miércoles, 25 de diciembre de 2013

La luchadora incansable

 Autora: Carmen Sánchez
 

Pese a mi nombre, Felicidad González, fui una mujer desdichada. Si bien mi nacimiento fue celebrado por todos, quiso el devenir de los acontecimientos trastocar estos buenos augurios.  

Nací, hija de un jornalero y de una abnegada muchacha de pueblo, a  la que se le pasó la juventud antes de tiempo. Siendo, aún, una niña, alegre y despierta, descubrí que mi vida estaba marcada por las circunstancias de cada momento y la pesadumbre que ellas imprimían en el ánimo de mi madre. Los sucesivos nacimientos que siguieron al mío, hicieron necesaria mi presencia en el hogar, por lo que sin considerar mi interés por aprender, no dudaron en apartarme de la escuela, para que ayudara en casa. Este hecho, marcó profundamente mi infancia y en mi memoria todavía permanece la envidia que me producía ver a las otras niñas jugando en la plaza, mientras yo cuidaba de mis hermanos.

Recuerdo que, a pesar del empeño que ponía en hacer las tareas que me encomendaban, alguna vez se me quemó la comida y en otra ocasión se me cayó el cántaro lleno de agua, que traía de la fuente y mi madre se disgustó tanto, que pensé que  había ocasionado una desgracia. Era frecuente que me dijera frases como “Es que no tienes cuidado”, o “Es que no haces caso”, y que sin darme cuenta, hacían que me sintiera cada vez más insignificante.

Al mismo tiempo, su carácter taciturno, le impedía disfrutar de los buenos momentos y siempre temía por todo lo que sucedía o lo que estaba por suceder. Así, si mi padre llegaba a casa contento porque traía un buen jornal, ella recelaba pensando que al día siguiente no tendría la misma suerte. Si llovía, se lamentaba de que él, no podría ir a trabajar al campo, pero en cambio, si el buen tiempo duraba algún día de más, sufría porque la tierra necesitaba agua y la sequía traía malos presagios.

Ahora, desde la distancia que aporta el tiempo, entiendo que mis padres, por aquel tiempo, rozaban la escasez como algo cotidiano, moldeando la desesperanza como parte de nuestras vidas.

Fue por aquella época, cuando yo estaba dejando atrás la niñez y me había convertido en una muchacha espigada y tímida, que entré a servir en la Casa Grande, para la familia rica del pueblo. Hasta entonces la miseria, era algo normal en nuestra vida, pero no sufría por ello, porque no conocía otra cosa. Sin embargo, en la Casa Grande, conocí la mezquindad. En invierno, la mansión estaba caldeada y había comida en abundancia, pero por la noche en mi cuarto, yo estaba aterida y mi plato siempre era escaso. Mis manos todavía tiernas, preparaban los baños de agua caliente y perfumada para la señora, pero se llenaban dolorosamente de callos y sabañones mientras lavaba la ropa o fregaba el suelo con el agua helada. Pese a todo no me quejaba, hasta que cierto día sufrí tal humillación que, como gota que colma el vaso, desbordó mi alma, rebelándome contra el destino que me esperaba. Ese día decidí que iba a ser feliz. Abandoné la seguridad incierta de cuanto me rodeaba y me marché en busca de lo desconocido, a la ciudad.

Y, por fin, entendí el significado de mi nombre, y dejé de ser “Feli”, para convertirme en “Felicidad González”. Desde entonces, ha pasado mucho tiempo y no sin esfuerzo y superando mil dificultades, he logrado un trabajo que me satisface, los estudios que me propuse, y una familia maravillosa, que sigue creciendo. Durante estos años,  he aprendido a valorar a las personas que me rodean, a disfrutar con las cosas sencillas del día a día y quizás lo más importante, a transmitir mis emociones y vivencias.

Más,  cuando la felicidad anida en nuestras vidas y se confunde con la rutina, nos da una sorpresa, para que no dejemos de apreciarla. Así, tras una revisión, me han diagnosticado un cáncer. Sin embargo, la enfermedad lo tiene muy difícil conmigo, porque cuento con una familia estupenda, un equipo médico magnífico, y sobre todo,  porque soy una luchadora incansable que persigue la Felicidad. Firmado: Felicidad González.

Aurora cerró un momento la revista. El testimonio que acababa de leer, la había conmovido. Esa era la actitud- pensó- que necesitaba para afrontar la enfermedad.

Minutos después, la enfermera la llamó y pasó a la consulta del oncólogo.

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