jueves, 18 de diciembre de 2014

El mar y tú

Autor: Antonio Cobos

Fragancias de aire puro y frescor por las mañanas. Lluvias higiénicas limpian las hojas de matorrales y arbustos, mientras brotes diminutos de diferentes colores estallan por doquier, anunciando una jauría de vida y de esperanza. Explota el amor. Pasan las horas, y tú, con los brazos apoyados en la baranda, sueñas, contemplando incasable la línea que separa el azul celeste, del azul marino. En la roca de enfrente, pollos recién nacidos de gaviota, aletean inquietos. Aún no vuelan. Se alargan los días y se regocija el alma. Es Primavera.
 
En las horas centrales del día buscas cobijo, bajo la protección de la palmera verde y esbelta de la orilla. El aire te quema las mejillas y colorea tu tez. Proteges con las manos tus ojos entreabiertos, mientras el azul intenso centellea incansable y mil destellos golpean tu vista, sin un segundo de descanso. Tu frente está perlada de sudor. Tu cuerpo implora su inmersión en el cercano azul de espumas blancas. Y lo concedes. El placer te inunda en todas partes y refresca tu piel morena, casi quemada por el diurno astro de la vida. Es Verano.
 
El viento agita tus cabellos y conforma ovillos de caracoles sin orden ni concierto. Te pasas la mano por el pelo y alisas con el peine de tus dedos las madejas de seda aurea y delicada, que te adornan. Has subido a la azotea a ver el mar y el cielo, pero tus ojos son esclavos del desordenado ejército de espejos navegantes. Te anclan la mirada y no te agotas de observar al azul en movimiento. Con gran esfuerzo, levantas la cabeza y ves las bolas de algodón que se trasladan. Unas son blancas, otras son negras. Se acercan. Las más oscuras descargan y te proteges mirando por las ventanas. Es Otoño.
 
Días y más días grises, sin apenas una pausa de color más animado. Con el abrigo puesto y el hogar encendido, sales a respirar a la terraza. Cierras la puerta con premura, así el calor no encuentra hueco para huir de la morada y no se desplaza. La humedad se mete en las rendijas y, ante ti, una llanura plúmbea e inabarcable se extiende en la distancia. No se está quieta, está movida, pero es un meneo triste, monótono, sin alborozo alguno. Oscila sin cesar, sin la más mínima esperanza de un cambio de luz o de color. Es Invierno.

 

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