miércoles, 29 de octubre de 2014

¡Qué sabia era mi abuela!

Autora: Amalia Conde


Abuela, señora, aliada, ama, guía, todo eso y mucho más fue para mí y mis hermanos Concha, así se llamaba mi abuela.
En tiempos muy escabrosos, cuando mi padre ya no estaba con nosotros “gracias a la Guerra Civil”, mi abuela nos acogió y cuidó mientras mi madre trabajaba para sacar a la familia adelante.
Éramos cuatro, un varón y tres mujeres, y hablo de los años 1935 al 40, cuando sobrevivir medianamente bien era muy complicado, pero Concha, mi abuela, todo lo hacía fácil, tenía mucho empeño e interés en que todo lo que hiciéramos, todo aquello que aprendiéramos, estuviera muy bien, daba igual lo que fuera, tanto ordenar la casa como planchar, bordar, recitar o contar historias, todo nos lo hacía repetir una y otra vez hasta que creía que estaba bien, que lo habíamos aprendido, que lo podíamos nosotros enseñar.
Recuerdo que en lo que más esmero ponía era en enseñarnos a guisar, cada día una de nosotras tenía que hacer de cocinera: ir a la compra, ordenar la cocina, encender el fuego, poner la olla, ataviar los avíos..., y durante todo ese proceso: nos cantaba, narraba cuentos, alargaba fábulas memorizadas unas, inventadas otras, charlábamos, y siempre terminábamos con risas, besos y abrazos. Pero aún así, el día que me tocaba a mí, me ponía temblando porque nada me salía bien; o le ponía demasiada sal, o se me quemaba la comida... Mis hermanos, cuando sabían que era yo la que guisaba se santiguaban y se perdían, pero volvían después, eso si, era mi abuela quien los traía bien agarrados.
Más que sabia, creo que mi abuela era santa, por su paciencia, por su cuidado, y porque aún recuerdo algo que siempre repetía diciendo: No importa que ahora no entendáis por qué lo hago, da igual si os cuesta mucho esfuerzo, o si os equivocáis, pero <es conveniente que todo lo que hagáis, sepáis hacerlo muy bien, para que si os casáis con un pobre lo sepáis hacer, y si es con un rico, sabréis mandarlo>.
Sabio consejo si lo tenemos en cuenta para cualquier faceta de la vida. 
Ahora, muchas veces me pregunto que estando como estoy para cumplir noventa años, “haciendo todo tan perfectamente bien”, cómo es que todavía no ha aparecido un desesperado, ni rico ni pobre, que me haya dicho por ahí te pudras. 

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