Candente
llama, apagada en tu motor interno. Hielo derretido que se escapa por cada poro
de tu piel. Ojos de gato que envenenan mi recuerdo, capaz de atravesar mi
barrera hematoencefálica distorsionando todo lo que soy, lo que fui y lo que
probablemente podría haber sido. Tú, mi ángel
de barro, paloma sin alas mutilada de un disparo.
Aspirando
los últimos resquicios de tu olor, tu sudor, de tus labios grandes carnosos, y
confortables, mi paraíso dentro de un espacio sideral.
Añejos
tiempos, donde el dos por uno, seguían siendo uno, donde el aire no tenia olor,
ni la misma visión color, donde ciegos, nos inundábamos de amor, como almas en
pena o drogodependientes entre los dos. Tu mi brújula, yo tu norte.
Dulcinea
hermosa moza que labra mi destino, lo funde en caricias de tormento. Reina de
las nieves, congelas mi corazón ardiente, lo destruyes en mil fracciones de
soledad y resentimiento.
Pobre Alonso
Quijano, caballero de la triste condena, siendo así yo como un fenómeno
gramatical, y tú pobre diabla un verbo sin acción, tú mi princesa de cuentos
quemados.
Demasiados
errores, demasiado tarde, demasiado arrepentimiento, todo muy reiterado,
convirtiendo el almanaque en llagas del tiempo de heridas sangradas.
Orquídea
celeste que mutilas tu pistilo, mientras sigo incansable que sigues conmigo,
aquí conmigo.
Rota mi
brújula, solo me queda, batirme al viento, contra los molinos o contra todos
los fueros de la muerte, solo por mi dulcinea, mi yegua indomable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario