miércoles, 31 de diciembre de 2014

Romance con el mar

Autora: Rafaela Castro


Mar inmenso, al llegar a su orilla yo me sumerjo,

sus olas y gaviotas son como un velo

que envuelve mi alma y todo mi ser,

y lo más profundo yo quiero ver

Convertirme en sirena,

seguir allí,

Esconderme en sus algas,

pensar en ti.

Soñar que me rescatas

y que me quieres,

volver a lo real,

vivir las mieles,

amarnos siempre hasta el final.

 

jueves, 18 de diciembre de 2014

Reencuentro con el mar

Autora: Carmen Sánchez

El viento aireó su cara frente al mar y sacudió su mente, aletargada durante mucho tiempo. Los recuerdos felices, tan lejanos, volvieron a su memoria y sin darse cuenta apretó la mano del niño contra la suya.
Había olvidado cuando fue la última vez que se sintió a salvo, y ahora notaba como la inmensidad del mar los protegía. La luz intensa de la mañana, penetraba por su piel y caldeaba su alma, consiguiendo dibujar casi una sonrisa en su rostro pálido. Como si un halo mágico los envolviera.
Cogidos de la mano, madre e hijo, caminan sin prisa por la arena húmeda, dejando tras ellos un rastro de pisadas, todavía débiles, pero decididas.
Así, de lejos, no se aprecia el temblor imperceptible de la silueta materna, tampoco la mirada huidiza. Si no los miras con atención, no descubrirás el gesto de dolor que se refleja en el rostro femenino, ante determinados movimientos, cada vez que el pequeño le tira del brazo sin darse cuenta. Es otra secuela más, de la última vez,  cuando protegió su vida,  resguardándose tras el brazo del golpe mortal. Fue la última vez, cuando tras abandonarse a la muerte, el llanto desgarrado del niño la ató a la vida y la ira del hombre sólo consiguió huesos rotos.
Si los miras detenidamente verás, que una llama de  esperanza asoma a sus ojos tristes. El niño se suelta de la mano, y empieza a correr tras una gaviota. La madre lo sigue, van camino de casa, la casa de acogida

