martes, 31 de diciembre de 2013

La felicidad

Autora: Pilar Sanjuán Nájera
 
  La felicidad, o lo que se entiende por felicidad, es algo tan sutil, tan efímero y tan “resbaladizo” que hasta da miedo hablar de ella; me recuerda al polvo de las alas de mariposa, tan delicado, que si lo tocas, dejas a esos insectos indefensos, sin poder volar. La felicidad es algo transitorio, caprichoso, es un espejismo que nos embauca con promesas y luego nos abandona de la forma más cruel. ¿Quién es capaz de poseerla y conservarla mucho tiempo? De todas formas, hay personas con más capacidad que otras para ser felices, seguramente por su carácter alegre, optimista y animoso, la felicidad se encuentra a gusto dentro de ellas y las acompaña para concederles su magia.

   Si preguntáramos a mucha gente cuántos momentos de felicidad plena han disfrutado en su vida, las respuestas serían muy variadas: unos dirían que ninguno; otros que han sido felices a rachas; pocos, que han experimentado esa felicidad con cierta frecuencia y los más, que muy fugazmente.

   La verdad es que es difícil conseguir una felicidad duradera; raramente se alcanza ese estado que nos transporta a mundos de ensoñación; eso sólo sucede en momentos de enajenación como los que se consiguen en el enamoramiento, con todo lo que eso conlleva de fantasía e irrealidad; el corazón se agita, el pulso se acelera, los sentidos se agudizan y la mente se desborda; dos personas se enamoran, y todo se transforma; la verruguita de la mejilla es ahora un lunar de encanto irresistible; el perfume denso y vulgar, un aroma embriagador;  la charla cansina, música celestial, y la comidita repetida y monótona, un manjar exquisito. Esta situación no suele durar mucho tiempo; una vez que la enajenación o enamoramiento sublime ha ido “disipándose” (hay casos extrañísimos en los que puede durar la vida entera) todo vuelve a tener las dimensiones reales; en ese momento, hay que procurar descubrir en el otro los valores que sin duda tiene y que pueden ser muchos; cualidades ocultas que no tienen por qué estar sobredimensionadas, pero que pueden ser más que suficientes para que la convivencia sea placentera, casi feliz.

   Si ponemos empeño, solos o en pareja podemos encontrar ese sucedáneo de la felicidad que nos permita vivir sin sobresaltos, con serenidad, buscando en lo que tenemos alrededor las mil cosas que merecen la pena.

   Acabo con una anécdota sobre Einstein. En una entrevista le preguntaron: “¿Es usted feliz?” A lo que él respondió: “No, ni falta que me hace”.

lunes, 30 de diciembre de 2013

Recuerdos

Autor: Antonio Pérez
Esa mañana plácida del domingo del 15 abril, José partió con su hija como hacía desde hace unos años a su caseta de campo cerca de la laguna de San Crispín. Todos los domingos se levantaban muy temprano, para pasar el día entero en aquel lugar, dónde aprovechaban para pasear en barca, o pescar, incluso en meses de calor darse un chapuzón en el lago azul cian.
Esta mañana partieron muy tarde, ya que José pareció no estar muy dispuesto a levantarse ese día, así que Gloria fue con bulla a despertarlo para que fueran lo antes posible y así poder aprovechar el día.
Con vacilación José se levantó, desayunaron y metiendo en la cesta de camping la comida salieron para la caseta.
Gloria le gustaba muchísimo ese lugar, jugaba sin descanso, y le encantaba el paisaje. Las pináceas tan altas y frondosas que dejaban entrar la luz tamizadas por el enramado arbóreo, como líneas afiladas de luz penetrando en sus pupilas, tenue como una gran catedral natural de altos ventanales con luz celestial. La caseta al borde del bosque y entre éste y el lago, era como una mancha en el portentoso jardín del paraíso. El lago a sus pies como una colcha de belleza estrellada, como un espejo, reflejo de ese paraíso terrenal tan fantástico.
Cuando llegaron era casi la hora de comer. A gloria le apetecía subirse en barca mientras pero su padre, no le apetecía, reacio se sentó a mirar el paisaje en el banco del merendero situado en frente de la casa, mirando al lago. A gloria que su padre no le dejaba montar en barca sola, se indignó muchísimo así que bajó hasta el muelle para sentarse en él, remojarse los pies y esperar hasta la hora de comer.
Gloria se preguntaba que es lo que le pasaría a su padre porque estaba muy raro esta semana, pero hoy ya es hasta preocupante. Se pasó la hora pensando que podría haberle pasado, hasta que una voz casi ronca y entrecortada la rescató del pensamiento para llamarla para ir  a comer.
Aprovechando la comida, Gloria que no había llegado a una conclusión le preguntó a su padre muy preocupada.
-       Papá, esta semana estás muy raro. De verdad hay algo que te pasa y no me quieres contar. Te veo muy apagado y eso me preocupa muchísimo.
-       Nada hija, no pasa nada, solo que estoy cansado. Esta semana ha sido dura en el trabajo, y tengo falta de sueño.
 
