jueves, 28 de febrero de 2013

El caballo Rayo

Autor: Antonio Cobos


Había una vez un niño o una niña, a quién le gustaba mucho pasear.  No recuerdo bien, pero creo que se llamaba Juan – así que por el nombre debía de ser un niño -  (poner el nombre del niño o la niña al que le cuentas el cuento y adaptarlo). ¡Oye, cómo tú!¡Qué casualidad!

Estaba un día Juan paseando con su padre junto a un bosque muy espeso, buscando setas, cuando al borde de un camino sinuoso descubrió un caballo blanco de largas crines y de bella figura. En un primer momento el niño se asustó, pero en seguida notó como el caballo le trasmitía una sensación de tranquilidad. Pero su mayor sorpresa estaba por llegar, pues de repente, el caballo le habló como si de una persona se tratara. “Hola” – le dijo - y le preguntó por su nombre. Él niño le contestó, diciéndole quién era, y movido por su curiosidad, preguntó a su vez al equino: ‘¿Y tú cómo te llamas?”.

El caballo respondió: “Los que me conocen me llaman Rayo, porque soy muy veloz”. Juan se alegró de tener un nuevo amigo y sobre todo se  alegró, de que su nuevo amigo era un caballo que hablaba. 

Rayo invitó a Juan a dar un paseo, pero el pequeño, aunque tenía pocos años, era precavido y contestó: “Primero, he de pedirle permiso a mi papá”. El caballo relinchó de alegría al ver que el niño era responsable y prudente.

En ese momento, el padre de Juan se aproximaba al lugar donde se encontraban su hijo y el caballo. El niño volvió a llevarse otra sorpresa mayúscula, al ver que su padre saludaba al caballo por su nombre y que éste le devolvía el saludo. ¡Se conocían!

“Veo que acabáis de conoceros” – dijo el padre de Juan – “¡Por fin has vuelto por estos lugares, desde los bosques de la fantasía!”

“Papá, ¿me puedo dar un paseo con Rayo?” – interrumpió Juan

“¡Claro que sí!, yo también me los daba cuando era un niño. Pero debes volver dentro de una hora para que tengamos tiempo suficiente de volver temprano a casa. Nos esperan tu madre y tus hermanos.

Loco de alegría, Juan se montó en una piedra grande y desde allí pudo izarse hasta los lomos del caballo, que se aproximó todo lo que pudo a la gran piedra.

“¡Agárrate bien!” dijo Rayo y comenzó a trotar primero, a correr deprisa después y a galopar desenfrenadamente al final, como si se tratara de un tren de alta velocidad.

“Ahora sé porque te llaman Rayo” dijo Juan intentando guardar el equilibrio.

A Juan, aún le esperaban más sorpresas porque… de pronto, Rayo desplegó dos alas blancas de sus costados y al batirlas comenzó a volar. El caballo níveo subía y subía, y cada vez estaba más y más alto. 

Si en el suelo corría como un tren, en el aire volaba como un cohete. Y pronto empezaron a ver muy pequeñitos los bosques y los ríos, las ciudades y los caminos, las montañas y los mares. Viajaron entre nubes durante unos segundos y ¡zas! cuando las nubes se abrieron, estaban atravesando un desierto, y allí abajo, se veían unas construcciones que Rayo llamó pirámides y qué estaban en un país llamado Egipto. Al poco rato vieron un muro largo, sin aparente final y Juan aprendió que aquello era La Gran Muralla China. Siguieron viajando hacia el este y atravesaron una masa muy grande de agua, que Rayo dijo que se llamaba Océano Pacífico, después vieron unas montañas muy altas y unas ruinas que el caballo alado llamó Machu Pichu. A Juan le gustó el nombre, sonaba bien. Más adelante sobrevolaron un bosque enorme, verde hacia todos lados y Juan aprendió que se llamaba Amazonia. Cruzaron otro mar muy grande, y llegaron en muy poquito tiempo a donde el padre de Juan les esperaba, con una gran cesta repleta de setas.

Cuando Rayo pisó el suelo, las alas desaparecieron de sus costados y a Juan aún se le abrió más la boca de sorpresa. Dio un beso lleno de contento a su papá, dio un beso repleto de cariño a su caballo, y se despidió de él, hasta otro día. A Juan no le cabía la alegría en la cara y por eso la llevaba muy colorada y la sonrisa le alcanzaba de oreja a oreja.

