viernes, 21 de febrero de 2014

Hacia las cinco de la tarde

Autora: Pilar Sanjuán Nájera


Hacia las cinco de la tarde, Andrés, nervioso e ilusionado a partes iguales, preparaba su visita a una Editorial de la que había recibido una llamada por la mañana, citándole para las seis, con objeto de tratar de la edición de la novela que él les había enviado hacía varios meses.
 
Andrés, en efecto, había escrito una novela – su primera novela - . Durante cuatro años trabajó intensamente en ella, documentándose exhaustivamente. Llevaba mucho tiempo curtiéndose en el mundo del periodismo; escribía artículos para varios periódicos de provincias; su estilo era ágil, elegante y correcto. Leía mucha y buena Literatura desde muy joven; ahora, a sus 55 años, creía haber escrito algo con fundamento, y no precisamente a la ligera; algo muy meditado. Antes de enviar el borrador a las Editoriales, lo sometió al juicio de familiares y amigos, que eran personas muy formadas, y lo animaron a dar ese paso, asegurándole el éxito.
 
Hacía ya varios meses que había enviado la novela, pero no obtenía respuesta. ¿La habrían echado al cesto de los papeles sin leerla? Sabía muy bien el afán de mucha gente por publicar cosas con frecuencia deleznables, pero él creía en lo que había escrito. Aquellos meses de incertidumbre le parecieron insoportables y perdió la esperanza de recibir una llamada; y de pronto, aquella mañana, sucedió el milagro: sonó el teléfono, él lo cogió lleno de ansiedad y alguien le dijo que esa misma tarde lo esperaban en la Editorial para tratar de la edición de su novela porque les había gustado mucho; las manos le temblaban y tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para que en su voz no se trasluciera la tensión.
 
Cuando cogió el teléfono tuvo que sentarse. ¡Le querían publicar su novela! ¿Se iban a hacer realidad tantos sueños, tantos proyectos, tantas ilusiones?
 
Las horas se le hicieron interminables, hasta que a las cinco de la tarde comenzó a prepararse.
 
A las seis, con toda puntualidad, estaba en el despacho del Editor. El Sr. Rodríguez, sentado frente a él, ojeaba el borrador de Andrés; éste, mientras, aprovechando esa pausa, observó el despacho y le pareció un poco ostentoso y de dudoso gusto; miró hacia la mesa y de pronto, se dio cuenta de que en varias páginas de su novela aparecían tachaduras en rojo; esto le inquietó y le desagradó, pero no dijo nada; esperaba nervioso a que el Editor hablara. Por fin, el Sr. Rodríguez, con voz un poco meliflua, dijo: “Permíteme que te tutee, Andrés, porque confío en que de aquí en adelante tendremos muchas ocasiones de vernos; tu novela me ha gustado, pero… (aquí, otra pausa, que hizo revolverse a Andrés en su silla) verás: antes de editarla, y espero que estés de acuerdo, convendría hacer unos pequeños cambios”. Andrés se puso en guardia y procurando no alterarse, preguntó: “¿A qué cambios se refiere?” “Pues mira, empezaríamos por cambiar el título y la portada que tú has elegido; hay que buscar algo más atractivo; al público se le debe sorprender con cosas más impactantes; título y portada deben despertar su interés”. Andrés se atrevió a replicar: “Pero a mí me gustaban ambas cosas, porque están en consonancia con el tema de la novela”. El Editor, con cierta arrogancia, añadió: “Déjame a mí; llevo en esto el tiempo suficiente para saber los gustos de los lectores; se trata de vender muchos ejemplares, ¿no? También hay alguna otra cosita: debes suprimir el personaje del amigo del protagonista; es absolutamente prescindible; en cuanto a la chica, a la que atribuyes origen sudamericano, creo que sería más oportuno que fuera inglesa; lo sudamericano resulta vulgar y demasiado trillado”. Andrés, ya abiertamente contrariado, objetó: “Es que el protagonista conoce a la chica en Colombia; era la hija más joven de una familia guerrillera que luchaba contra las injusticias del gobierno, ¿qué iba a hacer una inglesa metida a guerrillera colombiana?”. “Pues suprime lo de la guerrilla; esta palabra es un semillero de conflictos; la chica puede ser muy bien una inglesa que viaja a Colombia como el protagonista y se encuentran en la selva colombiana; ¡ah! A la novela le sobran 150 páginas y el final es excesivamente trágico; a los lectores no se les puede torturar con finales que dejan mal sabor de boca; en fin, haciendo estos pequeños cambios, podremos editar tu novela”. Andrés, ya sin reprimirse, replicó airado, ¿cómo mi novela? ¿Cree usted que si cambio todo lo que me exige seguirá siendo mi novela? ¿Qué quedaría de ella? Usted piensa que el ser un Editor experimentado le da derecho a mutilar y cambiar lo que se le antoje? ¿Quién se cree que es para intentar todo esto y tachar además el borrador de mi novela? Prefiero que esta duerma en el cajón de mi mesa, a que un desaprensivo como usted haga cambios que además son absurdos, inoportunos, disparatados e inaceptables; mi novela se publicará tal como es, o no se publicará” Andrés cogió furioso el borrador y salió sin despedirse.
 
El aire fresco le hizo bien; caminó largo rato y fue serenándose. Cuando llegó a su casa, aunque se sentía defraudado, también estaba satisfecho de sí mismo porque había reaccionado con dignidad ante aquel depredador.
 

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