Se siente desorientado a causa de
la venda que le tapa los ojos mientras una mano sobre el brazo lo dirige por lo que
parecen ser largos pasillos. Cada
músculo de su cuerpo se agita de forma involuntaria, no por el frío sino por el miedo a la indefensión y la
incertidumbre. No sabe cómo ha llegado hasta aquí,
solo consigue recordar vagamente un tejido presionándole la nariz y un olor
penetrante entre dulzor y cítrico. Lo empujan levemente hacia la derecha y toca
con la punta de su zapato el peldaño de una escalera, al final de la cual se oyen murmullos de voces femeninas. Cruza
una puerta y mientras le ordenan sentarse, lo liberan por fin de su ceguera.
No sale de su asombro al
comprobar que está situado en el centro de una enorme habitación, rodeado de un
numeroso grupo de mujeres que parecen no mirarlo con muy buenos ojos. Frente a
él se encuentra una persona que ronda la
cuarentena y le pregunta mirándole
directamente a la cara.
-
¿Cómo se encuentra?
-
¿Dónde estoy?
-
Rodeado de mujeres, ¿no lo ve?
-
Sí, claro que me he dado cuenta, pero ¿Me puede
explicar cómo y por qué me han traído aquí?
- Tranquilo, la mejor manera de que usted acudiera a nuestra cita ha sido invitándole, digamos... ¿por las buenas?, solo que nos hemos ayudado de un poco de cloroformo,
no podíamos exponernos a una negativa.
-
No entiendo nada, quiero una
explicación, esto no es tolerable. Señora, no le voy a permitir ninguna
tontería. Exijo que me liberen ahora mismo.
-
No tan deprisa. Primero vamos a tratar algunos
asuntos.
- ¿No estaré secuestrado?
- Relájese ¿vale?, no somos personas que queramos privarle
de su libertad, aunque tengo la impresión que usted no entiende demasiado de este asunto.
-
¿De qué va todo esto?
- A su debido tiempo.
- A su debido tiempo.
En ese momento se despliega una
pantalla enorme en la que aparecen algunas escenas sobre el maltrato
femenino por parte de su pareja. A todas las mujeres de la sala, sin excepción,
les duele mirar esas imágenes y, cabizbajas, escuchan horrorizadas los
exabruptos e insultos proferidos por el hombre. Sus cuerpos se encogen cuando de
los improperios se pasa a la violencia
física y las bofetadas ocupan un primer plano. Después el silencio; un cuerpo
dolorido, tirado de cualquier manera en el suelo, no solo roto por el daño
físico, sino también por la ansiedad, el insomnio, la baja autoestima, la
depresión e incluso, lo más insólito, la culpa.
-
Señora, ¿Me puede explicar qué tengo que ver yo con todo esto?
-
¿Se atreve a preguntar? ¿Qué clase de persona se
desvincula de estas imágenes cuando ha incitado a la violencia hacia la mujer
desde un altar?
-
¿Cómo? ¿Cómo se atreve? Yo solo predico desde el
amor.
- Claro que sí, como dicen otros muchos que
pertenecen a su misma calaña. Además ya defendió el abuso del cuerpo de la
mujer por parte del hombre, y ahora apoya y difunde la sumisión, la obediencia
absoluta para que permanezca
en un segundo plano, como ya sucedía no hace tantos años.
-
No le voy a tolerar que siga insultándome de esa
manera…
-
No creo que usted esté en condiciones de exigir
nada. Se encuentra entre una treintena de mujeres que hemos sido maltratadas
por nuestras parejas y usted nos va a pedir perdón ahora y también va a notar parte de la humillación que se siente cuando tu autoestima es pisoteada, y no
solo por la mano que te golpea sino también por las voces que públicamente
alientan a tanta barbarie. Y qué mejor penitencia para redimir sus pecados que
hacerlo entre una pequeña parte de las víctimas.
-
¡Están locas, están ustedes locas, no se les
ocurra tocarme!
- No pensamos rozarle ni un solo
milímetro, no es digno de que ninguna de nosotras se acerque a un personaje
como usted. Lo único que queremos es verle vomitar toda esa obscena ideología de la que se alimenta día a día.
En unos segundos se
apagaron todas las luces y un intenso e intermitente pitido sonaba desde algún rincón.
Javier se estremeció y notó cómo el sudor empapaba su camisa. Se levantó
tambaleándose del sillón para coger el teléfono que no paraba de zumbar.
-
¿Quién es?
- Llamo de la editorial. Comunicarte que toda la
polémica suscitada por el libro Cásate y
sé sumisa ha sido un éxito. Las ventas se han multiplicado y creemos que
pronto va a hacer falta una segunda edición.
-
Gracias, acabas de salvarme del infierno.
-
¿Cómo dices?
- No, nada… cosas mías. Sigue informándome y si
hace falta una nueva rueda de prensa se hace, ya sabes, no hay que dejar que
este asunto se olvide demasiado pronto para que las ventas sigan a buen ritmo.
-
Claro, hay que aprovechar la buena racha
-
Por supuesto y recuerda, Dios está de nuestra
parte.
Así es, no solo maltrata el que levanta la mano, o empuña el arma, es cómplice aquel que con la palabra puede herir tanto como el que ejecuta la acción, pues está "alimentando" con la voz a esas alimañas.
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