jueves, 21 de noviembre de 2013

Dios está de nuestra parte

Autora: Elena Casanova


Se siente desorientado a causa de la venda que le tapa los ojos mientras una  mano sobre el brazo lo dirige por lo que parecen  ser largos pasillos. Cada músculo de su cuerpo se agita de forma involuntaria, no por el frío  sino por el miedo a la indefensión y la incertidumbre. No sabe cómo ha llegado hasta aquí, solo consigue recordar vagamente un tejido presionándole la nariz y un olor penetrante entre dulzor y cítrico. Lo empujan levemente hacia la derecha y toca con la punta de su zapato el peldaño de una escalera, al final de la cual  se oyen murmullos de voces femeninas. Cruza una puerta y mientras le ordenan  sentarse, lo liberan por fin de su ceguera.

No sale de su asombro al comprobar que está situado en el centro de una enorme habitación, rodeado de un numeroso grupo de mujeres que parecen no mirarlo con muy buenos ojos. Frente a él se encuentra una  persona que ronda la cuarentena  y le pregunta mirándole directamente a la cara.

-          ¿Cómo se encuentra?

-          ¿Dónde estoy?

-          Rodeado de mujeres, ¿no lo ve?

-          Sí, claro que me he dado cuenta, pero ¿Me puede explicar cómo y  por qué me han traído aquí?

-         Tranquilo,  la mejor manera de que usted acudiera a nuestra cita ha sido invitándole, digamos... ¿por las buenas?, solo que nos hemos ayudado de un poco de cloroformo, no podíamos exponernos a una negativa.

-          No entiendo nada, quiero una explicación, esto no es tolerable. Señora, no le voy a permitir ninguna tontería. Exijo que me liberen ahora mismo.

-          No tan deprisa. Primero vamos a tratar algunos asuntos.

-         ¿No estaré secuestrado?

-        Relájese ¿vale?, no somos personas que queramos privarle de su libertad, aunque tengo la impresión que usted no entiende demasiado de este asunto.

-          ¿De qué va todo esto?

-       A su debido tiempo.

En ese momento se despliega una pantalla enorme en la que aparecen algunas escenas sobre el maltrato femenino por parte de su pareja. A todas las mujeres de la sala, sin excepción, les duele mirar esas imágenes y, cabizbajas, escuchan horrorizadas los exabruptos e insultos proferidos por el hombre. Sus cuerpos se encogen cuando de los improperios se pasa a la  violencia física y las bofetadas ocupan un primer plano. Después el silencio; un cuerpo dolorido, tirado de cualquier manera en el suelo, no solo roto por el daño físico, sino también por la ansiedad, el insomnio, la baja autoestima, la depresión e incluso, lo más insólito, la culpa.

-          Señora, ¿Me puede explicar  qué tengo que ver yo con todo esto?

-          ¿Se atreve a preguntar? ¿Qué clase de persona se desvincula de estas imágenes cuando ha incitado a la violencia hacia la mujer desde un altar?

-          ¿Cómo? ¿Cómo se atreve? Yo solo predico desde el amor.

-        Claro que sí, como dicen otros muchos que pertenecen a su misma calaña. Además ya defendió el abuso del cuerpo de la mujer por parte del hombre, y ahora apoya y difunde la sumisión, la obediencia absoluta para que permanezca  en un segundo  plano, como ya  sucedía no hace tantos años.

-          No le voy a tolerar que siga insultándome de esa manera…

-          No creo que usted esté en condiciones de exigir nada. Se encuentra entre una treintena de mujeres que hemos sido maltratadas por nuestras parejas y usted nos va a pedir perdón ahora y también va a notar parte de la humillación que se siente cuando tu autoestima es pisoteada, y no solo por la mano que te golpea sino también por las voces que públicamente alientan a tanta barbarie. Y qué mejor penitencia para redimir sus pecados que hacerlo entre una pequeña parte de las víctimas.

-          ¡Están locas, están ustedes locas, no se les ocurra tocarme!

-        No pensamos rozarle ni un solo milímetro, no es digno de que ninguna de nosotras se acerque a un personaje como usted.  Lo único que queremos es verle vomitar toda esa obscena ideología de la que se alimenta día a día.

En unos segundos se apagaron todas las luces y un intenso e intermitente pitido sonaba desde algún rincón. Javier se estremeció y notó cómo el sudor empapaba su camisa. Se levantó tambaleándose del sillón para coger el teléfono que no paraba de zumbar.

-          ¿Quién es?

-        Llamo de la editorial. Comunicarte que toda la polémica suscitada por el libro Cásate y sé sumisa ha sido un éxito. Las ventas se han multiplicado y creemos  que pronto va a hacer falta una segunda edición.

-          Gracias, acabas de salvarme del infierno.

-          ¿Cómo dices?

-         No, nada… cosas mías. Sigue informándome y si hace falta una nueva rueda de prensa se hace, ya sabes, no hay que dejar que este asunto se olvide demasiado pronto para que las ventas sigan a buen ritmo.

-          Claro, hay que aprovechar la buena racha

-          Por supuesto y recuerda, Dios está de nuestra parte.

1 comentario:

  1. Así es, no solo maltrata el que levanta la mano, o empuña el arma, es cómplice aquel que con la palabra puede herir tanto como el que ejecuta la acción, pues está "alimentando" con la voz a esas alimañas.

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