Autor: Antonio Cobos
Aquellos
ojos enormes parecían estar saliéndose de sus órbitas. Las cejas arqueadas, la
boca abierta y muda, como queriendo articular alguna cosa, y las manos, aferradas
a esas manos que la ahogaban, intentando infructuosamente separarlas de su
garganta con toda la fuerza de que era capaz. Pero Juan era más fuerte y estaba
sentado sobre ella, apretando desenfrenadamente aquel cuello que tantas veces
había acariciado y besado. Continuó aferrado a aquella garganta dura y tensa, apretándola
con todas sus fuerzas, sin ceder un segundo, continuó hasta que aquellas manos
blancas que querían inútilmente deshacerse de las suyas comenzaron aflojarse y a quedarse muertas. Aún siguió
apretando, cuando las sacudidas del cuerpo denunciaban los estertores de los
últimos alientos. Ana quedó inmóvil, con la mirada perdida hacia el techo.
Y
aún seguía imantado a esa garganta cuando empezó a llorar desconsoladamente,
sin control alguno, con un llanto ruidoso y lastimero. El llanto lo aflojó y se
echó a un lado.
-¿Qué he hecho? – se preguntaba
abrumado - ¿Qué he hecho? – se repetía con desespero.
Y
empezó a recordar…
Ana
le dijo que sus amigos Isabel y Manuel los habían invitado a pasar un fin de
semana en la playa.
-
Pero, sabes que me examino el martes y necesito
estudiar todo el fin de semana.
-
Ya, pero pensé que nos podíamos ir el niño y yo por la
mañana y tú te puedes incorporar el sábado por la tarde. Si nos quitamos de en
medio, seguro que aprovechas más el sábado y puedes descansar el domingo. ¡No
vas a estar todo el fin de semana empollando!
-
No sé, vale – dijo Juan dudando - Si te parece, yo me
voy a última hora del sábado y me llevo algún material por si puedo hacer algo
el domingo.
-
Mira, si vas, es para estar un poco con todos, no te
lleves nada. Seguro que haremos una excursión con los niños.
Quedaron
en que Ana se iría en el coche de Isabel y Manuel. Iría sentada detrás, en
medio de su hijo y el hijo de sus amigos, de su misma edad, para que no se
pelearan. Un par de días después, cambiaron planes y quedaron en irse el
viernes, para aprovechar mejor el fin de semana, y cuando Ana y su pequeño
llegaron a casa de sus amigos el viernes por la tarde, se encontró que Isabel
tenía que quedarse hasta el día siguiente por tener que solucionar un problema
del trabajo. Lo resolvería el sábado a primera hora y se iría para la playa
después. Ellos tenían dos coches.
-
Te puedes ir con Juan – se ofreció María
-
Pero Juan quiere quedarse hasta tarde – contestó Isabel
- y yo en un par de horas como máximo termino. Los documentos con los que tengo
que trabajar y que tengo que reenviar los tendré a las nueve en el despacho. A
las once, estoy saliendo para la playa.
Ana
llamó a Juan y se lo dijo. Le pidió que se fuese antes y se llevara a Isabel,
pero Juan estaba agobiado con el examen de la última asignatura de su segunda
carrera y no accedió. Además se enfadó con Ana por no esperar todos, hasta la
mañana siguiente.
-
Da igual, Juan, por favor.
Juan
no pudo concentrarse. Desde hacia tiempo estaba un poco molesto de las
confianzas de Manolo con Ana y de ésta con él. Eran compañeros de trabajo en el
instituto y desde que hicieron un viaje de estudios juntos, con los alumnos
comunes, se habían hecho mucho más amigos. Aunque los cuatro disfrutaban de una
amistad compartida, en realidad, el núcleo base de su relación era la amistad
de Manuel y Ana.
Durante
la noche pensaba que los niños de ambos, con sus tres añitos, estarían
durmiendo completamente rendidos y que Manuel y su mujer estaban solos bajo el
mismo techo. Se imaginó en el piso de la playa vigilando desde un rincón,
escuchando tras una puerta, mirando desde la calle. Pensó en coger el coche y
presentarse allí, diciendo que había cambiado de opinión, pensó en ir sin decir
nada y vigilar desde fuera, pensó en decir, que no iría, que tenía mucho que
estudiar. Finalmente fue esto lo que decidió. Isabel se pasó por su casa cuando
se iba para la playa por si quería bajarse con ella. Juan le dijo que no, que
había avanzado muy poco y que prefería quedarse. Luego bajaría. Al final de la
tarde llamó por teléfono y se excusó, se quedaría estudiando. El sábado estaría
Isabel allí y no habría problemas, pero ¿qué habría pasado el viernes?
El
domingo estuvo leyendo unos apuntes y asomándose a la ventana entre página y
página. Al final de la tarde, sólo miraba por la ventana. ¿Por qué vendrían tan
tarde?
Finalmente
el coche blanco de Manuel aparcó en doble fila para que Ana y el niño se
bajaran. Para despedirse, con el niño ya en el carrito, Manuel estaba fuera en
el lado del conductor e Isabel estaba junto a Ana. Ésta se apoyó en el capó y
se alargó hasta Manuel, todo cuanto pudo. Manuel se inclinó y se chocaron
brevemente los labios. ¡Ay, aquella maldita costumbre que se iba extendiendo
entre todos los amigos!
Ana entró contenta y con cara de
cansada. El niño estaba medio dormido.
-
Dale un beso a papá y vamos a dormir – y añadió
dirigiéndose a Juan – Ya ha cenado. Lo voy a acostar.
Un
rato después estaban los dos en la cama. Juan aún tenía toda la tensión
almacenada e intentó iniciar unas caricias con Ana. Ésta le dijo que estaba muy
cansada y Juan explotó.
-
¿Qué pasó el viernes? – dijo de mala formas
-
Juan, por favor, mañana te lo cuento.
-
No quiero esperar a mañana, quiero saberlo ahora –
levantaba la voz y se sintió fuera de sí.
En
unos instantes se desarrolló la escena que ya conocemos…
Juan
se despertó de golpe y tardó unos segundos en darse cuenta de que había estado
soñando, que todo había sido una horrible pesadilla. Ana estaba a su lado,
durmiendo y respirando tranquila. Se volvió hacia ella y la oyó respirar. Pensó
que no les dedicaba demasiado tiempo a ella y al niño. Cuando se le ocurrió
hacer medicina después de haber terminado enfermería, no era consciente del
sacrificio que iba a suponer, máxime estando trabajando de enfermero. Pero le
faltaba sólo la última asignatura. Estuvo dándole vueltas a su vida, a la
relación con las personas que más quería, su mujer y su hijo, al tiempo que les
dedicaba. ¿Había hecho bien? Ana despertó y vio a su marido junto a ella,
mirándola.
-
Buenos días cariño. ¿Estás despierto?
-
Sí, llevo un rato despierto.
Acurrucándose
hacia él y con voz de estar medio dormida le dijo:
- Nos quedamos
cinco minutitos – y apretaba su pubis contra su pierna. El se volvió y
comenzaron a besarse. Diez minutos más tarde, los dos estaban tumbados boca
arriba, satisfechos y con los ojos cerrados. Juan se sentía feliz. Ana fue la
primera en hablar.
- Cariño, se
me olvidó decirte ayer, que Isabel y Manuel nos han invitado a pasar con ellos
el fin de semana en la playa.
A
Juan se le abrieron los ojos de golpe.