Con esta respuesta, no quiso seguir con la inquietud y seguir preguntando, pero algo le decía que había algo más que callaba. Se pasaron toda la tarde remando por el lago en silencio, él, ensimismado en sus pensamientos con la mirada sin norte, y ella con su mirada puesta en él y en su “recomen come”.
 
Al llegar a casa, se ducharon y cenaron. Gloria se quedó un rato viendo la tele con su padre y decidió irse a dormir pronto. Él se quedó allí un rato más.
 
Un rato después de acostarse se levantó a orinar gloria y vio que su padre se quedó dormido en el sofá, fue a apagarle la tele que estaba encendida y se dio cuenta que su padre tenía en la mano una foto de su madre, la cual había muerto hace un par de años, justo por el día de ayer. Con eso, se fue a dormir.
 
A la mañana desayunando, Gloria volvió a retomar la conversación mantenida con su padre en la caseta…
-       Papá, ayer me contaste que estabas cansado del trabajo. Pero creo que no fuiste sincero conmigo del todo. Ayer vi que tenías una foto de mamá en la mano. La echas de menos ¿verdad?
-       Pues sí hija, hace dos años que tu madre falleció, y la idea de ir a la caseta con tantos recuerdos que había de ella, no me apetecía realmente. Desde que ella murió, siento un vacío en el corazón que aunque con el tiempo, aprendes a dejarlo un poco de lado, en el día a día, pero que se es incapaz de olvidar.
-       Papá debes aceptarlo. Sé que es difícil pero mamá no querría vernos en desdicha, debemos seguir y ser felices, porque la felicidad no es más que la médula del alma, la que sostiene el día a día y hace que no renunciemos por lo que queremos. Yo quiero mucho a mamá pero también te quiero a ti por eso soy feliz, porque aunque pueda no tener muchas cosas, ahora mismo tengo lo suficiente para sonreír para luchar y seguir adelante, porque mamá no estará pero físicamente, en mi corazón siguen todos esos sueños, toda ese futuro que queríamos construir y por eso merecemos intentar ser felices. Papá la felicidad es el instante, es la imaginación, el pensamiento, motivación y sacrificio, todos esos momentos que nos alegran, la felicidad está en las pequeñas cosas del día a día, el poder tomarte un café, o ducharte cuando te apetece, el poder tener una televisión para entretenerte o un trozo de pan que alimentarte. La felicidad solo es parte de nuestra mente, y nosotros los que decidimos si la queremos o no.
 
El padre sorprendido con la respuesta de la niña y escapándose unas lágrimas en los ojos, la abrazó, le dio un beso en la frente y le dijo antes de levantarse para llevarla al colegio e irse a trabajar…
 
-       Gracias por enseñarme que el dolor es inevitable aunque el sufrimiento sea opcional. Gracias hacerme ver que la parte necesario para mi fracaso soy yo mismo, que mi peor enemigo está en mi piel. Gracias por esa sabiduría tan joven, que seguramente de tu madre la heredaste. Los recuerdos son solo matices dónde nosotros los pintamos con tinta buena o mala.