Al llegar a casa, salió disparado para contar a su madre y a sus dos hermanos mayores, que había conocido al caballo Rayo. Sus hermanos se miraron entre sí, y lo abrazaron con una sonrisa de complicidad.

miércoles, 27 de febrero de 2013

No siempre los dichos son ciertos

Autora: Rafaela Castro


Chumi y Maipe vivían en aquella casa grande y bonita desde que eran muy pequeños, junto al matrimonio formado por Juan y Carmen. Chumi y Maipe siempre participaban en los mismos juegos y las mismas aventuras. Eran inseparables y todo ello lo hacían como hermanos, y como tales, también se peleaban. Carmen intervenía para que hicieran las paces, y como ellos en el fondo se querían mucho, siempre quedaba todo en nada.

Un día a la hora del almuerzo no pudieron evitar escuchar la siguiente conversación:

– Tú sabes que tanto a ti como a mí, nos va a costar muchísimo tomar esta decisión. Parece que fue ayer cuando nos hicimos cargo de ellos al no poder nuestros amigos seguir cuidándolos como siempre lo hicieron. Todo ha ido bien hasta que ya sabes lo que dijo el médico, podría ser contraproducente cuando nazca el bebé, y pueda encariñarse con ellos – dijo Juan.

– ¿Por qué no hablamos con tu hermana y tu cuñado? Igual quieren ellos llevarlos a su casa para cuidarlos – dijo Carmen.

Chumi y Maipe quedaron tan sorprendidos que con la mirada se citaron para hablar cuando no los viese nadie. Estaban muy tristes ante el panorama que tenían a la vista.

– Es una tragedia – exclamó Maipe. – Yo estoy dispuesta a largarme antes de que nos coloquen donde les dé la gana.

– Yo opino igual que tú – dijo Chumi. – Así que cogemos nuestras mochilas y nos vamos.

Llevaban bastantes horas andando sin rumbo fijo. Se sentaron para descansar en unas piedras del camino.

– Los míos nunca lo hubiesen hecho – dijo Maipe. Esto de: “Ahora te cojo, ahora te suelto”.

– Igual opino yo –dijo Chumi. – La gente que hasta ahora conocíamos en apariencia de buen corazón, y las ideas muy claras, pues al final, ni una cosa ni la otra. Cuántas veces hemos escuchado decir:”Estos se llevan como el perro y el gato” .Pues sabes que te digo, que eso son cuentos de ellos. Y si no he aquí el ejemplo. Tú, gatita y yo, perrito, y mira cuanto nos queremos. Esperemos que si nos adoptan de nuevo, no sean animales racionales.




martes, 12 de febrero de 2013

Manto celeste

Autor: Antonio Pérez García


Érase una vez un reino dónde un valeroso ejército velaba por la paz de sus tierras y habitantes. Gobernado por Teodorico III y comandado por el valeroso Ramón Ramírez de Balboa. Un tipo serio, de estatura media, moreno canoso y barba de tres días. Tenía unos ojos grises y una mirada penetrante que lo hacía intimidar con solo su presencia, aunque de buen corazón. Su ejército lo veneraba más que a su propio Rey.

Aunque de semblante serio era amigable con sus tropas. Comía y bebía con ellas, se divertía y conocía muy bien a sus hombre, un tipo muy respetado y querido. Se podía decir que lo tenía todo, aunque no era así, le faltaba una parte de su corazón, una pieza de su enredado puzle de vida, que era su amor. Un amor que no es que no lo tuviera. Era una bella doncella de alta cuna, bellísima entre todas. Tenía un pelo lacio moreno y brillante de estatura media-alta. Su piel tersa de color canela, de labios carnosos. Pero lo que más le atraía eran sus ojos tan claros como los suyos, de color azul cian que lo envolvían en un rito de sosiego en cada mirada. Era tan bella, que no podía estar un día sin poder mirarla. Aunque esto planteaba un gran problema y era que ella era hija de noble más influyente y adinerado del reino, y no iba a permitir ni tan siquiera un intento de acercamiento.

 Ellos se veían a escondidas bajo la luz celestial de la luna, reposando en bellos amaneceres bañados por las dulces miradas de las estrellas.  Aunque desgraciadamente, un día de su rutinaria despedida un mozo de cuadra del marqués los vio y  fue corriendo a ver a su señor esperando una recompensa, desveló a los dulces amantes arrojándolos a un destino ruin.

