jueves, 27 de noviembre de 2014

Duendes

Autora: Elena Casanova

Carlos corría hacia la oscuridad del paisaje que continuaba más allá de las últimas casas del pueblo. A través del camino polvoriento y lleno de piedras llegó hasta la  orilla del rio y en el hueco del tronco de un viejo sauce llorón depositó un par de zapatillas de deporte.
A la mañana siguiente estaba en la puerta de la casa de su amigo Andrés. Tocó el timbre insistentemente y le  instigó  para que terminara rápido de arreglarse, tenía algo importante que enseñarle. Camino del colegio Carlos sacó de su mochila una gorra de los new york yankees.  Andrés no se sorprendió demasiado, su amigo tenía todo lo que deseaba.
― Esta tarde quedamos porque quiero llevarte a un sitio donde alucinarás ― comentó Carlos en un tono confidente y haciéndose el interesante.
A las cinco  quedaron en la plaza y desde allí se dirigieron a la orilla del rio. Andrés no paraba de preguntar por tanto misterio pero su amigo le dijo que no fuera tan impaciente, ya se enteraría llegado el momento. Una vez que se hallaron cerca del sauce Carlos soltó lo siguiente: -  Aquí hay duendes. Unos duendecillos que viven en el campo, mi abuela me lo contó hace algún tiempo, y justamente en este agujero del árbol me han dejado la gorra que te he enseñado esta mañana.
― Venga ya―dijo Andrés― eso solo son paparruchas y cuentos de vieja. Tú no me engañas, esa gorra te la han regalado.
―Piensa lo que quieras, pero te juro que en el hueco estaba la gorra y mi abuela me ha contado muchas veces que los duendes suelen dejar regalos escondidos por el campo. Si no me crees mira y verás, lo mismo han dejado algo para ti.
Andrés se acercó y metió la mano en el hueco del árbol al mismo tiempo que se burlaba de su amigo. Pero la expresión de su cara cambió radicalmente cuando tocó un par de objetos. Con enorme sorpresa comprobó que se trataba de un par de zapatillas de deporte. A Andrés le costaba creer en seres fantásticos, pero solo es un niño cuya ingenuidad  se encuentra en esa etapa extraordinaria y se dejó persuadir por la ilusión, tan necesaria en el mundo que le había tocado vivir.
―¿Ves Andrés?― te lo dije, son los duendes que andan cerca y suelen dejar cosas escondidas para los niños. Quédate las zapatillas, yo tengo demasiadas. Y otra cosa, no le cuentes a nadie esta historia, tiene que ser un secreto entre tú y yo.
Carlos se sintió complacido por la actitud de su amigo y agradeció enormemente que no hiciera preguntas y aceptara el regalo. Los duendes le sirvieron de excusa para darle todo aquello que necesitaba sin herir su orgullo. No soportaba verlo con las zapatillas rotas, con lápices minúsculos, pantalones cortos y jerséis demasiado estrechos. Le dolía profundamente comprobar cada día las condiciones tan lamentables en las que vivía una de las personas que más le importaba. Carlos no llegaba a comprender por qué él lo tenía todo,  incluso mucho más de lo que necesitaba. Demasiadas veces había  preguntado cual era la razón por la que existían esas desigualdades pero nadie fue capaz de darle una respuesta convincente.
Ahora Carlos ha crecido y sigue soñando con un mundo más equitativo, más justo, donde no hagan falta duendes imaginados para solventar las necesidades de nadie. Ha  decidido subirse al tren que promete un gran cambio. Pero aún hay muchos, demasiados, que lo tachan de populista, demagógico, antidemocrático, iluso…

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