Abuela, señora, aliada, ama, guía, todo eso y mucho más fue para mí y mis
hermanos Concha, así se llamaba mi abuela.
En tiempos muy escabrosos, cuando mi padre ya no estaba con nosotros
“gracias a la Guerra Civil”, mi abuela nos acogió y cuidó mientras mi madre
trabajaba para sacar a la familia adelante.
Éramos cuatro, un varón y tres mujeres, y hablo de los años 1935 al 40,
cuando sobrevivir medianamente bien era muy complicado, pero Concha, mi abuela,
todo lo hacía fácil, tenía mucho empeño e interés en que todo lo que
hiciéramos, todo aquello que aprendiéramos, estuviera muy bien, daba igual lo
que fuera, tanto ordenar la casa como planchar, bordar, recitar o contar
historias, todo nos lo hacía repetir una y otra vez hasta que creía que estaba
bien, que lo habíamos aprendido, que lo podíamos nosotros enseñar.
Recuerdo que en lo que más esmero ponía era en enseñarnos a guisar, cada
día una de nosotras tenía que hacer de cocinera: ir a la compra, ordenar la
cocina, encender el fuego, poner la olla, ataviar los avíos..., y durante todo
ese proceso: nos cantaba, narraba cuentos, alargaba fábulas memorizadas unas,
inventadas otras, charlábamos, y siempre terminábamos con risas, besos y
abrazos. Pero aún así, el día que me tocaba a mí, me ponía temblando porque
nada me salía bien; o le ponía demasiada sal, o se me quemaba la comida... Mis
hermanos, cuando sabían que era yo la que guisaba se santiguaban y se perdían,
pero volvían después, eso si, era mi abuela quien los traía bien agarrados.
Más que sabia, creo que mi abuela era santa, por su paciencia, por su
cuidado, y porque aún recuerdo algo que siempre repetía diciendo: No importa
que ahora no entendáis por qué lo hago, da igual si os cuesta mucho esfuerzo, o
si os equivocáis, pero <es conveniente que todo lo que hagáis, sepáis
hacerlo muy bien, para que si os casáis con un pobre lo sepáis hacer, y si es
con un rico, sabréis mandarlo>.
Sabio consejo si lo tenemos en cuenta para cualquier faceta de la
vida.
Ahora, muchas veces me pregunto que estando como estoy para cumplir noventa
años, “haciendo todo tan perfectamente bien”, cómo es que todavía no ha
aparecido un desesperado, ni rico ni pobre, que me haya dicho por ahí te
pudras.
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