Pasaron unas semanas después de su última despedida, y al volver de refregar una revuelta en el norte del reino, contactó con la moza que cuidaba de Eleonor desvelándole  el terrible suceso. El padre de Eleonor la había encerrado en su fortaleza como castigo y la había concertado en matrimonio en con el hijo del conde de Serrana. Ella no saldría hasta haber completado la boda, la cual a partir de ese momento pertenecería a su nuevo señor.  Ramón entristecido no sabía qué hacer y desesperado fue a ver a su Rey que con tono tajante y semblante duro le prohibió así como negó que se pudiese cancelar la boda.

Pasase días y semanas con la celebración cercana y sin saber qué hacer, desesperado, vagando con la mirada y mente perdida, de un lado a otro.   Un día en la plaza desde donde se veía inmensa la fortaleza del Marqués, se le ocurrió lo único que podía hacer un caballero valeroso y honorable. “Reto-le” al Marqués de Conrado por la mano de su hija; el cual y estando en juego su honor y valía no pudo rechazar.

A la puesta de luna de dos días antes estaban uno enfrente del otro, espada en mano, y escudo al otro, y avanzando decididamente dio el primer estocado Ramón, con pase de pecho en punzón y giro golpe a la izquierda, no consiguió su objetivo en su primer turno ofensivo, y pasase a defensivo rápido y veloz después de un estacado oblicuo que pudo haber succionado su vena femoral derecha.

– Alto ahí, en nombre del Rey cesen el duelo, o serán encarcelados – De repente grita el Señor de Armas de palacio. 

– Por orden expresa del Rey Teodorico III  se prohíbe este duelo, siendo ilegal en sus efectos y argumentos que no violase en ningún momento la honra de ninguno de los combatientes ni familia. 

Dicho esto, los guardias los dispersaron y con una sonrisa malévola el marqués montó su corcel y desapareció, riendo a carcajadas siendo el autor de esa falsa habiendo presionado al rey para que el mismo anulara dicho duelo y evitara pérdida de honra o muerte.

Ramón endiablado y volviéndose a su destacamento, estaba muy alterado, y recogiendo sus cosas abandonó su puesto con toda su armadura y pertrechos, aunque no antes sin haberle dado a su segundo un mensaje a su tropa y órdenes para él mismo.

– Rodrigo voy a una muerte segura, en pos de busca de mi amada la cual el único modo será dar muerte al Marqués invadiendo su fortaleza e intentando raptar a mi lady. Quiero por orden específica mía que lleves a los muchachos de maniobras al llano Alto. No quiero tener que enfrentarme a ninguno de ellos en la defensa de esa fortaleza.

 – Así se hará mi señor.

Decidido partió a la fortaleza dónde los guardias que hacían control en la puerta los mató en degüello alarmando al castillo entero, los cuales arqueros empezaron a nublar su cenit con innumerables flechas.  Éste corriendo con escudo en mano evitando un punzamiento  y matando o esquivando a todo el que podía metiese en la Torre del homenaje donde señores y oficiales del marqués estaban protegiendo con innumerable tropa.

Armase de valor y entrando en el comedor común daba espadazos, estocados a diestro y siniestro. Valiente hombre que en su rabia no sintió ni cortes, heridas ni hundimientos en su piel sudorosa, recubierta de sangre y que con mala suerte un flechazo atravesó su pecho arrodillándolo de rodillas y con un último esfuerzo hincó en su adversario su espada en el pecho antes de caer al suelo con las fuerzas desvanecidas.

 Notaba la vida escapar de su cuerpo malherido. Allí está muriendo el que nunca dudó en arriesgar su vida en pos de un sueño que ya no conseguirá. Perdiendo ya el sentido, apenas sin ver, ve venir una dama pensando que la muerte ha de ser. Cree escuchar una nana, que su amada le cantaba, pensando que si es ella la muerte. ¿Quién tiene miedo a morir?

Muriendo un valeroso y caballero, que enterrado sin honores, cada amanecer en su tumba, una misma flor ve como la luna y su celeste lo abandona.

lunes, 11 de febrero de 2013

Las inquietudes de Antonio

Autora: María Gutiérrez

Estaba satisfecho y contento de su trayectoria dedicada a los demás. ¡¡No, no!! Todo esto era mentira. Sentado  cómodamente en un sillón del lujoso salón de su mansión, heredada de sus padres Antonio hacía  un recuento de su vida que transcurría entre diversiones, viajes y buenas comilonas. Le importaba un comino que hubiera gente viviendo en la más extrema pobreza, todo lo justificaba con que eran poco luchadores, tanto ellos como sus antepasados.

