viernes, 21 de marzo de 2014

Monólogo de una granjera catalana

Autora: Pilar Sanjuán Nájera


   ¡Ay, virgencita de Montserrat, qué cansada estoy! Esto no es vida. Se me han hinchado los pies, me siento agobiada, siempre afanando, trabajando sin tregua; las estaciones del año se me vienen encima antes de que me dé cuenta; mis hijos me hablan de la próxima Navidad, cuando yo pienso que aún es otoño; me abrigo para ir al mercado y la gente me mira con extrañeza porque ya es primavera.

   Empiezo mis faenas antes de que salga el sol y cuando me acuesto, después de echarles de comer a las vacas, son casi las doce de la noche.


   ¡Buena la hice el día que me casé con el Pascual! ¿Por qué me enamoré de un hombre tan flojo? Claro, me deslumbró con su buena planta, con su labia, con sus atenciones… Me sacaba a bailar en todas las fiestas y yo, tonta de mí, creía que todo aquello me lo merecía porque, aunque me esté mal el decirlo, era una de las mozas más guapas del contorno. Mira que mis amigas me lo advirtieron: “Montse, el Pascual no va por ti, va por las fanegas de tierra de regadío de tu masía y por la granja; ándate con cuidado; a él le gusta poco trabajar y sabe que las has heredado; tú en cambio eres muy trabajadora”. Yo hice oídos sordos, pensando que era la envidia la que hablaba por ellas, pero tenían razón; a lo que él aspiraba era a darse la gran vida a costa mía. Nos casamos y bien pronto empezó a enseñar sus “paticas”: que si el dolor de riñones, que si los mareos, que el calor lo dejaba sin fuerzas y el frío le daba reuma… yo, en principio, me desvivía por él y procuraba evitarle esfuerzos, pero cuando vi que se iba de caza con excesiva frecuencia, el muy tunante, porque eso le “espejeaba” la cabeza, comprendí cómo se reservaba para no hacer trabajos duros. Mientras yo me quemaba con el sol de la trilla y aguantaba la tramontana heladora, él pasaba ratos y ratos al calor de la chimenea o al fresco del ventilador, según la época. Para más “inri”, el día que iba de caza, traía una liebre y me decía: “Desuéllala y guísamela para la cena”. Además me exigía que la cocinara como una que le pusieron cuando era mozo en el restaurante de Ferrán Adriá. Estoy tan harta, que cualquier día la guisaré con los perdigones dentro a ver si se rompe un diente, porque encima presume aún de su buen ver; claro, con 44 años y bien cuidado, parece un mocito y yo, con 40, aparento tener casi 60, con la piel renegrida y arrugada, las manos encallecidas y el cuerpo deformado.

   Desde el año pasado, tengo la ayuda del Pascualet, que ha cumplido 15 años, pero aún así, hay demasiado trabajo. Mi marido quiere que la Nuria, con 12 años, empiece ya a echar una mano en la masía, pero como me llamo Montserrat, que la Nuria no será una esclava como yo; ella estudiará Enfermería que es lo que le gusta.

   Una idea me ronda por la mente hace tiempo: me voy a liar la manta a la cabeza y me voy a separar del Pascual; venderé la masía y la granja y me compraré un piso en Barcelona; me iré allí con mis hijos; la Nuria estudiará y el Pascualet trabajará en alguna fábrica, porque los libros le dan sarampión. El Pascual que se busque la vida trabajando en alguna masía a jornal; si tiene tiempo de ir a cazar, cosa que dudo, que se desuelle las liebres y se las guise o que se las coma crudas; me da igual; mientras, mis hijos, mi gato Misuko y yo viviremos tranquilos en Barcelona. Sólo ese proyecto me mantiene la ilusión, porque sé que lo haré. ¡Buena suerte para los cuatro!

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