viernes, 31 de enero de 2014

Ventanas

Autora: Rafi Castro


Recuerdo de una ventana, para mí como salida de un cuento de terror. Mujer cogida a las rejas, la veo en mi mente con aquellos ojos azules salidos de su órbita, blasfemando a voz en grito.

Yo fui vecina de ella junto con mis padres desde los tres años hasta los ocho. No tengo ni idea desde cuando los seres humanos tenemos capacidad de recordar acontecimientos pero en mis retinas infantiles y en mi mente de niña quedó grabado.

El día más fuerte fue el de aquella tormenta con relámpagos y truenos.

Ella invocaba a San Pedro gritándole que no dejara de disparar tiros y bombas. Aquello fue horroroso. Con el tiempo he llegado a pensar que el hecho de llegar a estos extremos pudo ser algún trauma que arrastrara de la pasada Guerra Civil.

Estos hechos dejaron de pasar el día que se autolesionó y la trasladaron al Hospital Psiquiátrico de La Virgen. Cuando volvió apenas hablaba, no se sabe cual fue el tratamiento. Nadie volvió a oírla.
 
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Ángela no dejaba de observar por aquella ventana que daba al jardín de la residencia, en la cual ya llevaba bastante tiempo. Era el único vínculo que tenía con el exterior.

El otoño tenía su encanto con sus hojas amarillas, pegando a veces cuando hacía aire contra los cristales. Echaba a andar la fantasía, imaginando que querían saludarla.

Aquello le recordaba cuando ella era como una hoja verde y brillante, que con el tiempo llegó a cambiar de color y perder el equilibrio.

Cuando se presentaba la lluvia, las gotas de agua hacían juego con aquellas lágrimas de nostalgia que se deslizaban por sus mejillas. Su salvación y consuelo estaba en la primavera, cuando pájaros y flores hacían su aparición.

Una de sus compañeras, cuando se acercaba para echar un ratito, le decía:

-¿Qué sería de ti sin tener ésta ventana?

-Bueno, ya sabes de mi imaginación. Me lo inventaría, la abriría ante lo positivo, y la cerraría cuando pensara que al abrirla me iba a traer problemas y malos recuerdos.
 
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Para que haya ventanas, antes debe haber puertas.
 
Siempre me sentí atraída por algunas puertas. Las que más recuerdo, esas de la Gran Via, tan grandes, tan fastuosas, con esas aldabas o aldabones. Unos representan como cabezas de animales, anillas o manos. Yo siempre imaginé detrás de esas puertas a personas muy pudientes. Sobre todo si las comparaba con las de mi entorno, pintadas con titanlux. Esa era la de la entrada, porque para guardar la intimidad interior, eran cortinas en todas las habitaciones.

Otras puertas que me llamaron siempre la atención, eran aquellas con aspecto de batidora giratoria. Las había en bancos, en centros oficiales, etc. Tenía la impresión de que si te movías, te hacían papilla.

Cuando pusieron éstas que te pones delante y se abren, las primeras a mí me hicieron sentirme importante. Llegué a pensar que me confundían con alguna famosa. Cuando alguien me veía desde el interior, le daban a un botón para abrirla y que yo pudiese entrar. Cuando me fijé y vi que la puerta se le abría a todo el mundo, o como se dice aquí, “a todo quisqui”, mi gozo en un pozo y mi ego por los suelos.

 

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