domingo, 29 de diciembre de 2013

En busca de la felicidad

Autora: María Gutiérrez

¡Qué cosa tan rara y extraña es la felicidad!. Nadie  conoce el camino verdadero que nos  lleve hacia ella. ¿Dónde está?, ¿cómo encontrarla?. Vivimos en un mundo de prisas y agobios, no disponemos de un rato para la tranquilidad y el sosiego que tanto necesitamos.
No es lo mismo “ser feliz que estar feliz” viviendo lo más contentos que podamos, sin olvidarnos que sólo se viven momentos felices, no nos llamemos a engaños y confundamos las cosas…
Después de un mal momento, cuando llega el bueno, este te sabe a gloria y comprendes que aunque brevemente, se puede estar feliz. El problema de no encontrarla puede ser el no estar satisfechos con lo que tenemos, pasándonos la vida buscando la felicidad sin darnos cuenta  que la tenemos escondida dentro de nosotros y llevamos incorporados casi  todos los ingredientes como son  la familia, los buenos amigos, algo de dinero y lo más importante que no falte, la salud.
Todo será mucho más fácil si nos paramos a observar  un poco todo lo que nos rodea. Podremos comprobar que en los pequeños detalles hay grandes dosis de felicidad. Hay que trabajarla día a día, buscando todo los que nos llena, aprovechando las oportunidades que se nos presentan para estar preguntándonos, ¿qué es lo que realmente importa en la vida?. ¿Qué cosas nos hacen más felices?.  Aunque sobre gustos no hay nada escrito y a lo largo del camino según van pasando los años, no dejamos de sorprendemos como dejan de parecernos tan importantes algunas cosas del pasado para ahora estar felices con otras nuevas.
No hay recetas que nos den la felicidad, quien la busca sólo en lo material la encuentra sólo de forma efímera. Hay que conseguir llenarnos de buenos momentos intentando estar contentos con la mayor frecuencia posible. En fin, saberse feliz, sin olvidarnos de que no se trata de serlo sino de estarlo.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

La luchadora incansable

 Autora: Carmen Sánchez
 

Pese a mi nombre, Felicidad González, fui una mujer desdichada. Si bien mi nacimiento fue celebrado por todos, quiso el devenir de los acontecimientos trastocar estos buenos augurios.  

Nací, hija de un jornalero y de una abnegada muchacha de pueblo, a  la que se le pasó la juventud antes de tiempo. Siendo, aún, una niña, alegre y despierta, descubrí que mi vida estaba marcada por las circunstancias de cada momento y la pesadumbre que ellas imprimían en el ánimo de mi madre. Los sucesivos nacimientos que siguieron al mío, hicieron necesaria mi presencia en el hogar, por lo que sin considerar mi interés por aprender, no dudaron en apartarme de la escuela, para que ayudara en casa. Este hecho, marcó profundamente mi infancia y en mi memoria todavía permanece la envidia que me producía ver a las otras niñas jugando en la plaza, mientras yo cuidaba de mis hermanos.

Recuerdo que, a pesar del empeño que ponía en hacer las tareas que me encomendaban, alguna vez se me quemó la comida y en otra ocasión se me cayó el cántaro lleno de agua, que traía de la fuente y mi madre se disgustó tanto, que pensé que  había ocasionado una desgracia. Era frecuente que me dijera frases como “Es que no tienes cuidado”, o “Es que no haces caso”, y que sin darme cuenta, hacían que me sintiera cada vez más insignificante.

Al mismo tiempo, su carácter taciturno, le impedía disfrutar de los buenos momentos y siempre temía por todo lo que sucedía o lo que estaba por suceder. Así, si mi padre llegaba a casa contento porque traía un buen jornal, ella recelaba pensando que al día siguiente no tendría la misma suerte. Si llovía, se lamentaba de que él, no podría ir a trabajar al campo, pero en cambio, si el buen tiempo duraba algún día de más, sufría porque la tierra necesitaba agua y la sequía traía malos presagios.

Ahora, desde la distancia que aporta el tiempo, entiendo que mis padres, por aquel tiempo, rozaban la escasez como algo cotidiano, moldeando la desesperanza como parte de nuestras vidas.

Fue por aquella época, cuando yo estaba dejando atrás la niñez y me había convertido en una muchacha espigada y tímida, que entré a servir en la Casa Grande, para la familia rica del pueblo. Hasta entonces la miseria, era algo normal en nuestra vida, pero no sufría por ello, porque no conocía otra cosa. Sin embargo, en la Casa Grande, conocí la mezquindad. En invierno, la mansión estaba caldeada y había comida en abundancia, pero por la noche en mi cuarto, yo estaba aterida y mi plato siempre era escaso. Mis manos todavía tiernas, preparaban los baños de agua caliente y perfumada para la señora, pero se llenaban dolorosamente de callos y sabañones mientras lavaba la ropa o fregaba el suelo con el agua helada. Pese a todo no me quejaba, hasta que cierto día sufrí tal humillación que, como gota que colma el vaso, desbordó mi alma, rebelándome contra el destino que me esperaba. Ese día decidí que iba a ser feliz. Abandoné la seguridad incierta de cuanto me rodeaba y me marché en busca de lo desconocido, a la ciudad.

