domingo, 30 de noviembre de 2014

Barón de playa

Autor: Antonio Pérez


Moreno canoso, no muy grande de estatura y robusto como un roble de espalda ancha y rasgos camperos. Tenía unas facciones erguidas casi de coronel. De semblante serio, pero solo de primera impresión.
 
Todas las mañanas se sentaba en su silla y mesa de siempre, casi como un ritual, allí hacia sombra gracias al parasol que velaba por ella sobre la mesa.
 
Con su tostada de ajo y aceite matutina y su café con leche muy caliente, como le gustaba a él. Se leía desde las nueve de la mañana hasta las once sus periódicos, en general dos, uno deportivo y otro informativo, el ABC. Después rebatiría estas noticias con sus amigos.
 
Monárquico decía llamarse, cuando conocidos y amigos suyos le llamaban facha de broma, y el muy elegantemente les llamaba incultos independentistas, renegados de lo nacional, solo por ideas impuestas en defensa de algo que es una irrealidad fantasmagórica. Y aun así después todos reían a carcajadas como si de un chiste se tratara, él, les conseguía sacar una  sonrisa en cada torcedura. Y, listo, listo como la enciclopedia Larousse, el Wikipedia juntos. Siempre era muy razonable en sus argumentos, de semblante serio, apaciguado, y muy discreto, respetando cada opinión contraria a la suya, y desmontando con tanta clase y elegancia cada idea, argumento contraria a la suya, el cual creía que era errada, ya que hasta para la derrota no tenía mal perder, defendía a capa y espada cada idea que creía correcta y se retractaba de cada juicio que le rebatían por estar errado, sin dificultad ni orgullo alguno.
 
Era todo un caballero, no dejaba que ninguna mujer que estuviera con él compartiendo mesa pagara. De hecho, más de una se aprovechaba del pobre, que por ignorancia de él, y por picardía de ella, más de un café al pecho se echó acosta de él.
 
Jubilado, pasaba todas las mañanas en el bar desayunando, y juntándose con los amigos a media mañana con su cervecita, a pie de playa, como decía un amigo suyo, “aquí estamos con la cervecita en la mano esperando ver alguna jovenzuela entre tanta morroncha”.
 
Por las tardes no solía venir para el restaurante, y comer pocas veces se quedaba a comer,  y más de una vez iba a pedirles favores a las vecinas o mujeres de su amigos, ya que él estando separado, el pobre no sabía ni poner la lavadora, y cocinarse muchas veces iba y venía en puestos de comida para llevar o restaurantes.
 
Por las noches muchas veces se quedaban los amigos a tomarse su whisky con agua hasta tarde, contando batallitas de tantos años conociéndose. El día que no aparecía por allí, muchos lo echaban de menos, era tal positividad y optimismo que despertaba en la gente... Tenía un duende. Juan Antonio se llamaba, el Barón de playa de aro.
 
Y es ahí donde lo conocí, al hombre que más llegó a captar mi atención hasta entonces, después de tantas charlas con él, llegó a confesarme...
 
“¿Y qué somos las personas?, He sido empresario toda  mi vida, he sacado a dos hijos adelante, y ahora entre rentas de alquileres y mi vejez, vivo casi como un marqués... y aun así en pleno agosto, a 30 grados durante el día, me siento frío, a 15º incluso 18º durante las noches y me siento helado, y aún por más que intente arroparme, solo consigo día tras día sacar mi mejor sonrisa y esperar, solo porque eso es lo que hay que hacer”.
 
Y realmente me dio tanta pena, que me di cuenta, que el duende que tenía él, era incapaz de hacerle efecto a él mismo, y comprendí que realmente somos débiles, somos frágiles, evitando mostrar nuestras debilidades, incluso escudarnos, como de una forma bipolar en totalmente a lo contrario que somos, para proteger ese secreto, que no queremos que se sepa, que nos da vergüenza que se descubra, como si fuese delito ser personas, no ser perfectos.

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