 Sumergido en esta reflexión, de pronto le invadió una inmensa tristeza, viéndose  vacío y perdido a la vez. El sudor  y el frío ocuparon todo su cuerpo. El grito de un niño y el golpe en su cabeza de un balón, hizo que despertara de aquel  horrible sueño en el que se encontraba metido. Se había quedado profundamente dormido sentado en un banco del patio, viendo jugar a sus niños al fútbol. Ese día había andado más de lo habitual, yendo de acá para allá con el objetivo de siempre, ¡¡qué no le falte a los niños de nada!!. No puede ser que me quede dormido en cualquier sitio, los años no perdonan, ¡¡Ay!!. Me estoy haciendo mayor, me acostaré más temprano para descansar mejor.

Esta inquietud por ayudar a los niños más necesitados, le venía desde muy joven. Él tuvo la suerte  de criarse en medio de una buena familia, para más a su favor, numerosa. Pasó su infancia en un pueblecito muy pintoresco de la costa, por lo que los veranos sobre todo eran estupendos, disfrutando de la playa día a día y del entorno tan privilegiado que tenían.

En su casa, se respiraba un ambiente bastante religioso lo que le ayudó a ser monaguillo y más tarde catequista.

Antonio iba creciendo, convirtiéndose en un muchacho de mediana estatura, fuerte, alegre y muy extrovertido con unas ganas inmensas de hacer algo útil en la vida. En estos años de juventud, había ido reuniendo todas las herramientas necesarias para emprender una nueva vida lejos de la familia. Tenía las ideas muy claras. Cada vez que lo pensaba, se le iluminaba el rostro y se frotaba las manos de alegría, estaba muy convencido de lo que quería, la vida pasaba ante él con inmensa claridad.

Lo dejó todo y se marchó muy animado, iba al encuentro de su destino. No tenía duda de su vocación religiosa y su entrega a los niños más desamparados.

Era consciente que le esperaba un duro y largo camino que recorrer, entrañando infinidad de dificultades pero intuía que resistiría. Sus padres, le habían enseñado a ser fuerte  y valiente y aunque se viera envuelto en  multitud de problemas y dudas, procuraría disponer de las armas necesarias para vencer los obstáculos que salieran al paso.

Comenzaría  su andadura con los Hermanos  Agustinos, en donde recibiría la formación  reglamentaria, pero allí no encontraba  lo que a él tanto le inquietaba.

Una fría mañana del mes de Diciembre, hace casi sesenta años por fin llegó lo que andaba buscando. Se le abrieron las puertas de par en par de la “Ciudad de los Niños”. Trabajo: interminable; horario: jornada intensiva; sueldo: la cooperación. La oferta era tentadora, no podía dejarla escapar.

Allí le esperaba una gran labor que desempeñar, dedicándose  en cuerpo y alma a trabajar como un honesto “Obrero de María”, ayudando a los niños que por circunstancias de la vida se encontraban en situación de abandono por parte de la familia y allí habían encontrado su hogar.

El hermano Antonio, tomando la ciudad de Granada con sotana incluida, se  le vería por cualquier lugar de la misma, gastando los zapatos como el que más, yendo a la caza y captura de un donativo para ayudar a cubrir las necesidades de sus niños. Ha vivido durante muchos años, un auténtico maratón recorriendo comercios, bancos y oficinas, entregando calendarios  de bolsillo, esperando recibir  el donativo esperado, porque  él no obliga a nadie a que sea caritativo.

Ahora que ya pasa de los ochenta es  más normal verlo en el autobús, comenta que ya no puede andar tan de prisa porque le dan mareos, ¡¡cosa de los años!!, pero  que con sus pasos más cortos y sosegados el pro- grama de trabajo sigue  siendo el mismo. Le da igual que haga frío o calor, que salga el sol o esté lloviendo, opina que la dedicación a los niños, no es cuestión de edad.

No falta la gente de mal gusto que se atreve a insultarlo, dudando del destino de las aportaciones, aunque él nunca se enfada ni se lo toma a mal, al contrario, te invita a que vengas a poder comprobar las infinitas necesidades que están esperándolas. En agradecimiento cuando recibe algo, se frota las manos de alegría y dice: ¡¡ a la buchaca , a la buchaca!!.

