Autora: Amalia Conde
Este verano
me han visitado dos primas que viven en Sevilla y han estado una semana en la
casa, cuando se dispusieron a irse me fui con ellas.
Desde que
llegamos empezaron a decir que tenía que adelgazar, que me sobraban diez o doce
kilos y que ellas conocían la forma de perder esos kilos sin dejar de comer lo
que tuviera por costumbre. Me pareció que me estaban tomando el pelo y les pedí
que me explicaran quién era ese fenómeno, que tendría que enterarme de cuánto me
costaría y el tiempo que tardaría en conseguirlo. Les ponía muchos
inconvenientes porque no me creía que fuera tan fácil como ellas lo veían.
Cuando les
escuché decir los nombres Victorio y Lucchino me dio la risa porque creía que estaban
guaseándose de mí, pero ellas muy en serio me explicaron que con la crisis, el
diseño y la costura estaba muy escasa y habían tenido que aprender otro oficio,
el de masajistas, y que todas las personas que habían ido estaban muy contentas
con los resultados. Al día siguiente
fuimos para hablar con los masajistas sobre precios, días y horas, y cuando
todo quedó claro pregunté si tendría que ponerme demasiado ligera de ropa para
los masajes porque era muy nerviosa y no estaba acostumbrada a empelotarme.
Todos se
rieron, pero Victorio y también Lucchino me pidieron que los escuchara, y me
dieron una explicación bastante clara: Lo primero, que me hiciera cuenta de que
estaba delante de dos amigas, eso por una parte, y por otra, que ellos estaban
acostumbrados a trabajar para las mujeres y lo único que les interesaba es que
el trabajo saliera bien. La respuesta
fue tranquilizadora así que quedamos en que el lunes a las diez estaría allí.
Cuando
llegué me ayudaron a desnudarme, pero con tanta prisa que cuando me quise dar cuenta
lo único que no me habían quitado fueron las pinzas del pelo. Empezaron a
darme masajes, pero muy distintos a lo que yo conocía por masajes; igual me
daban pellizcos que guantazos por todo el cuerpo. Empecé a sudar, ¡o llorar!,
porque estaba hecha un lío.
Esa noche no
pude dormir y por la mañana cuando fui a ducharme me di cuenta que tenía el
cuerpo como la Lirio. Me vestí y arreglé la maleta, di las gracias a mis primas
“a mi manera”, y me vine a Granada.
Al día
siguiente por la mañana llamé por teléfono a Victorio y Lucchino para decirles
que no me esperaran, que los estaba llamando desde un convento de clausura
porque me había metido a monja, ¡que ya rezaría por ellos¡
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