Y, por fin, entendí el significado de mi nombre, y dejé de ser “Feli”, para convertirme en “Felicidad González”. Desde entonces, ha pasado mucho tiempo y no sin esfuerzo y superando mil dificultades, he logrado un trabajo que me satisface, los estudios que me propuse, y una familia maravillosa, que sigue creciendo. Durante estos años,  he aprendido a valorar a las personas que me rodean, a disfrutar con las cosas sencillas del día a día y quizás lo más importante, a transmitir mis emociones y vivencias.

Más,  cuando la felicidad anida en nuestras vidas y se confunde con la rutina, nos da una sorpresa, para que no dejemos de apreciarla. Así, tras una revisión, me han diagnosticado un cáncer. Sin embargo, la enfermedad lo tiene muy difícil conmigo, porque cuento con una familia estupenda, un equipo médico magnífico, y sobre todo,  porque soy una luchadora incansable que persigue la Felicidad. Firmado: Felicidad González.

Aurora cerró un momento la revista. El testimonio que acababa de leer, la había conmovido. Esa era la actitud- pensó- que necesitaba para afrontar la enfermedad.

Minutos después, la enfermera la llamó y pasó a la consulta del oncólogo.

Puntos de vista

Autora: Elena Casanova

Antes de irse a la cama, Javier repasó una vez más todo lo necesario para el día siguiente  porque  odiaba las sorpresas de  última hora y la impuntualidad era algo que no formaba parte de su rutina. Bien – pensó- las botas, los calcetines, pantalones, camisetas, chaquetón, gorro, bufanda, guantes, mochila… Y así fue revisando todo lo necesario para la subida a la sierra con Daniel. Se fue temprano a la cama porque a las seis y media  vendría su amigo a recogerlo con el coche.
A las seis se sobresaltó con el pitido del teléfono.
-          ¿Quién puñetas  es a estas horas? - resopló entre sueños.
-          Perdona Javier, perdona... soy Daniel y pensé que ya estarías de pie
-          ¡Joder Dani! ¿Me he dormido?-  gritó a la vez que saltaba de la cama.
-          No, no tranquilo. Es para decirte que no puedo ir a la sierra. La madre de Sonia ha pasado toda la noche con vómitos y la han dejado ingresada en el hospital para hacerle algunas pruebas. Sonia está con ella, y ya sabes… los niños…. Tengo que quedarme con ellos.
-          ¡Vaya hombre, qué fastidio!  Supongo qué no tendrás con quién dejarlos - le dijo con algo de socarronería.
-          Pues no Javier, además a es un poco temprano para molestar a nadie. Quedamos para otro día y lo siento.
-          Sí claro, otro día- contestó Javier tirando  el teléfono a la otra punta de la cama.
Maldita sea- pensó- la suegra ¡qué oportuna! no tendría la buena mujer otro momento para indigestarse.  ¿Y ahora qué hago yo  un domingo metido en casa con todos los amigos fuera? ¡Menudo rollo!
Se escondió nuevamente entre las sábanas sin pegar ojo hasta que, después de una interminable retahíla de vueltas y con la cama totalmente deshecha, decidió levantarse a las nueve de la mañana. Javier se vistió de mala gana y bajó a tomar un café. Jesús, el camarero, aprovechando que no había demasiados clientes, se desahogó con él contándole su último fracaso amoroso. El hombre, que no paraba de suspirar, concluyó su natural incompatibilidad con las mujeres viéndose en el futuro como un atormentado soltero. No comprendía la naturaleza femenina y siempre que intentaba mantener una sólida relación, al poco tiempo se frustraba. Javier, que le importaba un carajo los amores y desamores  de cualquier mortal, se libró de su interlocutor en cuanto pudo y volvió a su casa con el carácter más retorcido que con el que había salido esa mañana. Compró el periódico y decidió brindarse el resto del día.
