Cuando
mi hermano nació, de esto hace ya 56 años, en aquel tiempo fue de los primeros
niños nacidos en el Materno del Clínico.
A mi
madre la trajeron aquí a Granada dos semanas antes del parto, a casa de los
señores del cortijo en el cual trabaja mi padre de guardia forestal.
Cuando
mi madre me tuvo a mí no se quedó muy bien, y aquel embarazo fue complicado.
Al
llevarse a mi madre a Granada yo me
quedé cuidando a mi padre, aconsejada por las vecinas cocinaba los potajes y
los cocidos.
Era
el mes de noviembre y empezó hacer frio y mucho aire, yo encendí la chimenea y
al estar la puerta justo enfrente, el aire empujó el fuego prendiéndose la chimenea llegando a salir por encima del
tubo, una de mis vecinas tapó la entrada con una manta y en apariencia el fuego
se apagó, al no tener respiración, pero se ve que en CAMARIN perdido había un
viga que se fue requemando.
A
las diez de la noche cuando ya íbamos a dormir, salió mi padre a ver si llovía
y cambiaba el tiempo porque aquel año era muy seco. Ya podemos imaginar la
sorpresa de mi padre al ver la montaña perfectamente iluminada, como si fuese
de día, la camarada de arriba de la casa que era nuestro dormitorio estaba
completamente en llamas.
Dentro
de todo tuvimos la suerte de que era lunes y todos los obreros ayudaron lo que
pudieron, y entre todos sofocaron el fuego. ¡Y todo esto con música de fondo!
yo llorando ya que me sentía culpable del incendio, no paré de decir: ¡cuándo
vuelva mi madre me mata! Y cuando mi madre llegó a los dos días con el niño en
brazos, por supuesto no me mató, ¡esto es evidente!
Aquella
noche fue siniestra, pero pudo ser peor si mi padre y yo nos hubiésemos
acostado antes de salir el fuego al exterior.
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