jueves, 18 de diciembre de 2014

El mar

Autora: Pilar Sanjuán Nájera

Amigas, amigos: Con verdadero pesar, voy a hacer una afirmación, que, por desgracia, no es exagerada: el mar está enfermo. Aquel mar que a todos nos hizo soñar, el que veíamos en carteles turísticos sobre lugares tropicales con unas aguas azulísimas, unas playas doradas llenas de cocoteros, o el que azotaba bravío los acantilados de Noruega, o el de aguas transparentes en la Costa Brava, ya no es el mismo; tampoco es aquel mar que veíamos en algunas películas, con bañistas del Siglo XIX o principios del XX; visiones idílicas con mujeres que se bañaban vestidas y salían de las casetas con ruedas, empujadas hasta la orilla para preservar el pudor de las recatadísimas damas de la buena sociedad (eran las únicas que tomaban baños de mar). Ahora, la modernidad, a la vez que disminuye la tela de los bañadores, aumenta la contaminación; en las playas proliferan los biquinis, y a la vez, las medusas o las mareas negras. La espuma de las olas ya no es tan blanca y el yodo ha perdido eficacia en sus efectos terapéuticos.
Voy a recordar ahora un poco, cuál ha sido mi relación con el mar: lo conocí directamente ya de veinteañera. Yo era una niña de tierra adentro que vivía la posguerra con bastantes penurias. Mi conocimiento del mar, durante muchos años, se limitó a lo que había leído en libros de Emilio Salgari y Julio Verne; todo ello, eso sí, “adobado” con una imaginación desbordante. Para mí, el mar era un lugar peligrosísimo, lleno de pulpos gigantes, tiburones sanguinarios, piratas crueles, traficantes de esclavos, pero también valientes marinos “desfacedores de entuertos” como diría Don Quijote. Aún no tenía yo conocimiento de la ballena asesina ni del Capitán Acab, eso fue más adelante, pero sí me apasionaba el Capitán Nemo y su Nautilus. De jovencita, en los primeros años cincuenta, vi una película-documental titulada “El mundo del silencio” que me entusiasmó y avivó en mí el deseo de ver el mar; en la película no se contaban aventuras imaginarias; todo era real. El Comandante Cousteau navegaba por todos los mares con su barco Calypso y se sumergía hasta los fondos marinos para mostrarnos las maravillas que encerraba el mar. Aquellos fondos, aún limpios y transparentes, eran iluminados con grandes focos y las cámaras sorprendían a una fauna variadísima y llena de colorido. Era un espectáculo hermoso de verdad.
Cuando conocí el mar, mi primera impresión fue un deslumbramiento; no sólo me asombró aquella inmensidad; otra cosa me llamó mucho la atención: el olor; el mar tenía olor, cosa que jamás sospeché; era un olor denso, que penetraba por todos los sentidos, pero no sabía definir. Cuando poco después probé el marisco, manjar que desconocía, me dí cuenta:¡El olor del mar era como saborear quisquillas, almejas o berberechos!
He visto en él puestas de sol, amaneceres, lo he visto en calma, con oleaje; de todas formas es grandioso, pero no puedo menos que recordar una circunstancia muy especial: en Fuengirola, una noche de invierno bajé a la playa con mi hija y su familia; lo que vimos nos sobrecogió: el mar había desaparecido; en su lugar se abría una gran oquedad negrísima, de la que salía un fragor amenazante, como si un gran monstruo agazapado en aquella oscuridad, fuera a lanzarse sobre la orilla. Nos subimos al pretil del paseo marítimo, un poco amedrentados por el espectáculo.
Sigo ahora hablando de las varias enfermedades que padece el mar ¿Cuándo se va a poner remedio a la degradación que está sufriendo? ¿Cómo puede ser el hombre tan irresponsable? Tantas Cumbres, reuniones de alto nivel y acuerdos ¿Para qué, si no se cumplen? Lo que sí van subiendo de nivel, son sus aguas a causa del deshielo de glaciares, icebergs y si no se pone remedio, de los casquetes polares. Algunas grandes potencias, tienen una actitud hipócrita y hasta temeraria; no quieren renunciar a los beneficios que les reporta todo lo que es nocivo: las centrales nucleares, las grandes industrias, el uso y abuso del petróleo; todo ello genera una gran contaminación: residuos radiactivos peligrosísimos, vertidos y nubes tóxicas, gases de efecto invernadero, mareas negras, etc. El cambio climático ya se está notando: la subida de la temperatura en el agua del mar está alterando la vida de muchas especies; el mar se venga de muchas formas: los tifones, huracanes, tsunamis, tornados, lluvias torrenciales, etc dan fe de ello. He visto últimamente un documental de Greenpeace que pone los pelos de punta sobre la contaminación de mares, océanos y peces; éstos llevan en su cuerpo mercurio, metales pesados, radiactividad, pesticidas, dioxinas, antibióticos, etc. Alertaban sobre el salmón y el bacalao noruegos, que son de los más contaminados, así como los pescados que llegan de Vietnam. El mar cuyas aguas están realmente envenenadas es el Báltico porque recibe vertidos tóxicos innumerables y sus aguas tardan 30 años en renovarse, ya que la salida a mar abierto es muy angosta.
Acabo con la esperanza de que los mandatarios de todo el mundo se den cuenta a tiempo de lo que se está haciendo con el mar y -nunca mejor dicho- arríen las velas en esa carrera contaminante; que vuelva la sensatez. Esperémoslo.

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