El mar

Autora: Pilar Sanjuán Nájera

Amigas, amigos: Con verdadero pesar, voy a hacer una afirmación, que, por desgracia, no es exagerada: el mar está enfermo. Aquel mar que a todos nos hizo soñar, el que veíamos en carteles turísticos sobre lugares tropicales con unas aguas azulísimas, unas playas doradas llenas de cocoteros, o el que azotaba bravío los acantilados de Noruega, o el de aguas transparentes en la Costa Brava, ya no es el mismo; tampoco es aquel mar que veíamos en algunas películas, con bañistas del Siglo XIX o principios del XX; visiones idílicas con mujeres que se bañaban vestidas y salían de las casetas con ruedas, empujadas hasta la orilla para preservar el pudor de las recatadísimas damas de la buena sociedad (eran las únicas que tomaban baños de mar). Ahora, la modernidad, a la vez que disminuye la tela de los bañadores, aumenta la contaminación; en las playas proliferan los biquinis, y a la vez, las medusas o las mareas negras. La espuma de las olas ya no es tan blanca y el yodo ha perdido eficacia en sus efectos terapéuticos.
Voy a recordar ahora un poco, cuál ha sido mi relación con el mar: lo conocí directamente ya de veinteañera. Yo era una niña de tierra adentro que vivía la posguerra con bastantes penurias. Mi conocimiento del mar, durante muchos años, se limitó a lo que había leído en libros de Emilio Salgari y Julio Verne; todo ello, eso sí, “adobado” con una imaginación desbordante. Para mí, el mar era un lugar peligrosísimo, lleno de pulpos gigantes, tiburones sanguinarios, piratas crueles, traficantes de esclavos, pero también valientes marinos “desfacedores de entuertos” como diría Don Quijote. Aún no tenía yo conocimiento de la ballena asesina ni del Capitán Acab, eso fue más adelante, pero sí me apasionaba el Capitán Nemo y su Nautilus. De jovencita, en los primeros años cincuenta, vi una película-documental titulada “El mundo del silencio” que me entusiasmó y avivó en mí el deseo de ver el mar; en la película no se contaban aventuras imaginarias; todo era real. El Comandante Cousteau navegaba por todos los mares con su barco Calypso y se sumergía hasta los fondos marinos para mostrarnos las maravillas que encerraba el mar. Aquellos fondos, aún limpios y transparentes, eran iluminados con grandes focos y las cámaras sorprendían a una fauna variadísima y llena de colorido. Era un espectáculo hermoso de verdad.
Cuando conocí el mar, mi primera impresión fue un deslumbramiento; no sólo me asombró aquella inmensidad; otra cosa me llamó mucho la atención: el olor; el mar tenía olor, cosa que jamás sospeché; era un olor denso, que penetraba por todos los sentidos, pero no sabía definir. Cuando poco después probé el marisco, manjar que desconocía, me dí cuenta:¡El olor del mar era como saborear quisquillas, almejas o berberechos!
He visto en él puestas de sol, amaneceres, lo he visto en calma, con oleaje; de todas formas es grandioso, pero no puedo menos que recordar una circunstancia muy especial: en Fuengirola, una noche de invierno bajé a la playa con mi hija y su familia; lo que vimos nos sobrecogió: el mar había desaparecido; en su lugar se abría una gran oquedad negrísima, de la que salía un fragor amenazante, como si un gran monstruo agazapado en aquella oscuridad, fuera a lanzarse sobre la orilla. Nos subimos al pretil del paseo marítimo, un poco amedrentados por el espectáculo.
Sigo ahora hablando de las varias enfermedades que padece el mar ¿Cuándo se va a poner remedio a la degradación que está sufriendo? ¿Cómo puede ser el hombre tan irresponsable? Tantas Cumbres, reuniones de alto nivel y acuerdos ¿Para qué, si no se cumplen? Lo que sí van subiendo de nivel, son sus aguas a causa del deshielo de glaciares, icebergs y si no se pone remedio, de los casquetes polares. Algunas grandes potencias, tienen una actitud hipócrita y hasta temeraria; no quieren renunciar a los beneficios que les reporta todo lo que es nocivo: las centrales nucleares, las grandes industrias, el uso y abuso del petróleo; todo ello genera una gran contaminación: residuos radiactivos peligrosísimos, vertidos y nubes tóxicas, gases de efecto invernadero, mareas negras, etc. El cambio climático ya se está notando: la subida de la temperatura en el agua del mar está alterando la vida de muchas especies; el mar se venga de muchas formas: los tifones, huracanes, tsunamis, tornados, lluvias torrenciales, etc dan fe de ello. He visto últimamente un documental de Greenpeace que pone los pelos de punta sobre la contaminación de mares, océanos y peces; éstos llevan en su cuerpo mercurio, metales pesados, radiactividad, pesticidas, dioxinas, antibióticos, etc. Alertaban sobre el salmón y el bacalao noruegos, que son de los más contaminados, así como los pescados que llegan de Vietnam. El mar cuyas aguas están realmente envenenadas es el Báltico porque recibe vertidos tóxicos innumerables y sus aguas tardan 30 años en renovarse, ya que la salida a mar abierto es muy angosta.
Acabo con la esperanza de que los mandatarios de todo el mundo se den cuenta a tiempo de lo que se está haciendo con el mar y -nunca mejor dicho- arríen las velas en esa carrera contaminante; que vuelva la sensatez. Esperémoslo.

El mar y tú

Autor: Antonio Cobos

Fragancias de aire puro y frescor por las mañanas. Lluvias higiénicas limpian las hojas de matorrales y arbustos, mientras brotes diminutos de diferentes colores estallan por doquier, anunciando una jauría de vida y de esperanza. Explota el amor. Pasan las horas, y tú, con los brazos apoyados en la baranda, sueñas, contemplando incasable la línea que separa el azul celeste, del azul marino. En la roca de enfrente, pollos recién nacidos de gaviota, aletean inquietos. Aún no vuelan. Se alargan los días y se regocija el alma. Es Primavera.
 
En las horas centrales del día buscas cobijo, bajo la protección de la palmera verde y esbelta de la orilla. El aire te quema las mejillas y colorea tu tez. Proteges con las manos tus ojos entreabiertos, mientras el azul intenso centellea incansable y mil destellos golpean tu vista, sin un segundo de descanso. Tu frente está perlada de sudor. Tu cuerpo implora su inmersión en el cercano azul de espumas blancas. Y lo concedes. El placer te inunda en todas partes y refresca tu piel morena, casi quemada por el diurno astro de la vida. Es Verano.
 
