Autora: Elena Casanova
Carlos corría hacia la oscuridad
del paisaje que continuaba más allá de las últimas casas del pueblo. A través
del camino polvoriento y lleno de piedras llegó hasta la orilla del rio y en el hueco del tronco de un
viejo sauce llorón depositó un par de zapatillas de deporte.
A la mañana siguiente estaba en
la puerta de la casa de su amigo Andrés. Tocó el timbre insistentemente y
le instigó para que terminara rápido de arreglarse, tenía
algo importante que enseñarle. Camino del colegio Carlos sacó de su mochila una
gorra de los new york yankees. Andrés no
se sorprendió demasiado, su amigo tenía todo lo que deseaba.
― Esta tarde quedamos porque quiero llevarte a un
sitio donde alucinarás ― comentó Carlos en un tono confidente y haciéndose el
interesante.
A las cinco quedaron en la plaza y desde allí se
dirigieron a la orilla del rio. Andrés no paraba de preguntar por tanto misterio
pero su amigo le dijo que no fuera tan impaciente, ya se enteraría llegado el momento.
Una vez que se hallaron cerca del sauce Carlos soltó lo siguiente: - Aquí hay duendes. Unos duendecillos que viven
en el campo, mi abuela me lo contó hace algún tiempo, y justamente en este agujero
del árbol me han dejado la gorra que te he enseñado esta mañana.
― Venga ya―dijo Andrés― eso solo son paparruchas
y cuentos de vieja. Tú no me engañas, esa gorra te la han regalado.
―Piensa lo que quieras, pero te juro que en el
hueco estaba la gorra y mi abuela me ha contado muchas veces que los duendes
suelen dejar regalos escondidos por el campo. Si no me crees mira y verás, lo
mismo han dejado algo para ti.
Andrés se acercó y metió la mano
en el hueco del árbol al mismo tiempo que se burlaba de su amigo. Pero la
expresión de su cara cambió radicalmente cuando tocó un par de objetos. Con
enorme sorpresa comprobó que se trataba de un par de zapatillas de deporte. A
Andrés le costaba creer en seres fantásticos, pero solo es un niño cuya
ingenuidad se encuentra en esa etapa extraordinaria
y se dejó persuadir por la ilusión, tan necesaria en el mundo que le había
tocado vivir.
―¿Ves Andrés?― te lo dije, son los duendes que
andan cerca y suelen dejar cosas escondidas para los niños. Quédate las
zapatillas, yo tengo demasiadas. Y otra cosa, no le cuentes a nadie esta historia,
tiene que ser un secreto entre tú y yo.
Carlos se sintió complacido por
la actitud de su amigo y agradeció enormemente que no hiciera preguntas y
aceptara el regalo. Los duendes le sirvieron de excusa para darle todo aquello que
necesitaba sin herir su orgullo. No soportaba verlo con las zapatillas rotas,
con lápices minúsculos, pantalones cortos y jerséis demasiado estrechos. Le
dolía profundamente comprobar cada día las condiciones tan lamentables en las
que vivía una de las personas que más le importaba. Carlos no llegaba a comprender por qué él lo
tenía todo, incluso mucho más de lo que
necesitaba. Demasiadas veces había preguntado cual era la razón por la que existían esas desigualdades pero
nadie fue capaz de darle una respuesta convincente.
Ahora Carlos ha crecido y sigue
soñando con un mundo más equitativo, más justo, donde no hagan falta duendes
imaginados para solventar las necesidades de nadie. Ha decidido subirse al tren que promete un gran
cambio. Pero aún hay muchos, demasiados, que lo tachan de populista,
demagógico, antidemocrático, iluso…
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