En reconocimiento a su dilatada labor en ayudar a los niños más necesitados, ha sido recientemente  condecorado con la “Medalla  de oro de la ciudad de Granada”, premio muy merecido.

domingo, 10 de febrero de 2013

El mar

Autora: Amalia Conde


Alfonso es un joven muy alegre y ocurrente, trabaja en una tienda de artículos de regalo, se pasa el día discutiendo con los clientes y el dueño, por eso se pone muy nervioso, y cuando sale de la tienda se va para la playa, lo pasa muy bien en el agua y dando paseos por la arena, después, se sienta en los bancos que hay en el paseo marítimo y cuando hay niños jugando a la pelota, se une a ellos.

Una de esas tardes en uno de los bancos había una chica joven y bien parecida, se acercó y después de saludarla le preguntó si podía sentarse. La chica no respondió, él se sentó y como un relámpago, ella desapareció. ¿Cómo pudo desvanecerse en segundos? Como si hubiera caído un rayo empezó a subir la marea, las olas llegaban al cielo, ¡era espantoso!, pensó que los nervios le estaban jugando una mala pasada porque le costaba trabajo saber dónde estaba, pensó que la próxima vez no iría a los bancos.

Pero al día siguiente ahí estaba, cerca del agua, paseando por la arena vio a la chica tan junto a él que parecía que la había traído el aire, le preguntó si le gustaba el mar, y ella dando un grito muy fuerte dijo: ¡NO! ... al mismo tiempo, la marea subió tanto que parecía que el agua no volvería a bajar.

-Si no te gusta el mar, ¿por qué vienes?, le preguntó Alfonso, y ella mirándolo con rabia le dijo algo que él no alcanzó a comprender. Y se fue, mejor dicho, desapareció como el humo.

Al día siguiente Alfonso estuvo en la tienda muy nervioso, todos le preguntaban el motivo, pero él, que siempre había sido tan expresivo, hacía como que no escuchaba a nadie.

Se prometió que no iría más a la playa, pero día tras día, sin saber cómo, se encontraba frente al mar.

Una vez, cuando Alfonso llegó, la chica estaba allí, se acercó a ella prometiéndose a él mismo que esta vez no se le escaparía, como siempre.

-Si tienes miedo al mar me comprometo a enseñarte a nadar y estar contigo todo el tiempo que estés en el agua.

Parece que no le disgustó la idea, pero no dijo nada, y como siempre, ella se fue.

Aquella noche Alfonso estuvo muy nervioso, apenas si durmió, veía tantas cosas raras en esa chica que aunque le gustaba, algo en ella le daba miedo, y pensó que no la volvería a ver más ni iría a la playa.

Pero igual que todos los días, a la tarde siguiente se encontró frente al mar, y ahí estaba ella, esperándolo, le dijo que quería que la enseñara a nadar, a Alfonso le dio tanta alegría que creyó que las flores de invierno se habían perdido y habían florecido los claveles y arrayanes. Se había presentado abril y mayo. Al mismo tiempo sintió miedo.

Empezaron las clases de natación, tantas que la chica quería dejar claro que ya sabía, y que podía, como si se hubiera dedicado a eso siempre, llegar hasta donde quisiera. Una tarde llegó a actuar de forma extraña, sin hacerle caso a Alfonso que le decía que tuviera en cuenta el estado del mar, no lo escuchó, se subió a un peñón que sobresalía del agua bastante y como las olas no dejaban de crecer, una la envolvió como una manta.

Llegaron los socorristas, la chica, de vez en cuando se asomaba para gritarle a Alfonso que se fuera lejos del mar, que luchaba con la Nada, así hasta que dejó de oírse, de verse, por mucho que la buscaron.

Atendieron a Alfonso y lo trasladaron a un cuartel para que contara quien era la chica. Alfonso les dijo lo poco que sabía, sus apariciones y desapariciones, que no hubo contactos, ni historia de ninguna clase, explicó cómo era físicamente lo mejor que pudo y cuando terminó, un anciano le dijo que se fuera a casa, se tranquilizara y tratara de olvidarlo todo, porque Marina, la chica de quien les hablaba, había muerto hacía diez años, en la playa, tragada por el mar.

viernes, 8 de febrero de 2013

El ratón Serafín

Autora: Carmen Sánchez Pasadas


Esta es la historia de Serafín, un ratón menudo. Cuando nació era tan pequeño, que su madre pensó que no viviría. Sin embargo, era muy listo y gracias a su inteligencia logró sobrevivir. Sus hermanos pensaban que era un ratón extraño, porque a diferencia de ellos, no se dedicaba sólo a comer y dormir, sino que era muy curioso y siempre estaba explorando los alrededores.

