CUADRO I: Un salón de
grandes dimensiones; en él hay diversos personajes, sentados unos y tendidos
los otros en la moqueta. Todos tienen aire de cansados; al fondo se ve una
puerta abierta con varios escalones. Sentado en uno de ellos un hombre con
trajes oscuro descansa. Hay un gran silencio y un claroscuro acogedor. De
pronto, por la parte izquierda del salón aparece el pintor don Diego Velázquez
y de adelanta hasta el caballete que se entrevé en primer término. Mira
asombrado la escena y dice bastante enfadado.
Velázquez: ¿Pero qué es
esto? Os dejo solos unos minutos y me encuentro deshecha la composición del
cuadro. ¡Volved a ocupar vuestros puestos! Doña Margarita, colocaos en el
centro; las meninas, doña Isabel y doña María agustina, situaros a ambos lados
de la infanta; doña Marcela de Ulloa, poneos detrás junto al guardadamas y
seguid cotilleando sobre la Pantoja como hacíais cuando salí; Mari Bárbola, por
favor ¿no podéis dar a vuestro rostro una expresión más amable? Y tú,
Nicolasito, deja de molestar al perro, que lo vas a soliviantar y es el único
que se ha movido. Señor Nieto, póngase de pie sobre los escalones. ¡Por fin,
todo está en orden!
Margarita: Don Diego,
estamos ya bastante hartos de posar. Usted no tiene en cuenta que a mis cinco
años no aguanto tanta inmovilidad.
Velázquez: Doña
Margarita, si sus majestades me dejaran pintar libremente, sin ocuparme con
otros menesteres, el cuadro ya estaría acabado, pero como me dieron también el
cargo de aposentador, no doy abasto. Acabo de salir un momento a ordenar que
sacudan las alfombras del Salón del Trono para recibir al embajador de China, y
ya, de camino, les he dicho a los cocineros que cómo les salen los
rollitos-primavera.
Margarita: Eso me
recuerda que no he merendado y además tengo sed.
Velázquez: Un poco de
paciencia doña Margarita; enseguida os repartirá sándwiches. Bebed agua del
búcaro que os ofrece doña María Agustina.
Margarita: Yo quiero Coca-Cola.
Velázquez: ¡Pero si la
Coca-Cola aún no se ha inventado!
Margarita: ¡Vaya por
Dios! Bueno, te propongo otra cosa ¿Y si nos pusieras música de los Beatles?
Nos aburriríamos menos.
Velázquez: Nada de
música que me distraigo; si os quedáis todos quietos un momento, daré mis
últimas pinceladas.
CUADRO II. El mismo salón. Todos posando en silencio mientras
Velázquez pinta. Sigilosamente y sin que nadie aperciba su presencia, los reyes
don Felipe IV y doña Mariana de Austria aparecen por un lado y se sientan en
sendos escabeles contemplando la escena extasiados.
Doña Mariana: Felipe ¿te has dado cuenta de
lo linda que está Margarita con ese vestido del Corte Inglés? Ágata Ruiz de la Prada estaba empeñada en venderme uno de sus
extravagantes modelitos, pero le dije
que no.
Don Felipe: Pues no sé si
hiciste bien Mariana. Su esposo Pedro J. es vengativo y con su periódico nos
puede hacer daño.
Doña Mariana: ¡Bah! No se
atreverá. Otra cosa quería decirte Felipe. He sabido gracias a mi red de
espionaje que en las cortes de Inglaterra, Francia y Alemania se comenta que
vivimos por encima de nuestras posibilidades; vamos a tener que recortar
gastos. La prima de riesgos sigue subiendo.
Don Felipe: Eso es
seguramente por los festejos que hicimos cuando llegaste a esta Corte. También
nos excedimos con el galeón que mandamos construir para el estanque del Retiro.
En Versalles nos imitan, pero como son envidiosos, luego nos censuran.
Doña Mariana: De todas
formas se nos van muchos ducados en mantener tanto criado, tanto bufón, tantas
meninas, cocineros, aposentadores, pintores de cámara, dueñas, etc. Hay
que suprimir personal y bajar el
estipendio a todos. Y tus cacerías Felipe, has de espaciarlas; vas todas las
semanas y en cada una destrozas un tabardo y unos calzones con los caros que
están. Mandaré que te los remienden y los vuelves a usar. También te diré que
los ecologistas andan mohínos contigo; dicen que has diezmados los jabalíes de
los montes de El Pardo. Tendrás que cazar en otros lugares.
Don Felipe: ¡Vaya por
Dios! Con lo cerquita que me coge El Pardo. Me da tiempo al volver de dormir
una siesta.
Doña Mariana: ¡Pero qué
indolente eres, Felipe! No me extraña que hayas dejado los asuntos de Estado en
manos del Conde-Duque de Olivares. ¿Sabes que se ha hecho retratar por el
mismísimo Velázquez y le ha exigido que rectifique su nariz? ¡El muy coqueto!
Don Felipe: De nada le va
a servir. Ya se ha encargado Quevedo de escribir sobre ella.
Doña Mariana: Sigamos
hablando de economía. Para recibir al embajador de China, pienso ponerme el
mismo vestido que me puse el año pasado cuando la recepción al duque de Alba;
solo añadiré al tocado unas plumas de marabú.
Don Felipe: Me admira tu
gran disposición para todo.
Doña Mariana: Es que en esta
corte nuestra, las damas son solo floreros. No les dais cargos de
responsabilidad y siguen siendo niñas toda la vida. Yo, para Margarita, tengo
otros planes.
Don Felipe: Hablando de
Margarita, me ha pedido para su cumpleaños un volvo y un móvil de última
generación. Con el volvo quiere ir a esquiar a Guadarrama con sus meninas.
Doña Mariana: ¡Un volvo!
¿Pero qué se cree esta niña? Vamos a tener que hablarle de finanzas; además es
peligroso ir a esa sierra. Sé por los cocineros un refrán que dice: “El aire de
Guadarrama es tan sutil que mata a un hombre y no apaga un candil”. Que se
vayan andando a la Pradera de San Isidro a jugar a la gallinica ciega.
Don Felipe: ¿Y en cuanto
al móvil, Mariana?
Doña Mariana: Nada de móvil.
Ya le compraré una barbie que están de rebajas.
Don Felipe: Como quieras.
Doña Mariana: Felipe, tengo
que decirte otra cosa. Cada jabalí que traes, como no te gusta su carne, que
asada está buenísima, se lo das a la servidumbre y hacen un gran festín;
mientras, nosotros comemos puchero cuatro días por semana; Margarito y yo
estamos ya hartas de puchero. ¿No podrías cazar alguna perdiz o alguna liebre?
Don Felipe: Haré lo que
pueda, pero es que la caza menor es más movida y me canso.
Doña Mariana: ¡Siempre tu
indolencia! Bueno son las cinco, ¿nos vamos a tomar el té?
Don Felipe: Mariana, esa
costumbre es inglesa. En España los ingleses nos caen mal, desde que robaban
los galeones que nos llegaban con oro de
América. Lo nuestro es la zarzaparrilla.
Doña Mariana: Bueno, pues
vamos a tomar la zarzaparrilla de las cinco.
Se levantan y sigilosa y
majestuosamente desparecen como habían venido.
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