Echó a correr desesperadamente, escaleras
abajo, cruzó el pasillo hasta la cocina y salió al jardín dando un portazo.
Atravesó el huerto por medio de los tomates y pimientos sembrados por su padre y
salió al exterior por aquella estrechez que sólo ella conocía. Una vez en el
campo abierto corrió hacia el bosque, aspirando todo el aire de que era capaz e
intentando mirar de soslayo, de vez en cuando, para ver la distancia que le
separaba de la persona que le perseguía. Al introducirse entre los árboles se
paró jadeante, miró hacia atrás y no pudo ver a nadie. Al girarse de nuevo, la
vio allí, muy cerca, frente a ella, con un cuchillo en su mano y un rostro
desencajado y feo, con una boca abierta en la que faltaban dientes y una cara de
no muy buenos amigos. Despertó de golpe, desconcertada por la pesadilla, y al
abrir bien los ojos la descubrió en su habitación, a los pies de su cama, con
un brazo oculto detrás de su espalda. Era su madrastra, la nueva esposa de su
padre y ¡estaba allí! Con un movimiento brusco aquella mujer adulta descubrió
su brazo y mostró lo que ocultaba: un cuchillo de enormes proporciones.
Echó a correr desesperadamente, escaleras
abajo, cruzó el pasillo hasta la cocina y salió al jardín. Atravesó el huerto
por medio de los sembrados y salió por aquella estrechez que ella conocía. Una
vez en el campo abierto corrió hacia el bosque, aspirando todo el aire de que
era capaz e intentando mirar para atrás, de vez en cuando, para ver la
distancia que le separaba de la persona que le perseguía. Al introducirse entre
los árboles se paró jadeante, miró hacia atrás y no vio a nadie. Al girarse de
nuevo, la vio allí, cerca, frente a ella, con un cuchillo en su mano y una cara
de no muy buenos amigos. Despertó de golpe, desconcertada por la pesadilla y a
los pies de la cama la encontró de nuevo, con un brazo oculto tras su espalda. ¡Estaba
allí! Era su madrastra. En un movimiento brusco descubrió su brazo y mostró lo
que ocultaba: un hacha de leñador.
Echó a correr desesperadamente y volvió a soñar
el sueño, una y otra vez. Su madrastra se
presentaba en su habitación, a los pies de la cama, con un instrumento
de matar distinto. Era un bucle que pudo haber durado indefinidamente hasta que
oyó un ruido distinto. Alguien llamó a su puerta. Se despertó y estaba a punto
de echar a correr desesperadamente, cuando oyó un ‘Buenos días’ alegre y se
colaba en la habitación la nueva compañera de su padre, que volvió a desearle
un buen día con una sonrisa y una cara amables. Portaba una bandeja con un zumo
de naranja, tostadas con mantequilla y mermelada, y un vaso de leche con cacao,
lo mismo que solía llevarle su madre.
Probó el zumo, mientras aquella mujer que
quería suplantar a su mamá abría la ventana y dejaba entrar la luz del sol. Intentó
descubrir algún sabor extraño. ¿La querría envenenar?
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