La familia vivía oculta en una gran despensa donde había comida en abundancia, lo que propició que los pequeños ratones se volvieran holgazanes y despreocupados. Serafín en cambio, y gracias a su pequeño tamaño, accedía a los lugares más recónditos. De este modo descubrió junto a la casa unos jardines que rodeaban un edificio gigantesco, donde los humanos entraban y salían con asiduidad. Pronto aprendió a escapar y buscar refugio, tras verse sorprendido por alguno de ellos. Pero después de que este hecho se repitiera varias veces, un peligroso habitante llegó a la vivienda, era un gato gris con unos enormes ojos verdes. Se llamaba León y era muy astuto.

El ratón advertido por su madre permaneció algunos días bajo la protección de la despensa, pero la necesidad de aventura y que el aburrimiento era insoportable, hicieron que saliera de nuevo al exterior. A partir de la llegada del felino extremaba las precauciones, pero progresivamente recobró la confianza y  nuevamente se arriesgaba más, hasta que una mañana, León lo persiguió incansable acorralándolo en la puerta del edificio. Afortunadamente el felino tenía prohibida la entrada y Serafín, aprovechando su minúsculo tamaño, pasó sin ser descubierto.

Una vez dentro, el interior impresionó al roedor. Las paredes eran muy altas y estaban totalmente cubiertas por estantes llenos de libros de todos los tamaños y materias.  Frente a la librería, grandes ventanales dejaban pasar la luz cálida iluminando las mesas y sillas que ocupaban toda la sala. Había muchas personas que permanecían silenciosas, leyendo unas, escribiendo otras. Serafín avanzó por la biblioteca sin hacer ruido y cuando un lector salió de la sala para descansar, el ratón se encaramó hasta el libro abierto y recorrió las páginas. Vio una lámina con colores brillantes y una fila de palabras que explicaban la ilustración. El ratón quedó atónito al ver tal maravilla.

De regreso a casa, sorprendió a León que salía relamiéndose de la despensa. El muy truhán había descubierto el escondite familiar. Serafín afligido se escondió en un rincón hasta que pasó el peligro. Allí lo encontró uno de sus hermanos que lo estaba esperando para contarle la tragedia y como todos consiguieron huir menos el más perezoso que se demoró en escapar. Ahora estaban a salvo, lejos de la casa, donde el gato no los encontraría. Serafín dudó un momento respecto a seguir a su familia o no, finalmente decidió volver a la biblioteca y refugiarse dentro.

Pasaron los años y el ratón pasaba los días leyendo en el depósito de la biblioteca, lejos de miradas curiosas, saliendo al jardín sólo en busca de granos para alimentarse. De cuando en cuando León lo descubría y lo perseguía tenazmente, pero Serafín era cada vez más ingenioso esquivándolo.

Y por suerte, un día encontró un libro sobre gatos, así descubrió como vivían, cazaban, sus gustos y manías y se le ocurrió una idea genial para despistar a su enemigo. ¿Os la imagináis? El ratón fue cogiendo los pelos que el gato iba perdiendo y con ellos fabricó un mullido colchón donde descansar. De esta forma el cuerpo del pequeño roedor se impregnó del olor del felino y éste ya no fue capaz de seguir su rastro. Desde entonces Serafín vivió feliz sin preocuparse de León.

Lo importante no es nuestro tamaño, sino aprovechar nuestra inteligencia.

Cuéntame un cuento, abuelito

Autora: Elena Casanova Dengra


– ¡Abuelito, abuelito, cuéntame un cuento!

– Érase una vez un país donde había un rey….

– Pero abuelo, que el rey de mi cuento  no sea como ese rey que he visto tantas veces por televisión y en las revistas. Ese que, como jefe de las Fuerzas Armadas, permanece impasible ante guerras injustas,  ese que se gasta el dinero del pueblo en cacerías, en viajes privados… No me hables de reyes que se parezcan a ese que ha amasado una gran fortuna sin saber cómo y  partiendo de cero. No como ese rey que volvió a reinar porque un dictador muy cruel y sanguinario así lo quiso… ese que habla de justicia cuando la Justicia pasa sin rozarlo.