El viento agita tus cabellos y conforma ovillos de caracoles sin orden ni concierto. Te pasas la mano por el pelo y alisas con el peine de tus dedos las madejas de seda aurea y delicada, que te adornan. Has subido a la azotea a ver el mar y el cielo, pero tus ojos son esclavos del desordenado ejército de espejos navegantes. Te anclan la mirada y no te agotas de observar al azul en movimiento. Con gran esfuerzo, levantas la cabeza y ves las bolas de algodón que se trasladan. Unas son blancas, otras son negras. Se acercan. Las más oscuras descargan y te proteges mirando por las ventanas. Es Otoño.
 
Días y más días grises, sin apenas una pausa de color más animado. Con el abrigo puesto y el hogar encendido, sales a respirar a la terraza. Cierras la puerta con premura, así el calor no encuentra hueco para huir de la morada y no se desplaza. La humedad se mete en las rendijas y, ante ti, una llanura plúmbea e inabarcable se extiende en la distancia. No se está quieta, está movida, pero es un meneo triste, monótono, sin alborozo alguno. Oscila sin cesar, sin la más mínima esperanza de un cambio de luz o de color. Es Invierno.

 

Hediondo ponto

Autor: Antonio Pérez


El mar de mi corazón dulce,

a un salado horizonte eterno

que viste de espuma blanca y de un rojo inmenso.

 

Blanca como la paloma,

en un salado desierto

allí casi sin ropa te hice mía sin freno.

 

Morena de terciopelo,

una muñeca de cera

juntos nos derretimos en lascivos sueños.

 

Allí mi eterna mariposa sin alas,

en la playa de tu eterno recuerdo,

donde pétalo a pétalo nos deshojamos con fuego.

 

Tú mi malvada veleta, esa que cambias con cualquiera,

Tú mi fulana, que con sallo y alpargatas,

en la oscura noche de mí te escapas.

 

Y tras ese horizonte entre olas de delirios y espuma desapareciste,

tras esa tormenta que quitó el desaire de creerme un artista,

tras ese ciclón que removió y se llevó todo mi corazón.

 

Tras los albores y ocasos, padezco la pétrea,

de estar tanto esperando que el mar te devuelva,

aquí pazo estatua mirando el horizonte de tu alma.

 

Marinero de piscinas, te alejas en marismas,

perdido de recuerdos, fallece la esperanza,

mirando el horizonte entre espuma negra me extinguí.

 

Y despertando de ese deleznable sueño,

ahogárame en el hediondo ponto.


 

 

El mar, la mar...

Autora: Amalia Conde

¡Qué palabra tan corta para una maravilla tan grande!  Pasa igual cuando hablamos del firmamento, creemos que todo lo que hay es lo que nuestros ojos alcanzan. 
 
Conocí el mar cuando tenía catorce años y por nada del mundo pensé que tendría que meterme ni en la orilla. De vez en cuando trataba de acercarme y parecía que la ola me estaba esperando para darme un bofetón, tragaba agua y pegaba cada salto como si me persiguiera el demonio. 
 
Poco a poco fui perdiendo el miedo al mar, con la ayuda de mis hermanas y amigas me quedaba más rato en el agua, pero no dejaba de pensar en la profundidad que tendría para que los barcos que pasaban no tropezaran con el fondo, también pensaba en la cantidad de peces gigantescos que no están muy a la vista, estaba tan poco acostumbrada a la vida del mar que me preocupaba y asustaba por todo. 
 
Una mañana cuando nos marchábamos para la playa, la dueña de la casa donde parábamos nos dijo que tuviéramos mucho cuidado porque el mar estaba muy picado, a mi esa expresión no me aclaró nada, pero cuando llegamos, el sitio que creíamos nuestro ya no estaba, y por no haber, ni personas ni arena había, las olas llegaban al cielo y las casas más cercanas se quedaron sin tejado, yo estaba asustada y muerta de frío, recordé que la señora de la casa ya nos dijo que tuviéramos cuidado porque el mar estaba picado, pero creo que lo que tenía que haber dicho es que tuviéramos valor para enfrentarnos al desastre…, me parece que ese es el motivo de que no sepa nadar ni guardar la ropa.   

