miércoles, 25 de diciembre de 2013

Puntos de vista

Autora: Elena Casanova

Antes de irse a la cama, Javier repasó una vez más todo lo necesario para el día siguiente  porque  odiaba las sorpresas de  última hora y la impuntualidad era algo que no formaba parte de su rutina. Bien – pensó- las botas, los calcetines, pantalones, camisetas, chaquetón, gorro, bufanda, guantes, mochila… Y así fue revisando todo lo necesario para la subida a la sierra con Daniel. Se fue temprano a la cama porque a las seis y media  vendría su amigo a recogerlo con el coche.
A las seis se sobresaltó con el pitido del teléfono.
-          ¿Quién puñetas  es a estas horas? - resopló entre sueños.
-          Perdona Javier, perdona... soy Daniel y pensé que ya estarías de pie
-          ¡Joder Dani! ¿Me he dormido?-  gritó a la vez que saltaba de la cama.
-          No, no tranquilo. Es para decirte que no puedo ir a la sierra. La madre de Sonia ha pasado toda la noche con vómitos y la han dejado ingresada en el hospital para hacerle algunas pruebas. Sonia está con ella, y ya sabes… los niños…. Tengo que quedarme con ellos.
-          ¡Vaya hombre, qué fastidio!  Supongo qué no tendrás con quién dejarlos - le dijo con algo de socarronería.
-          Pues no Javier, además a es un poco temprano para molestar a nadie. Quedamos para otro día y lo siento.
-          Sí claro, otro día- contestó Javier tirando  el teléfono a la otra punta de la cama.
Maldita sea- pensó- la suegra ¡qué oportuna! no tendría la buena mujer otro momento para indigestarse.  ¿Y ahora qué hago yo  un domingo metido en casa con todos los amigos fuera? ¡Menudo rollo!
Se escondió nuevamente entre las sábanas sin pegar ojo hasta que, después de una interminable retahíla de vueltas y con la cama totalmente deshecha, decidió levantarse a las nueve de la mañana. Javier se vistió de mala gana y bajó a tomar un café. Jesús, el camarero, aprovechando que no había demasiados clientes, se desahogó con él contándole su último fracaso amoroso. El hombre, que no paraba de suspirar, concluyó su natural incompatibilidad con las mujeres viéndose en el futuro como un atormentado soltero. No comprendía la naturaleza femenina y siempre que intentaba mantener una sólida relación, al poco tiempo se frustraba. Javier, que le importaba un carajo los amores y desamores  de cualquier mortal, se libró de su interlocutor en cuanto pudo y volvió a su casa con el carácter más retorcido que con el que había salido esa mañana. Compró el periódico y decidió brindarse el resto del día.
 Ocupó toda la mañana en la lectura del diario y cuando su estómago dio señales de una incipiente hambruna  disfrutaba de un tremendo dolor de cabeza. Se tomó un par de calmantes, algunos restos de la cena y unas cuantas cervezas. El alcohol le produjo un ligero sopor que, después de unos  minutos, se tradujo en una larga siesta de la que despertó con un malestar aún más intenso. Otros dos calmantes lograron mitigarle, en parte, la presión que sentía en las sienes.
Recorrió su pequeño apartamento dispuesto a poner un poco de orden pero desistió rápidamente y, cogiendo el mando de la tele, volvió a tirarse en el sofá dispuesto a digerir lo primero que apareciera en la pantalla. De esta manera pasó el resto del día viendo  películas de serie b  salpicadas de lociones milagrosas, colonias seudoeróticas, bombones de diseño… todo ello revestido de una empalagosa felicidad.
Javier volvió a la cama casi en estado hipnótico, programó el despertador, apagó la luz y barruntó una vez más su mala suerte.
A las seis lo sobresaltó el pitido del teléfono.
-          ¿Quién es a estas horas? – dijo aún  entre sueños.
-          Perdona Javier, perdona... soy Daniel, y pensé que ya estarías de pie
-          ¡Joder Dani! ¿Me he dormido?-  gritó a la vez que saltaba de la cama.
-          No, no tranquilo. Es para decirte que no puedo ir a la sierra. La madre de Sonia ha pasado toda la noche con vómitos y la han dejado ingresada en el hospital para hacerle algunas pruebas. Sonia está con ella, y ya sabes… los niños…. Tengo que quedarme con ellos.
-          ¡Vaya hombre, lo siento mucho!  Si necesitas algo no dudes en llamarme  ¿Vale?
-          Gracias Javier, pero creo que no es nada serio, pensamos que hoy mismo le darán el alta. Quedamos para otro día.
-          Por supuesto, cuenta conmigo- soltando el teléfono en la mesita.
Vaya,   ¡qué contratiempo!- pensó- ¡Pobre mujer, con tantos achaques y ahora esto!
Se escondió nuevamente entre las sábanas  y durmió hasta las nueve de la mañana. Decidió darse una ducha e ir a tomar un café en la cafetería de Jesús y de paso charlar un rato con él.  Aprovechando que no había demasiados clientes, Jesús se desahogó con Javier contándole su último fracaso amoroso. El hombre, que no paraba de suspirar, concluyó su natural incompatibilidad con las mujeres viéndose en el futuro como un atormentado soltero. No comprendía la naturaleza femenina y siempre que intentaba mantener una sólida relación, al poco tiempo se frustraba. Javier, entre divertido y sorprendido por el exagerado victimismo de su amigo, intentó animarlo, diciéndole que aún era muy joven y que las mujeres tendían a la huida por su obsesión con el compromiso. Le recomendó tomarse con más calma sus relaciones y dejar que el tiempo actuara de forma natural, recordándole que él mismo vivía solo con casi cuarenta años y su vida no era tan dramática.
Al salir de la cafetería compró el periódico y decidió quedarse en casa el resto del día. Ocupó  la mañana en la lectura del diario y ordenando un poco su caótico apartamento que pedía a gritos algo de limpieza. Cuando su estómago dio señales de una incipiente hambruna, preparó una exquisita receta que había leído en algún sitio y, como casi nunca disponía de tiempo, pensó que era el día indicado para hacerlo. Se abrió una de las botellas de vino que tenía reservadas para las visitas y tomó un par de copas. El alcohol le produjo un ligero sopor que, después de unos  minutos, se tradujo en una larga siesta de la que despertó con una sensación de agradable descanso.
Encendió la televisión y comprobó rápidamente que no había ningún programa que mereciera la pena.  Cogió una novela que tenía apartada y pasó el resto de la tarde enfrascado en su lectura. Después de cenar, recogió la cocina, preparó su ropa y llamó a Daniel para preguntarle por el estado de su suegra y no tardó en irse a la cama. Programó el despertador, apagó la luz y fue sumiéndose en el sueño  mientras pensaba cuánto tiempo hacía que no había disfrutado de un apacible día en solitario.

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