– Érase una vez un país donde había príncipes y princesas, condes y condesas….

– No abuelito, no me hables ni de príncipes ni princesas, ni de condes ni condesas,  menudos caraduras son esos. Hay alguno acusado de quedarse con dinero público, acusado de prevaricación, y yo no sé qué significa esa palabra, pero debe ser muy grave porque suena muy seria, acusado de falsear  documentos… y princesitas que miran para otro lado  haciéndose las inocentes….

– Érase una vez un país donde había un mandatario….

– Pero abuelito,  que no se parezca a esos mandatarios que solo saben mentir. Me han dicho que existe uno que crea una mentira cada cinco días. Uno que prometió no subir los impuestos, no apoyar el abaratamiento del despido, tampoco eso que llaman amnistía fiscal, que no beneficiaría a la banca con dinero público, que jamás abandonaría a los más necesitados. Pero sí que apoya una sanidad privada, donde  los que más tienen puedan ser mejor atendidos, sí que apoya una educación privada, donde los que más tienen puedan seguir estudiando y formándose, pero sí que apoya un adoctrinamiento de la educación para que cada día haya más borregos sin pensamiento crítico, y que recorta en servicios sociales, porque poco le importa aquellos más desamparados… y que las palabras corrupción, desesperanza, desencanto, le persiguen allá por donde va….

- Érase una vez un país, donde había un predicador…

- No abuelito, no me hables de esos predicadores que solo se preocupan por los que ellos llaman "dudosa moralidad" de esas personas que se aman y son del mismo sexo, esos que se guardan de pagar impuestos, esos que desean abolir el libre pensamiento,  esos que cuando aterrizan en  un país asolado por la pobreza están más pendientes de prácticas sexuales que de  estómagos vacíos. De esos que nos hablan de un dios malvado, castigador y vengador. Esos que  no entienden el significado de la palabra amor.

— Érase una vez un país donde las brujas…

— No abuelito no, no me hables de brujas de vestidos largos y caros, de caras pintadas, con pómulos y labios rellenos de silicona. No me hables de brujas que viven del cuento, de la ignorancia y sorprendentemente escandilan y son admiradas…  no abuelo, no me gustan esas brujas.

— Creo que este te va a gustar:  Había una vez un país donde el pueblo era muy valiente y muy sabio. Pero un año llegó un  ogro  muy feroz que portaba un enorme blasón con un águila dibujada, seguido de  un gran ejército con la intención de atacar al pueblo para someterlo al servilismo y la esclavitud. Pero lo que le sobraba al pueblo era coraje y no se dejó avasallar. Se unieron todos contra el monstruo, pelearon con energía y decisión hasta derrotarlo. Y los pocos que se habían unido al ogro no fueron castigados ante las tapias de los cementerios sino que decidieron desterrarlos y nunca jamás se supo más de ellos…

Los titiriteros

Autora: Pilar Sanjuán Nájera


En un país imaginario, al sur del sur en los confines de la tierra, donde ésta se acaba y comienza un mar infinito que se extiende hasta el horizonte, había un pueblecito en el que ocurrían verdaderos prodigios: para empezar, allí todo el mundo vivía feliz y estaba contento. Por su latitud, el clima de aquel lugar tenía que ser forzosamente inhóspito y gélido y, sin embargo, gozaba todo el año de una temperatura suave que hacía que sus campos estuvieran siempre verdes, como si la primavera se hubiera asentado allí sin querer marcharse. Fuera del pueblo y de su término todo estaba helado la mayor parte del año. 

Las casas de este sitio privilegiado eran de vivos colores y los tejados, de tejas brillantes, tenían en lo más alto unas veletas en forma de gallo. Pero no eran unas veletas normales, no, los gallos cobraban vida al amanecer y cantaban todos a la vez aunque el ki-kiri-ki estridente y molesto lo habían sustituido por un sonido melodioso para que los vecinos despertaran con ánimo alegre y fueran a trabajar al campo llenos de buenas energías. También cantaban estos gallos al anochecer para avisar a los niños que jugaban en parques, calles y plazuelas  de que era hora de recogerse; esto lo sabían bien los niños y ni uno se quedaba rezagado o remoloneando.

La gente menuda de este pueblo era sumamente feliz. En la escuela no les ponían deberes, así que tenían tiempo de jugar a placer, que es lo más recomendable durante la niñez, además ellos mismos inventaban sus juegos, en los que participaban todos de manera amigable y divertida afortunadamente, hasta allí no habían llegado los móviles en sus infinitas variedades).

