jueves, 18 de diciembre de 2014

El mar, la mar...

Autora: Amalia Conde

¡Qué palabra tan corta para una maravilla tan grande!  Pasa igual cuando hablamos del firmamento, creemos que todo lo que hay es lo que nuestros ojos alcanzan. 
 
Conocí el mar cuando tenía catorce años y por nada del mundo pensé que tendría que meterme ni en la orilla. De vez en cuando trataba de acercarme y parecía que la ola me estaba esperando para darme un bofetón, tragaba agua y pegaba cada salto como si me persiguiera el demonio. 
 
Poco a poco fui perdiendo el miedo al mar, con la ayuda de mis hermanas y amigas me quedaba más rato en el agua, pero no dejaba de pensar en la profundidad que tendría para que los barcos que pasaban no tropezaran con el fondo, también pensaba en la cantidad de peces gigantescos que no están muy a la vista, estaba tan poco acostumbrada a la vida del mar que me preocupaba y asustaba por todo. 
 
Una mañana cuando nos marchábamos para la playa, la dueña de la casa donde parábamos nos dijo que tuviéramos mucho cuidado porque el mar estaba muy picado, a mi esa expresión no me aclaró nada, pero cuando llegamos, el sitio que creíamos nuestro ya no estaba, y por no haber, ni personas ni arena había, las olas llegaban al cielo y las casas más cercanas se quedaron sin tejado, yo estaba asustada y muerta de frío, recordé que la señora de la casa ya nos dijo que tuviéramos cuidado porque el mar estaba picado, pero creo que lo que tenía que haber dicho es que tuviéramos valor para enfrentarnos al desastre…, me parece que ese es el motivo de que no sepa nadar ni guardar la ropa.   

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