Flor de primavera, solitaria y seca. Flor sedienta en una mata imperfecta, insana casi podrida.
Flor inmadura en un suelo inerte sin alimento,
apenas sin sujeción, casi marchita, de pétalos negros decaídos, buscando la
libertad para estrellarse contra el suelo, y romperse.
Flor caduca,
sin esperanza sin fructificación, flor de asfódelo, flor de la muerte.
Ácida como
la hoja de eucalipto, todo lo que toca, lo infecta, lo corrompe, lo envenena.
Flor de
hades, errada en el marco, errada en el tiempo, errada en las circunstancias.
Flor hipofrénica, detenida en un lugar sin norte, en un lugar sin éter, perdida
en el edén.
Fruto por
dentro corrompido, podrido, exasperado,
fruto vacío y menguado, sin semillas, e indigesto. Fruto devorado por gusanos asquerosos y
traicioneros.
Primavera
extinta, sin flores, ni frutos, sin esperanza. Primavera antónima de esos sueños,
ahora iracundos, vacíos y encolerizados. Primavera negra, primera
convertida en otoño de vientos gélidos de fantasmas del olvido, fantasmas
traicioneros, sangradores de fracaso, de la fragosidad de este tiempo, tiempo
errado, devorado por el fuego de demonios dónde las parcas pasean a su antojo,
dónde no cabe ni existe diferencia del mismo infierno.
Golondrinas
de alas cortadas, y decapitadas y colgadas de viejos árboles marchitos, rajados
por relámpagos de ira y frustración.
Primavera de
cuento, primavera de Edgar Allan Poe.
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