 Ocupó toda la mañana en la lectura del diario y cuando su estómago dio señales de una incipiente hambruna  disfrutaba de un tremendo dolor de cabeza. Se tomó un par de calmantes, algunos restos de la cena y unas cuantas cervezas. El alcohol le produjo un ligero sopor que, después de unos  minutos, se tradujo en una larga siesta de la que despertó con un malestar aún más intenso. Otros dos calmantes lograron mitigarle, en parte, la presión que sentía en las sienes.
Recorrió su pequeño apartamento dispuesto a poner un poco de orden pero desistió rápidamente y, cogiendo el mando de la tele, volvió a tirarse en el sofá dispuesto a digerir lo primero que apareciera en la pantalla. De esta manera pasó el resto del día viendo  películas de serie b  salpicadas de lociones milagrosas, colonias seudoeróticas, bombones de diseño… todo ello revestido de una empalagosa felicidad.
Javier volvió a la cama casi en estado hipnótico, programó el despertador, apagó la luz y barruntó una vez más su mala suerte.
A las seis lo sobresaltó el pitido del teléfono.
-          ¿Quién es a estas horas? – dijo aún  entre sueños.
-          Perdona Javier, perdona... soy Daniel, y pensé que ya estarías de pie
-          ¡Joder Dani! ¿Me he dormido?-  gritó a la vez que saltaba de la cama.
-          No, no tranquilo. Es para decirte que no puedo ir a la sierra. La madre de Sonia ha pasado toda la noche con vómitos y la han dejado ingresada en el hospital para hacerle algunas pruebas. Sonia está con ella, y ya sabes… los niños…. Tengo que quedarme con ellos.
-          ¡Vaya hombre, lo siento mucho!  Si necesitas algo no dudes en llamarme  ¿Vale?
-          Gracias Javier, pero creo que no es nada serio, pensamos que hoy mismo le darán el alta. Quedamos para otro día.
-          Por supuesto, cuenta conmigo- soltando el teléfono en la mesita.
Vaya,   ¡qué contratiempo!- pensó- ¡Pobre mujer, con tantos achaques y ahora esto!
Se escondió nuevamente entre las sábanas  y durmió hasta las nueve de la mañana. Decidió darse una ducha e ir a tomar un café en la cafetería de Jesús y de paso charlar un rato con él.  Aprovechando que no había demasiados clientes, Jesús se desahogó con Javier contándole su último fracaso amoroso. El hombre, que no paraba de suspirar, concluyó su natural incompatibilidad con las mujeres viéndose en el futuro como un atormentado soltero. No comprendía la naturaleza femenina y siempre que intentaba mantener una sólida relación, al poco tiempo se frustraba. Javier, entre divertido y sorprendido por el exagerado victimismo de su amigo, intentó animarlo, diciéndole que aún era muy joven y que las mujeres tendían a la huida por su obsesión con el compromiso. Le recomendó tomarse con más calma sus relaciones y dejar que el tiempo actuara de forma natural, recordándole que él mismo vivía solo con casi cuarenta años y su vida no era tan dramática.
Al salir de la cafetería compró el periódico y decidió quedarse en casa el resto del día. Ocupó  la mañana en la lectura del diario y ordenando un poco su caótico apartamento que pedía a gritos algo de limpieza. Cuando su estómago dio señales de una incipiente hambruna, preparó una exquisita receta que había leído en algún sitio y, como casi nunca disponía de tiempo, pensó que era el día indicado para hacerlo. Se abrió una de las botellas de vino que tenía reservadas para las visitas y tomó un par de copas. El alcohol le produjo un ligero sopor que, después de unos  minutos, se tradujo en una larga siesta de la que despertó con una sensación de agradable descanso.
Encendió la televisión y comprobó rápidamente que no había ningún programa que mereciera la pena.  Cogió una novela que tenía apartada y pasó el resto de la tarde enfrascado en su lectura. Después de cenar, recogió la cocina, preparó su ropa y llamó a Daniel para preguntarle por el estado de su suegra y no tardó en irse a la cama. Programó el despertador, apagó la luz y fue sumiéndose en el sueño  mientras pensaba cuánto tiempo hacía que no había disfrutado de un apacible día en solitario.

