elegirla. El título “Unas semanas en Londres”, le había desorientado por entero,  él lo que buscaba era un poco de evasión, tras unos intensísimos días de trabajo. Salió del cine y decidió volver a casa andando para llegar cansado y dormir mejor. Era algo tarde, pero al día siguiente no tendría que madrugar y el hotel no estaba tan lejos. A los pocos minutos le pareció que una persona con la que se había cruzado, se había dado la vuelta y le seguía, pero no quería volver la cabeza. Pensó que era absurdo tener miedo y que  sería influencia de la película. No había nadie en la calle excepto él y la persona que le seguía por detrás. Decidió apretar el paso y la otra persona también lo hizo. Se paró de golpe y su perseguidor también se detuvo. No pasaba ni un taxi, ni siquiera un coche particular por la calle. Se armó de valor y se giró. Alguien se había ocultado en la entrada de una casa, pero se le veía pegado al portal. Sí, era la misma persona con la que se cruzó, con gabardina y sombrero.

Siguió andando ligero y la figura perseguidora anduvo ligera, echó a correr y el perseguidor corrió tras él. Se paró y se dio la vuelta y sí, allí estaba aquella gabardina con sombrero frente a él. Debajo llevaba un camisón.
 
 -Manuel - dijo Sara apagando la televisión y con un cierto tono de enfado – Te has vuelto a quedar dormido en el sofá – Y algo más cariñosa añadió – Anda, vente a la cama, que mañana temprano te vas de viaje a Londres.

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