sábado, 11 de mayo de 2013

Silencio

Autora: Carmen Sánchez Pasadas


 Esta vez la campana de la iglesia no suena. El silencio, sólo interrumpido por sus pasos, habita a su alrededor.

Santiago, después de muchos años, ha vuelto a Villarroya de la Encina. El resentimiento que sentía ante esta tierra ingrata y que lo ha mantenido alejado tanto tiempo, se convierte en pesar cuando contempla este paisaje desolador. El abandono aparece por todas partes. Hasta donde su vista alcanza, el color pajizo lo inunda todo.

El arroyo que cada verano era motivo de diversión entre los chavales, ahora viene seco y el encinar que bordea la loma cercana se ve bastante diezmado, incluso hasta el nido, que las cigüeñas perpetuaban en el campanario, ya no existe.

Los matorrales han devorado tapias y techumbres, aniquilando tejados y muros firmes. Las casas, aunque siempre humildes, eran hogares que rezumaban vida, pero ahora son montones de piedras, morada de lagartos y alimañas.

Ante esta soledad,  a Santiago le cuesta evocar el bullicio que había los días de mercado, la fiesta que generaban los puestos ambulantes y el vocerío que se multiplicaba por todo el pueblo. Ciertamente, el silencio lo aplasta todo, piensa mientras advierte la ausencia del agua, no oye los chorros continuos del pilar de la plaza, ni el tintineo de las ovejas, cuando al atardecer volvían de pastar en el monte, ni oye los balidos que llenaban el aire.

Santiago tampoco huele el estiércol que dejaban los rebaños a su paso y que impregnaba continuamente el ambiente, hasta ser cotidiano. Ni siquiera hay rastro del olor espeso que el humo destilaba por las chimeneas en las frías tardes de invierno.

Apesadumbrado camina entre los hierbajos. Entretanto, los recuerdos, que el olvido no ha conseguido borrar, lo conducen a la escuela. Ya  no hay chiquillos que alboroten con sus risas y juegos, ni está D. Anselmo, el maestro, esperando en la puerta con su rostro grave. El panorama que encuentra es lamentable. La puerta ha desaparecido, y parte del techo se ha derrumbado sobre los escasos pupitres. Inexplicablemente, un mapa descolorido resiste colgado de la pared junto a la pizarra agrietada.

 Ante esta visión, acude a su mente la afirmación del maestro, cuando se despidió de él: - “Tú también te marchas, este pueblo se muere, es un pueblo de viejos”.

 Con el regusto amargo de estas palabras, Santiago continúa hacia lo que queda de su casa, mientras piensa que en estos años no ha dejado de arrepentirse de su huida. Sólo era un muchacho cuando su madre falleció y de repente, piensa, el padre y él se convirtieron en dos extraños que apenas hablaban. Al mismo tiempo, la vida era cada vez más miserable y después de varios años de sequía, apenas conseguían sobrevivir como jornaleros.

Por aquel entonces, llegó al pueblo el primo Antonio, que venía de permiso desde Barcelona, y fue muy fácil convencerlo para que se marchara con él. No lo dudó,  deseaba volar y allí se ahogaba; sin embargo, no reparó en la soledad absoluta del padre.

El sonido de la campana suena en su interior, como tantas otras veces que recuerda su regreso al pueblo,  para asistir al funeral del padre. Fue un día gris, de llovizna,  bajo el eco lúgubre de la campana que le recordaba una y otra vez su ausencia. Ese eco, que lo acompañó siempre, lo ha ligado al pueblo, al mismo tiempo que lo ha espoleado para alejarse, hasta este día.

Ya frente a la casa, siente que ha dejado de oír la campana y entra en el hogar, confiado. Es más reducido de lo que recordaba, pero por suerte, la techumbre aún aguanta. Entre los pocos enseres que quedan, busca instintivamente un retrato, el de sus padres el día de la boda. Caído al suelo y oculto entre polvo y cenizas aparece el rostro sereno de su madre, muy joven, sentada con un vestido blanco y detrás su padre con traje oscuro y gesto digno.

Su ánimo se recompone y decide examinar el patio  trasero. Sorprendentemente el pozo no se ha secado y aún más, la higuera que plantó su padre, siendo él todavía un niño, tiene brotes nuevos. Santiago reflexiona y decide que mañana volverá con su mujer y sus hijos.

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