Felicidad

Autora: Amalia Conde
 
 
¡Qué gran palabra es Felicidad!

La palabra felicidad es una señal de que hay amor, compañerismo y comprensión; de que estás conforme con ser como eres, de que estás dispuesta a hacer feliz a la persona que tienes como compañero.

La palabra felicidad abarca tantas cosas agradables, como cuando nace un hijo, o si te vas a casar o es tu cumpleaños. Para infinidad de cosas gratas tenemos la palabra felicidad en la memoria. Es una pena que tantas personas la hayan cambiado por odio o interés.

Si después de estar mucho tiempo casada notas que la felicidad está en decadencia, busca dentro de ti algo agradable como son los recuerdos de vuestra juventud, algo que se parezca a que todavía estáis dispuestos a ayudaros, como hacer un viaje o una celebración de aniversario.

Aunque vivimos una época mala para hablar de felicidad yo me atrevo a desafiar los malos tiempos que corren enfrentándome a esas personas que lo ven todo negro. Yo he sido siempre muy optimista y he tratado de darles ánimos a las personas, sean de la familia o no. Unas veces me han comprendido y otras me han tomado por loca, pero al menos se han reído. Sea como sea hay que procurar ser felices y recordar que siempre se ha dicho que el dinero no da la felicidad, solamente te saca de apuros. Según mi parecer, es mucho mejor tener buena salud, y si puede ser un buen compañero con buen carácter y ganas de vivir. Y sobre todo hacer un esfuerzo para olvidar lo que sea desagradable.

Hay tantas cosas bonitas que tendríamos que aprender de los que llamamos “viejecillos”, que nos darían una idea de lo poco que saben los “jovencillos”. Saben sufrir en silencio sus males y procuran no amargarle la vida a nadie, para ellos todo está lleno de felicidad.

En muchas ocasiones hemos estado en una boda o primera comunión donde han estado los abuelos de los novios o de los niños de comunión, y es maravilloso ver las caras de felicidad que tienen los abuelos cogidos de la mano, y ya a la hora del convite, el abuelo se toma una copilla y se pone muy cariñoso con la abuela y le dice al oído  ¡esta noche te voy a hacer un chiquillo!, y la abuela, fingiendo mucho rubor le dice:  ¡No te puedo dejar ni un segundo solo, ya estás borracho cariño!


viernes, 20 de diciembre de 2013

Dos realidades distantes y distintas

Autor: Antonio Cobos


Nueva York, EEUU, un sábado cualquiera de un mes de junio, 8:30 de la mañana.

Linda Morrison de seis años de edad, recibe el canto de cumpleaños de sus padres con un paquete de grandes dimensiones, que contiene una muñeca gigante. La niña rompe el papel brillante de cualquier modo y abre la caja de diseño con expectación. Es una muñeca enorme, articulada, que habla y anda sola. Decepción: no es el modelo deseado.
 
La madre culpa al padre de haber escogido una muñeca equivocada. El padre se excusa en que ella no le dio bien los datos del modelo. La niña llora, los padres discuten.
 
Aleppo, Siria, un sábado cualquiera de un mes de junio, 2:30 de la tarde.
Amira Kawar de seis años de edad recién cumplidos, rebusca con su madre y sus hermanas entre las ruinas de su casa, destrozada la pasada madrugada por un bombardeo fratricida.
 
La niña descubre, bajo una capa de polvo blanquecino, entre los cascotes y rotos bloques de cemento, el vestido rojo intenso de su muñeca preferida: la muñeca de trapo que le confeccionó su madre para su cumpleaños. La niña se ríe y da saltos de alegría sobre la ruinas de su casa. Todos se alegran.
 
(La felicidad es subjetiva, efímera, está sometida a todo un cúmulo de circunstancias determinadas, es una emoción, una sensación o un sentimiento individual que puede variar de una persona a otra, pero al mismo tiempo hay realidades objetivas que facilitan, dificultan o impiden tener ese momento concreto de felicidad. En el texto quiero expresar lo relativo de la felicidad, como depende de las expectativas cumplidas o de las no alcanzadas, y que aunque las emociones son subjetivas y distintas, hay algunas condiciones objetivas que condicionan brutalmente la sensación de felicidad. Hay que dar importancia a las pequeñas cosas)