Cuentan que el mar

Autora: Elena Casanova


De pequeña pasaba los veranos en un pueblecito de la costa gallega.  En él vivían mis tíos y junto a ellos tengo los recuerdos más agradables de mi infancia. No tenían hijos y yo ocupaba ese vacío producido por la falta de descendencia. Estaba encantada en su empeño por mimarme y hacerme sentir el centro del universo.
Siempre quedará en mi memoria aquellas tardes interminables de juegos infantiles, baños matinales en una playa virgen de aglomeraciones, helados enormes de  sabores muy  variados, paseos en barca,  y,  lo mejor de todo, historias increíbles contadas por gentes  sencillas. La afición favorita de mi tío era la pesca y dedicar  parte de su tiempo a larguísimas charlas con los pescadores. A veces yo le acompañaba, era curiosa y siempre tenía preguntas que hacerles. A ellos también parecía divertirles la cara de asombro de una niña que escuchaba aquellos asombrosos relatos de peces gigantescos, de maridos, hijos o novios engullidos por el mar, de seres fantásticos que habitan sus profundidades… siempre me quedaba con ganas de más y terminaba suplicando a mi tío para volver con aquellos narradores de historias al día siguiente.
Una tarde, en una de esas reuniones, me quedé mirando fijamente al mar. Estaba en calma y era agradable estar a su lado, pero no siempre era así y  le pregunté a uno de aquellos hombres.
― ¿Por qué a veces el mar está tan agitado que produce esas olas enormes y tanta espuma que lo cubre casi todo?
― Porque el mar se enfada, se irrita con los hombres y esa es su forma de expresarlo.
― Pero… ¿Por qué? ¿Qué le hemos hecho?― respondí ingenuamente.
― Hace muchos, muchísimos años, el mar era un lugar apacible donde las olas danzaban al ritmo ligero de la brisa y nos daba todo lo mejor que tenía. Un día llegó un hombre desesperado a la playa y se hundió en sus aguas quitándose la vida. A la mañana  siguiente las olas escupieron el cadáver dejándolo a la vista de todos; no lo quería bajo sus entrañas. Pero hubo muchos más, demasiados humanos que no entendieron el mensaje y eligieron mares y océanos para acabar con su existencia. Sus cuerpos siempre eran devueltos a la orilla y, a veces, entre aguas tan crispadas que las  olas podían alcanzar alturas muy elevadas que incluso los barcos desaparecían de la vista. Pero no solo eso. El mar castigó a los hombres por su osadía y decidió quitarles en edad adulta su capacidad para soñar, su capacidad de ilusionarse, sus  deseos… de esta manera no sentirían frustración nunca más y, por lo tanto, ese afán de quitarse la vida. A partir de entonces, los mayores pasaban casi todo su tiempo intentando recuperar aquello que le había sido arrebatado. Algunas  veces había suerte y los pescadores arrastraban entre sus redes los sueños que el mar aguardaba en lo más hondo y se los entregaban a sus dueños. Pero durante la noche y cuando todos dormían, largas lenguas de agua se introducían por debajo de las puertas de sus casas y volvían a arrebatárselos. Años más tarde el mar terminó compadeciéndose, y de las profundidades fueron emergiendo esos trozos fundamentales de la esencia del ser humano.
― Pero el mar sigue agitándose― dije con cierta expectación
― Claro que sí. Aquí no acaba la historia― me dijo muy despacio y casi en silencio el pescador―. El mar no ha hecho las paces con nosotros. Un día decidió devolver lo que no le pertenecía pero el hombre no ha aprendido nada, todo lo contrario. En lugar de agradecer ha decidido maltratar este enorme espacio vital deteriorándolo  poco a poco. Está  furioso y muchas veces su ira es espectacular. Aun así, el mar sigue siendo un aliado, un amigo, nos sigue dando todo lo que tiene pero seguimos estrujándolo de manera salvaje. Puede ocurrir cualquier día, ― y este hombre cargado de años, de experiencia y  de sabiduría se puso muy serio― en cualquier momento descargará toda su cólera  y será demasiado tarde.