Desde primera hora de la mañana no había dejado de sonar el pitido de los
mensajes del watsapp que enviaban sus amigas. Inés sonreía con cada
intermitencia, imaginando las caras de sorpresa con la historia que les iba a
relatar esa misma mañana en el instituto. –Seguid, seguid preguntando- pensaba
mientras alisaba de forma pausada cada porción de su melena. La tarde anterior,
Inés creía haber estado soberbia consumando por fin su objetivo, orquestado y
planeado durante meses. No había sido sencillo pero, finalmente, lo había conquistado. Ningún
chico se le había resistido más allá de unas cuantas semanas, pero la
indiferencia de Juan hacia cualquier relación afectiva parecía
significativa, aunque ella nunca desistía y menos aún, después de haberse ganado cierto
prestigio con sus dotes embaucadoras y no estaba dispuesta a
rendirse.
Hacía varios meses que había
hecho una apuesta con sus amigas para comprobar hasta donde era capaz de llegar
su capacidad de seducción. Debía conquistar a un compañero de instituto con
fama de introvertido, taciturno y poco dado a romances. Aunque llevaban cuatro
años estudiando en el mismo centro, se cruzaba con él muy de vez en cuando y
jamás había intercambiado palabra alguna.
Inés tuvo serias dificultades
para acercarse a aquel muchacho al que solo parecía interesarle sus estudios
pero través de un amigo común, indagó en
su forma de vida y en sus gustos. Así se enteró que entre sus aficiones se
encontraban el cine, la literatura y los deportes, sobre todo le apasionaba el
baloncesto. Le gustaba correr y casi todos los fines de semana solía hacerlo en el parque.
Inés que únicamente había practicado algún deporte en el instituto, a partir de
entonces el chándal pasó a formar parte de su rutina y, haciéndose la encontradiza, terminó siendo compañera de
carreras. Y así, poco a poco, semana tras semana, se veían más a menudo, no
solo compartiendo sudorosos recorridos kilométricos, sino también apacibles
paseos a la salida del instituto charlando
de los últimos estrenos cinematográficos, de las novedades narrativas y
poéticas, pero sobre todo, de las ligas y copas de baloncesto. Casi siempre,
Inés hacía un gran esfuerzo para seguir sus conversaciones, pero era lista y
tardaba poco tiempo en ponerse al día en temas que jamás habían tenido interés
alguno para ella. A través del teléfono y del correo le mandaba el título de
algún libro, la entrevista de su jugador preferido e incluso, de forma
esporádica, le gustaba escribirle algún que otro poema y, aunque no eran de su
autoría, insistía que le diera algún
consejo para mejorarlo. Cualquier sugerencia era agradecida de forma
superlativa con un toque de afecto, ternura y cierta coquetería.
La confianza entre ambos maduraba
de forma exponencial e Inés creyó que ya era el momento de un acercamiento más
íntimo y comprobar si todo su esfuerzo
había merecido la pena. Lo haría ese
mismo fin de semana en su casa, el domingo, día que sus padres tenían previsto
un viaje y volverían tarde. Inés le pidió a Juan ayuda para preparar un examen que se le había
atragantado.
El domingo, a las cinco en punto, Juan llegó cargado de
libros y apuntes, pensando en una tediosa tarde de estudio. Al tocar el timbre salió
a recibirle una Inés impresionante. Se había colocado un vestido demasiado
corto donde, tal vez, las redondeces de su cuerpo eran muy evidentes. Juan se
quedó atónito, pero rápidamente pensó en otras cuestiones. Inés insistió en
tomar un refresco antes de enfrentarse a ecuaciones, integrales y otras
cuestiones numéricas. Se sentaron uno al lado del otro en el sofá del comedor, tan
cerca que Inés fue consciente de las señales inequívocas que manifestaban todas
sus conquistas; con las pupilas dilatadas y un brillo inusual en los ojos, Juan
era incapaz de mantener fija su mirada
con la de ella por mucho tiempo; el
rubor de sus mejillas se hacía más evidente cada segundo que pasaba. Lo tenía
en el bote, de eso estaba segura, pero su juego aún no había terminado. Se
acercó un poco más acariciándole las manos; Juan intentó articular algo pero sus
palabras se expresaban con torpeza y no terminaban de coordinar ningún mensaje.
–Lo tengo en el bote- esta idea revoloteaba en la cabeza de Inés una y otra
vez, sintiéndose por momentos más satisfecha. Se acercó un poco más para
susurrarle algo cariñoso al oído. Notó perfectamente cómo se aceleraba el
corazón de su compañero al mismo tiempo que se ponía tenso. Finalmente lo besó
en los labios. Él intentó dilatar ese beso, pero Inés se levantó inmediatamente
instándole a ponerse con el examen. Juan se sintió desconcertado ante la
brusquedad con la que Inés había cambiado de actitud. Estudiaron hasta las
nueve de la noche y al despedirse de ella intentó besarla, pero lo único que
recibió fue una negativa mordaz a la vez que una sonrisa sarcástica. Juan cogió
los libros y se marchó entre confuso y decepcionado.
Al día siguiente, mientras Inés
se regodeaba delante de sus amigas de haber conquistado al personaje más oscuro
y difícil del instituto, vio pasar a Juan. Apenas cruzaron una mirada, suficiente
para que Inés sintiera un leve rubor, punzadas en su estómago y el ritmo cardiaco acelerado de forma estrepitosa. –No puede ser, no
puede ser, esto no me puede suceder a mí- pensaba y de un salto fue a encerrarse en el baño, donde, mientras que con agua intentaba refrescar
su rostro, con una buena dosis de cordura se empeñaba en apaciguar su corazón.
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