¡Qué palabra tan corta para una maravilla tan grande! Pasa
igual cuando hablamos del firmamento, creemos que todo lo que hay es lo que
nuestros ojos alcanzan.
Conocí el mar cuando tenía catorce años y por nada del mundo pensé que
tendría que meterme ni en
la orilla. De vez en cuando trataba de acercarme y parecía
que la ola me estaba esperando para darme un bofetón, tragaba agua y pegaba
cada salto como si me persiguiera el demonio.
Poco a poco fui perdiendo el miedo al mar, con la ayuda de mis
hermanas y amigas me quedaba más rato en el agua, pero no dejaba de
pensar en la profundidad que tendría para que los barcos que pasaban no
tropezaran con el fondo, también pensaba en la cantidad de peces gigantescos
que no están muy a la vista, estaba tan poco acostumbrada a la vida del mar que
me preocupaba y asustaba por
todo.
Una mañana cuando nos marchábamos para la playa, la
dueña de la casa donde parábamos nos dijo que tuviéramos mucho cuidado porque
el mar estaba muy picado, a mi esa
expresión no me aclaró nada, pero cuando llegamos, el sitio que
creíamos nuestro ya no estaba, y por no haber, ni personas ni arena había, las olas llegaban al cielo y las casas más cercanas se quedaron sin
tejado, yo estaba asustada y muerta de frío, recordé que la señora de la casa
ya nos dijo que tuviéramos cuidado porque el mar estaba picado, pero
creo que lo que tenía que haber dicho es que tuviéramos valor para enfrentarnos
al desastre…, me parece que ese es el motivo de que no sepa
nadar ni guardar la ropa.
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