domingo, 27 de octubre de 2013

Juan e Inés

Autora: Elena Casanova


Desde primera hora de la mañana no  había dejado de sonar el pitido de los mensajes del watsapp que   enviaban sus amigas. Inés sonreía con cada intermitencia, imaginando las caras de sorpresa con la historia que les iba a relatar esa misma mañana en el instituto. –Seguid, seguid preguntando- pensaba mientras alisaba de forma pausada cada porción de su melena. La tarde anterior, Inés creía haber estado soberbia consumando por fin su objetivo, orquestado y planeado durante meses. No había sido sencillo pero,  finalmente, lo había conquistado. Ningún chico se le había resistido más allá de unas cuantas semanas, pero la indiferencia de Juan  hacia  cualquier relación afectiva parecía significativa, aunque ella nunca desistía  y menos aún, después de haberse ganado cierto prestigio con sus dotes embaucadoras y no estaba dispuesta a rendirse.  

Hacía varios meses que había hecho una apuesta con sus amigas para comprobar hasta donde era capaz de llegar su capacidad de seducción. Debía conquistar a un compañero de instituto con fama de introvertido, taciturno y poco dado a romances. Aunque llevaban cuatro años estudiando en el mismo centro, se cruzaba con él muy de vez en cuando y jamás había intercambiado palabra alguna.

Inés tuvo serias dificultades para acercarse a aquel muchacho al que solo parecía interesarle sus estudios pero través de un amigo común,  indagó en su forma de vida y en sus gustos. Así se enteró que entre sus aficiones se encontraban el cine, la literatura y los deportes, sobre todo le apasionaba el baloncesto. Le gustaba correr y casi todos  los fines de semana solía hacerlo en el parque. Inés que únicamente había practicado algún deporte en el instituto, a partir de entonces el chándal pasó a formar parte de su rutina y, haciéndose  la encontradiza, terminó siendo compañera de carreras. Y así, poco a poco, semana tras semana, se veían más a menudo, no solo compartiendo sudorosos recorridos kilométricos, sino también apacibles paseos  a la salida del instituto charlando de los últimos estrenos cinematográficos, de las novedades narrativas y poéticas, pero sobre todo, de las ligas y copas de baloncesto. Casi siempre, Inés hacía un gran esfuerzo para seguir sus conversaciones, pero era lista y tardaba poco tiempo en ponerse al día en temas que jamás habían tenido interés alguno para ella. A través del teléfono y del correo le mandaba el título de algún libro, la entrevista de su jugador preferido e incluso, de forma esporádica, le gustaba escribirle algún que otro poema y, aunque no eran de su autoría, insistía  que le diera algún consejo para mejorarlo. Cualquier sugerencia era agradecida de forma superlativa con un toque de afecto, ternura y cierta coquetería.

La confianza entre ambos maduraba de forma exponencial e Inés creyó que ya era el momento de un acercamiento más íntimo y  comprobar si todo su esfuerzo había merecido la pena. Lo haría  ese mismo fin de semana en su casa, el domingo, día que sus padres tenían previsto un viaje y volverían tarde. Inés le pidió a Juan ayuda para  preparar un examen que se le había atragantado.

El domingo,  a las cinco en punto, Juan llegó cargado de libros y apuntes, pensando en una tediosa tarde de estudio. Al tocar el timbre salió a recibirle una Inés impresionante. Se había colocado un vestido demasiado corto donde, tal vez, las redondeces de su cuerpo eran muy evidentes. Juan se quedó atónito, pero rápidamente pensó en otras cuestiones. Inés insistió en tomar un refresco antes de enfrentarse a ecuaciones, integrales y otras cuestiones numéricas. Se sentaron uno al lado del otro en el sofá del comedor,  tan cerca que Inés fue consciente de las señales inequívocas que manifestaban todas sus conquistas; con las pupilas dilatadas y un brillo inusual en los ojos, Juan era incapaz  de mantener fija su mirada con  la de ella por mucho tiempo; el rubor de sus mejillas se hacía más evidente cada segundo que pasaba. Lo tenía en el bote, de eso estaba segura, pero su juego aún no había terminado. Se acercó un poco más acariciándole las manos; Juan intentó articular algo pero sus palabras se expresaban con torpeza y no terminaban de coordinar ningún mensaje. –Lo tengo en el bote- esta idea revoloteaba en la cabeza de Inés una y otra vez, sintiéndose por momentos más satisfecha. Se acercó un poco más para susurrarle algo cariñoso al oído. Notó perfectamente cómo se aceleraba el corazón de su compañero al mismo tiempo que se ponía tenso. Finalmente lo besó en los labios. Él intentó dilatar ese beso, pero Inés se levantó inmediatamente instándole a ponerse con el examen. Juan se sintió desconcertado ante la brusquedad con la que Inés había cambiado de actitud. Estudiaron hasta las nueve de la noche y al despedirse de ella intentó besarla, pero lo único que recibió fue una negativa mordaz a la vez que una sonrisa sarcástica. Juan cogió los libros y se marchó entre confuso y decepcionado.

Al día siguiente, mientras Inés se regodeaba delante de sus amigas de haber conquistado al personaje más oscuro y difícil del instituto, vio pasar a Juan. Apenas cruzaron una mirada, suficiente para que Inés sintiera un leve rubor, punzadas en su estómago y el ritmo cardiaco acelerado de forma estrepitosa. –No puede ser, no puede ser, esto no me puede suceder a mí- pensaba y de un salto fue a encerrarse en el baño, donde, mientras que con agua intentaba refrescar su rostro, con una buena dosis de cordura se empeñaba en apaciguar su corazón.

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