En una de las casas del pueblo, con aire oriental debido a sus pequeños minaretes, celosías y terrazas, vivía un matrimonio joven con dos hijas: Angélica de cinco años y Violeta de ocho. Como veis, tenían nombres de flores; una característica de estas niñas es que exhalaban el perfume que correspondía a su nombre, por lo cual, la madre nunca les ponía colonia. Además toda la casa estaba perfumada, muebles, paredes, suelos, etc. Pero estas dos niñas, no solo gozaban de ese privilegio, tenían otro aún más especial: de su cuerpo se desprendía un halo luminoso que solo se apagaba cuando dormían. Esta cualidad de resplandecer tenía a los padres bastante soliviantados, porque cuando las sacaban de paseo se creaban para ellos situaciones bastante incómodas al observar que la gente se volvía a mirar a las niñas. 

En la casa también ocurrían fenómenos prodigiosos, por ejemplo, en el salón de grandes dimensiones, había una cantidad ingente de libros: en estanterías, repisas, armarios, vitrinas y hasta en las mesas y sillas. Lo prodigioso es que a las doce de la noche, cuando todo estaba en silencio y los habitantes dormían, de pronto los libros empezaban a moverse; los armarios y vitrinas abrían sus puertas, vomitaban libros y todos ellos, más los que había en librerías, repisas, mesas, etc, comenzaban unas carreras enloquecidas sin tropezar unos con otros, eso era lo asombroso; cambiaban de lugar dando vueltas vertiginosas por el aire, y cuando los gallos cantaban al amanecer se tranquilizaban, ocupando lugares distintos a los que habían tenido. Se cerraban armarios y vitrinas y todo quedaba quieto y sosegado.

La vida en aquel pueblo era plácida. Un día, esa placidez se vio interrumpida por la llegada de unos titiriteros. -¡Qué alegría, titiriteros!- dijeron los niños. Rara vez llegaban hasta allí. Se habilitó un descampado a las afueras del pueblo. Ese atardecer los gallos no cantaron porque los niños se acostarian tarde. En el descampado, los visitante hicieron una especie de escenario y como se había hecho de noche, se alumbraron de una forma rudimentaria con luces de carburo, faroles y teas. Los niños trajeron cada uno su sillita y se acomodaron frente al escenario. Bien pronto se dieron cuenta los titiriteros de que sus pobres luces eran ridículas al lado del resplandor que emitían dos niñas, a las que miraban fascinados. Toda la función la hicieron con la mirada fija en esas dos niñas, como hipnotizados. Cuando acabaron, mientras la niñas cogían su sillita y se iban marchando, un titiritero bajó del escenario y cogió de la mano a Angélica y a Violeta, llevándolas a donde estaban sus compañeros; todos ellos las miraban con una mezcla de curiosidad y asombro. 

Los padres de las dos niñas, al ver que no habían llegado, preguntaron a otros niños por el paradero de sus hijas, pero ninguno supo decir lo que había sido de ellas. Cada vez más alarmados, preguntaron por el pueblo y nadie les dio noticias. Fueron al descampado, pero allí no quedaba ni rastro de los titiriteros, ¿cómo se habían podido ir con tal rapidez? Por fin, un vecino que vivía en las afueras les dijo que había visto los carromatos irse por la carretera. Añadió un detalle que lo había dejado muy intrigado, el primer carromato desprendía una luz en la que iba envuelto y que sería de guía a los demás.


viernes, 1 de febrero de 2013

Tarde-noche en Granada

Autora: Pilar Sanjuán

Los árboles perfilan sus copas verdinegras,
todo ha sido invadido de luz anaranjada,
el aire transparente se adelgaza y se quiebra,
tornasoles suavizan de luz Sierra Nevada.

Mil pájaros despiden al sol en la colina,
una estrella despierta con mirada perpleja,
la sombra del granado se alarga y difumina
y todo se adormece entre luces bermejas.

En la Alhambra las fuente se tornan misteriosas
un ruido de pisadas resuena en sus jardines
el cielo se hace opaco y nieblas rumorosas
caen sobre el arrayán borrando sus perfiles.

La ciudad fosforece de neón azulado
hay voces que sisean en rincones oscuros
los niños van cerrando sus ojos asombrados,
y llega ya la noche aturdida de ruidos.