sábado, 31 de enero de 2015

Larga noche de invierno

Autora: Carmen Sánchez

La oscuridad aún cubre la ciudad. La luz de los restaurantes y locales nocturnos queda atrás cuando el automóvil se detiene en una de las calles más exclusivas del centro urbano.
Precedidos del escolta, el señor Alcalde y su esposa entran en su domicilio, tras una velada exquisita. Mientras la señora deja caer descuidadamente el visón sobre el canapé y se descalza camino del dormitorio, comenta  la amabilidad de la esposa del Consejero Delegado.
-  ¡Si hasta compartimos amigas! – dice con entusiasmo, y continúa: -La próxima semana me acompañará a la prueba del vestido, si, el de la recepción del Embajador, vendrá también Pilar, la esposa del Ministro-, y añade: -Se nota que están bien situados, ella es muy elegante y él tiene un aire distinguido, que destaca nada más verlo.
El marido se aleja y ella alza la voz para preguntarle:
-       ¿Cuánto hace que lo nombraron Consejero del Fondo de Inversión?- sin esperar respuesta continúa: -¿A este Fondo es al que vendisteis las viviendas del que todo el mundo habla?
Esa misma noche, en un barrio de la periferia, la desesperación acorrala a una familia. María Elena no ha dejado de llorar. ¿Qué va a ser de nosotros?- piensa una y otra vez, al tiempo que acaricia al niño pequeño que duerme ajeno a todo.
Mira por la ventana y siente que la oscuridad los protege.
– No vendrán hasta que sea de día- se dice a sí misma, pero se equivoca.
Rememora todo lo que ha pasado y siempre llega a la misma conclusión: sus vidas se torcieron hace un año, cuando el Ayuntamiento vendió el piso en el que viven de alquiler, pagando una renta social, a un Fondo de Inversión extranjero.
La nueva empresa compró todas las viviendas municipales  de la zona y como medida inicial les aumentó drásticamente el recibo de la comunidad, pero eso fue sólo el principio, posteriormente les subió la renta hasta triplicarla, de forma que a los pocos meses les fue imposible asumirla. Poco tiempo después a Juan lo despidieron. El subsidio apenas les llegaba y los trabajos ocasionales que conseguía cada vez estaban peor pagados. Para colmo, ella estaba embarazada y no se encontraba bien, así que tuvo que dejar de trabajar y al no estar asegurada perdió esos escasos ingresos que paliaban la maltrecha economía familiar. Este cúmulo de circunstancias dio lugar a que debieran diez mensualidades, ocasionando una deuda que no podían abordar. En esta precariedad nació Jesús y a los pocos días de su llegada, cuando aún estaba convaleciente del parto,  recibieron la primera notificación de desahucio.
Suspira al recordar que con el apoyo de los vecinos y la movilización de  otros afectados consiguieron retrasar lo inevitable, pero su rostro se ensombrece al pensar que  los “buitres” merodean y no abandonan su carnaza, y ella se siente carnaza. Ya sabían que la notificación volvería a llegar cualquier día. Y entonces piensa: - la Justicia no los ve, porque los poderosos lo controlan todo.
Y ese día es el que llegará con la primera luz del amanecer. Con estos pensamientos, se vuelve a preguntar: -¿Qué va a ser de nosotros? No tenemos familia a la que acudir. ¿Qué va a ser del niño, qué futuro le espera?
Aún no ha amanecido, pero el ruido en la calle le saca de sus pensamientos. Juan se acerca a la ventana y palidece. Varios furgones policiales invaden la calle.
Lejos de allí, en el Distrito Centro, Ramón Collado está haciendo su turno de noche. A primera hora, patrulla con su compañero por la calle, pero el “Barrio del Alcalde”, como se conoce a esa zona de la ciudad en la jerga policial,  es muy tranquilo y no ha habido ningún incidente, así que el resto de la guardia se resguardan del frío invernal dentro del furgón, pendientes de la emisora.
Ramón también está atento al móvil, porque su mujer está embarazada y le falta poco para salir de cuentas, de esta suerte, en cualquier momento le avisa.
De madrugada, antes del amanecer, reciben órdenes para ir de apoyo al Distrito Sur. Está prevista una actuación judicial, se trata de un desalojo. Los mandos deciden ejecutarlo  antes de que llegue la luz del día, por sorpresa, para que no haya  demasiado público. Pese a todo, les ordenan que se protejan porque es posible que los vecinos se movilicen y deben estar preparados para controlar la situación, si se pone violenta.
Ramón recuerda la última vez que participó en un desahucio, cuando dos policías resultaron heridos. No le gusta nada este tipo de intervenciones, pero cada vez son más frecuentes. Mientras su compañero comenta:
-       Serán otros “cabrones”, que no quieren pagar, como si todos no tuviéramos que apoquinar nuestras hipotecas.
Cuando llegan a la calle del domicilio en cuestión, a Ramón le sorprende el despliegue policial, hay ocho furgones acordonando la zona, como si de un atentado terrorista se tratara. Los cascos, los escudos y las porras intimidan a los ciudadanos, que ya se han congregado y  los miran con recelo, y ellos lo saben. Impasible, el cuerpo policial avanza hacia la vivienda, bajo los gritos desesperados y los insultos de los instigadores.
Los ciudadanos concentrados se agarran entre sí para formar una masa compacta que sin embargo, se diluye ante la embestida. Escudados en sus armazones impenetrables y blandiendo  las porras se abren paso, empujando y golpeando a los agitadores. La “máquina ejecutora” no se detiene hasta alcanzar el objetivo.
Juan sabe que todo está perdido, coge lo poco que los brazos le permiten abarcar y sale de la vivienda con la cabeza gacha, lo sigue su mujer con el hijo en brazos, que empieza en ese momento a llorar. Al pasar delante de Ramón, María Elena levanta la cabeza y exclama:
-       ¿Por qué hacéis esto?
Todas las personas reunidas comienzan a aplaudir y gritan consignas de ánimo hacia los desahuciados.
Amanece cuando la policía se retira del barrio. Ha sido una actuación limpia y rápida. Se acaba el turno y Ramón llega a casa. Su mujer duerme plácidamente mientras él entra en el baño y vomita.

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