viernes, 23 de enero de 2015

La noche

Autora: Pilar Sanjuán


 La noche, en general, no tiene buena prensa. Ya Lope de Vega escribió en una de sus obras de teatro:
                                                 Que de noche le mataron
                                                 al caballero,
                                                 la gala de Medina,
                                                la flor de Olmedo.

 Y Sherlock Holmes acechaba a los criminales de noche, por las sórdidas, peligrosas y húmedas callejuelas en el Londres del S. XIX.

A los niños enfermos les sube la fiebre por la noche; otros tienen pesadillas en medio de la oscuridad y llaman angustiados a sus padres buscando protección.

Los malos instintos parece que se exacerban por la noche; ésta es proclive a las francachelas, juergas, desmadres, orgías y abusos sexuales.

A los presos se les hace la noche interminable, sin poder dormir, llenos de malos presagios y oyendo las pisadas de los carceleros, siempre amenazantes, o, como mínimo, inquietantes.

Si por alguna necesidad nos es preciso salir de noche, lo hacemos llenos de temor, recelo, sobresalto, oyendo ruidos que la oscuridad agranda.

Las noches de luna llena, para algunas personas supersticiosas, son las del hombre lobo que acecha a sus víctimas entre las sombras y se lanzan sobre ellas para aniquilarlas.

Cuando los jueces añaden en sus sentencias la coletilla “con nocturnidad y alevosía”, que tiemble el delincuente, porque esas circunstancias agravan su delito.

Pero la noche también tiene otras caras menos dramáticas, incluso placenteras. Es la noche – por ejemplo – que aprovechan los estudiantes para preparar sus exámenes, gozando de la tranquilidad y el silencio. Es también la noche de las lecturas reposadas y ensimismadas, cuando un buen libro ha caído en nuestras manos y lo saboreamos a placer.

La noche es también el momento idóneo para que científicos y estudiosos experimenten, inventen y hagan descubrimientos provechosos para la humanidad. Ramón y Cajal o madame Curie, ambos premios Nóbel, pasaban muchas noches en blanco, estudiando él las células y ella descubriendo la radiactividad y los rayos X.

Se cuenta una anécdota de Edison, el inventor de la bombilla incandescente, cuando era niño: Una noche tuvieron que operar a su madre a vida o muerte, a la luz de unas velas (aún estaba lejos de su invento de la bombilla). Su ingenio le hizo colocar un gran espejo detrás de las velas, que multiplicó la luz de éstas y así facilitó al Médico la operación.

Quizás el descubrimiento de la bombilla muchos años después tuvo algo que ver con el episodio de la operación de su madre, a la que adoraba, porque era la única que comprendía sus genialidades; su padre en cambio, no lo entendía en absoluto y recibió de él una bofetada tan brutal que lo dejó sordo de un oído para toda su vida.

La noche suele inspirar también a los poetas y escritores. Nos permite contemplar las estrellas, la luna con sus eclipses, la Vía Láctea, las constelaciones...

En todos estos casos y en otros muchos, la noche es la protagonista, ajena por completo a esas otras noches amenazadas por el hombre lobo.

La noche se presta también a confidencias entre personas amigas, a la satisfacción del amor pleno, a la oración entre la gente creyente. Suponemos que Santa Teresa de Jesús tendría sus éxtasis cuando a su celda llegaban el silencio y la oscuridad de la noche, cuando nadie la distraía de sus idilios con Cristo.

Yo, reivindico la noche; siempre me ha gustado estudiar, leer o escribir por la noche; hacer labores de punto, escuchar música, oír por radio las pocas emisiones interesantes que nos dan. Y en verano, en el campo, por la noche, ¿hay algo más placentero que escuchar el silencio, acompañado del canto de los grillos?

Y para terminar, reconciliémonos con ella diciendo... ¡Buenas noches!

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