jueves, 22 de mayo de 2014

Dolor maternal

Autora: Pilar Sanjuán Nájera
 
Echó a correr  monte arriba con toda la celeridad que le permitían sus piernas, como si la persiguieran, y en efecto, a lo lejos, los aullidos de un perro se dejaron oír cada más cerca: un mastín de grandes dimensiones corría veloz tras la joven; aún estaba lejos, pero la distancia entre ambos se iba acortando, porque el perro era ágil y parecía poseído de un afán de venganza que le ponía alas en los pies. La chica seguía avanzando a gran velocidad por el monte, mirando hacia atrás con temor porque ya distinguía las fauces abiertas y la mirada fiera del mastín, ansioso de alcanzar su presa.
 
La casa no se veía aún y la joven se iba agotando por momentos; no así el perro, que se acercaba peligrosamente. Por fin, tras un recodo, apareció la casa con la verja abierta; sólo tuvo tiempo de entrar y cerrar de golpe, apartándose rápida; aún así, el mastín pudo agarrar con los dientes un pico de la falda, que desgarró con fiereza. Entonces ella, ya a salvo y a cierta distancia, metió la mano en el bolsillo del blusón y sacó un cachorrillo que mostró con aire triunfal; los aullidos de la desdichada madre se redoblaron, así como los empellones tremendos a la verja. La chica volvió la espalda desdeñosamente y se dirigió a la casa; entró y cerró la puerta; se dirigió a la cocina y depositó el cachorrillo en una gran cesta de mimbre donde, otros cuatro, dormían apaciblemente.
 
 
 

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