domingo, 27 de octubre de 2013

Juan Ramón Jiménez y yo

Autora: Carmen Sánchez


“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro…” 

- Juan Ramón es alto, menudo y delgado. No puedo creerlo, cuantas tonterías se me ocurren, esto no es normal– piensa el asno.

- Claro –continúa: - Todo el día oyendo que si soy suave, que si parezco de algodón, que si no sé qué de ojos de azabache, que al final digo las mismas estupideces que él.  Yo soy un burro normal y corriente, de color gris, nada de “plata”. Mi padre era negro zaíno y mi madre casi blanca. Del primero heredé la fuerza, de ella la nobleza, porque nunca he lastimado, ni tirado de mi grupa a nadie. Los amos me aprecian, por todo esto y porque soy duro para el trabajo.

-Yo vivía tranquilo en el establo – continúa.- Era respetado por los cerdos y las gallinas, incluso la Rubia, mi compañera, dejaba que me acercara a ella de vez en cuando. Mi vida transcurría apaciblemente. Por las mañanas, el amo me llevaba al huerto, cargaba los serones sobre mi lomo y luego íbamos al mercado. Es cierto que algunos días me cargaba más de la cuenta, pero soy fuerte y no me quejo. Por las tardes, me dejaba suelto en el prado y entonces aprovechaba para comer las hierbas más tiernas. Mi mayor preocupación era buscar una sombra fresca donde pasar las horas dominando.

-Hasta que llegó Juan Ramón y se encaprichó de mí- y añade: - Dicen que aquejado de mal de amores. La verdad, es que me mimaba demasiado. Me daba de comer mandarinas, uvas e higos, para mi desdicha – se queja: - porque ahora me gusta el dulce  y el amo sólo me da forraje. También cepillaba continuamente mi pelo recio y me ponía algún sombrero, por lo que era el hazmerreír cuando volvía a la cuadra. Algunos días me sacaba de paseo y los niños me acariciaban y me decían lindezas, pero al día siguiente lo más tierno que me decía el amo era: ¡Arre… burro! Mi reputación  estaba peligrando – se queja – además tantos arrumacos empezaban a gustarme y eso era peligroso para mi condición de animal de carga. Afortunadamente, – añade: - en una de esas salidas, una buena moza se interesó por mí, momento que él aprovechó para embelesarla, mostrándole una mariposa que jugueteaba con mis orejas. Desde aquella tarde, dejó de prestarme atención. 

Y aquí me encuentro. – Se lamenta: - Recordándolo con estas cursilerías.   Me enteré – prosigue: -  que el poeta se casó y se fue a Nueva York, me imagino que será un pueblo cercano. Ahora, cuando voy con el amo por la calle, los chiquillos corren tras de mí y gritan: “Platero, Platero…”, aunque no sé muy bien por qué me llaman así. Sin embargo, el amo últimamente me trata con más cariño y ya no me dice: “¡Arre… burro!,  sino “¡Vamos… Platero!” Además, oí hablar al ama algo sobre un libro, que no entendí.

Fdo.: Un burro gris

            Alias “Platero”

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